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«Todos tienen un motivo para hacer lo que hacen.»

TEXTO: PAULA YACOMUZZI
FOTOS: MORA DRESZMAN

Mayo de 2023

En la casa de Alejandra López había más de un grabador portátil de esos con casete, micrófono y un indiscutible botón de color rojo. Lo que no había eran grabadores supersónicos como el de la pequeña Lilín, con el que la niña hacía hablar a muñecas y animales. A Alejandra le fascinaban los Reportajes supersónicos de Syria Poletti y esas entrevistas insólitas, pero no le pasaba igual con el periodismo. El periodismo era «una porquería» y el rechazo de la infancia se hizo rebelión y abstinencia en la juventud. Entre otras manifestaciones, durante un buen tiempo no leyó ni un solo libro.

Élida y Eduardo López se conocieron en un curso de periodismo en la universidad. Él había sido seminarista y, más tarde, durante treinta y dos años, fue jefe de redacción del diario Norte de Resistencia, en la provincia de Chaco, donde nació y creció Alejandra. Su madre «no era de las que se quedan en casa haciendo comida para la familia y miran la telenovela de la tarde». Élida López creaba y conducía programas de televisión, documentales y películas.

Ambos trabajaban mucho y, con frecuencia, los fines de semana y los días festivos. También leían mucho. En la casa de Alejandra nada era como en la de los demás y eso a ella no le gustaba. Tampoco en las vacaciones de verano la familia de tres viajaba a la costa de Buenos Aires como las amigas. Ellos llenaban los bolsos de libros, viajaban idénticos 1.500 kilómetros en sentido contrario y recalaban en una playa tranquila en el sur de Brasil.

Pero hay tramas viscerales que se tejen bajo la superficie y, en la universidad, durante la carrera de Comunicación Social, Alejandra vivió la atracción de «la filosofía, la sociología, la Historia de la profesora Castellitti». En tercer año ya sabía que no iba a seguir la rama de la publicidad como había pensado, con sus intríngulis de cálculos y estadísticas. Iba a estudiar periodismo. Solo había que contárselo a los padres.

Sentadas en la cocina de su departamento en Berlín, hablamos de cuánto quería irse de Chaco, de cómo buscaba carreras que no aparecieran en la extensa oferta de la Universidad del Norte. Cuando menciono Resistencia, ella trae un libro de fotos enorme y observamos las esculturas diseminadas por los espacios públicos de la ciudad, que son más de seiscientas. Hablamos de Corrientes, que está ahí, al otro lado del Paraná, y sí tiene una costanera hacia el río. Hablamos de las amigas. Ahora, cuando viaja a Resistencia en familia, su marido juega a adivinar: ¿quién será la primera que golpee la puerta para verte?

También hablamos de su padre. «No era un aventurero, diría yo, no es una persona que haya viajado mucho, por ejemplo, sus aventuras estaban en los libros.» Y sin embargo, cada mañana, él hacía un recorrido distinto entre las diez cuadras que lo separaban del diario, recuerda Alejandra, dejando entrever la sospecha de que en lo trivial se esconden a veces verdaderas revelaciones.

De su padre recibió «una forma de curiosidad cercana a la empatía; siempre buscando entender por qué, queriendo llegar a la raíz, intuyendo que todos tienen un motivo para hacer lo que hacen. Eso se quedó conmigo». Y eso la atrapó del periodismo, la posibilidad de dar rienda a esa inclinación del espíritu.

Lo cual no nos sorprende a quienes nos gusta oírla conducir entrevistas en Cosmo en español, su programa en radio Cosmo, desplegando preguntas como si fueran instrumentos de disección, la voz serena, la dicción abierta, exhaustivamente preparada, siempre intentando comprender. Su motto profesional, explica ahora, consiste en «ir más allá de lo obvio, nunca hacer las preguntas típicas a las que están acostumbrados los entrevistados».

¿Cuántas horas semanales de trabajo te lleva hacer el programa?, pregunto. «Muchas, y muchas más de las que cobro por eso. Yo regalo mucho tiempo mío pero es lo que siento que necesito para tener el resultado que busco, lo que me satisface. No puedo de otra manera.»

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«Me quedé, y la verdad es que estuvo bueno. Estoy acá ahora, sentada enfrente tuyo.»

* * *

Varios de los nombres propios que pronuncia Alejandra los conozco en primera persona (y si los menciona es, en realidad, porque sabe que puedo ponerles cara). Sin que nuestras vidas se cruzaran hasta mucho más tarde en Berlín, las dos caminamos a diario durante cinco años hasta la esquina de Callao y Córdoba, en pleno centro de Buenos Aires, y atravesamos la puerta verde oscuro del antiguo edificio de la Facultad de Comunicación de la Universidad del Salvador.

Ella dice Sánchez Keenan, Almanza, tecnología radial y yo pienso en Sánchez Keenan, en Almanza y en mi materia de tecnología radial. Cuando invoca la voz grave de Sinópoli, uno de los profesores que marcaron en ella una diferencia, yo recupero la presencia enorme de aquel hombre alto, de espaldas anchas y cabello negro brillante y su férrea disciplina académica a base de precisiones. No tuve a Castellitti (otra memorable para ella) en Historia de la Cultura, pero los rumores extendidísimos hablaban de unas clases magistrales y una exigencia rayana en el despotismo.

Pero el conocimiento universitario no era todo y apenas pudo se anotó para hacer pasantías. Quería trabajar en producción de televisión o radio y también aplicó al diario La Nación, donde la aceptaron. Entonces se consoló recordando la premisa de su padre, «quien empieza en gráfica, el que sabe escribir, va a poder hacer televisión y radio». Cuando le preguntaron en qué sección quería estar y ella dijo Turismo, Literatura o en la revista dominical mientras los demás pedían Información general o Política internacional, temió que se había cargado su única chance. Pero no, la tomaron en la revista dominical y hoy atesora ese momento de intuición brillante. El periodismo de actualidad no sería nunca lo suyo.

Estuvo tres años en la revista de La Nación y colaborando con otras secciones del diario. Durante un tiempo llevó en la revista la página entera de cosmética. En esa época iba a presentaciones de cosméticos por la mañana y se reunía con músicos consagrados por la tarde. Hacía prensa musical desde que Fernando Samalea la había invitado a promocionar un disco que reunía grandes músicos de jazz con jóvenes promesas del rock nacional. Llegó a trabajar con artistas que no requieren introducción en Argentina y más allá, como María Gabriela Epumer, Willy Crook, Lito Nebia, Tirador Laser, Dante Spinetta o Emmanuel Horvilleur.

«Fueron los años más intensos. Salís del colegio, de una burbuja, y mudarte de Resistencia a una ciudad como Buenos Aires, que no tiene nada que ver con la provincia por la magnitud, el ritmo… Aprendí un montón.»

Sin embargo, fueron también sus últimos días en Buenos Aires y en Argentina.

«¿Por qué te fuiste?», pregunto. Alejandra toma aire. Se sentía frustrada de las historias de amor, de los hombres que desaparecían sin dar explicaciones, cuando, una noche en La Habana, en el primer viaje que hizo sola fuera de Argentina, conoció a Tim, el alemán que acudió a la cita menos pensada. Al día siguiente, 7.30 de la mañana, tal cual habían quedado, él la esperaba para subir al bus y visitar el mausoleo del Che Guevara en Santa Clara.

«A mí me impactó el valor de la palabra del alemán. Si vos quedás con un alemán Nos vemos el 15 de noviembre en Wittenbergplatz, aunque falten dos meses, ese día él va a estar ahí.» Con él, dice, «conocí ese lado amable que hasta entonces me había faltado».

Fue esa relación la que, eventualmente, la trajo a instalarse en Berlín en abril de 2001. En 2005, cuando aquello terminó, decidió aguantar en Alemania el vendaval de la separación. «Si vuelvo que sea porque me quiero volver», se dijo.

Para entonces ya hablaba y entendía alemán, había hecho un par de prácticas y trabajos en medios e instituciones culturales, sentía que había pasado lo más difícil. Llevaba años viviendo en lo que hoy llama «un túnel», un universo berlinés en donde solo se hablaba alemán. Enseguida había entendido que, en esta ciudad, «el inglés puede servir para salir adelante, pero si no aprendés alemán, te quedás afuera de un mundo y [hay] un nivel al que no llegás nunca». Los dos años que trabajó como recepcionista en un pequeño hotel se dedicó a copiar a mano las respuestas a los clientes que escribía el jefe. Así preparaba modelos de cartas y, a la vez, en un ejercicio de economía del tiempo, practicaba meticulosamente el alemán.

Tras la separación, tuvo la suerte de conseguir un departamento en «la calle más linda de Berlín», la Leonhardtstrasse, en Charlottenburg, y la oportunidad de medir su estatura. «Esa crisis me hizo darme cuenta de lo fuerte que era en realidad.» Después de esa no hubo más crisis de por qué estoy acá o si me quiero ir o me quiero quedar. «Me quedé, y la verdad es que estuvo bueno. Estoy acá ahora, sentada enfrente tuyo.»

* * *

El giro que ha dado hace un año con el programa en radio Cosmo junto a Rubén Gómez del Barrio ha sido una inyección de adrenalina. Contra todos los pronósticos, en realidad. Tenía miedo al principio. Fue un cambio impuesto y dice que a las personas no nos gustan los cambios. Llevaban muchos años con un formato que conocía, al que estaba acostumbrada. Pero de su boca ahora solo salen exclamaciones. «Estoy súper motivada. Veo que es seguir haciendo periodismo pero diferente. Y ¡wow!, cuánto hay en Berlín, ¡¿qué te voy a decir a vos que con Trampolín hacés lo mismo?! Cuántas historias, cuánto esfuerzo…»

Todo el mundo cabe en el nuevo formato monotemático: terapeutas, cómicos, enfermeros, emprendedores, investigadores, politólogos, cineastas, músicos y un largo etcétera. Y una melange de temas, de las familias binacionales a la feria de literatura de Frankfurt, pasando por la homofobia en Alemania, cómo encarar el estrés, la política alemana en español, la diáspora colombiana, las fiestas latinas, la menopausia o el divorcio binacional.

En enero transcurrió un año desde que Estación Sur pasó a llamarse Cosmo en español y empezó a abocarse a la comunidad hispanohablante de Alemania. Sigue saliendo en directo los domingos a las 22:00 pero, al igual que todos los programas de las redacciones en lengua extranjera de la radio, es ahora un podcast, con una propuesta atemporal y sin música.

El programa y la radio han recuperado su función social, algo que se había diluido con el tiempo, explica Alejandra. Se refiere a la vocación de servicio que se inauguró en los sesenta, cuando la radio alemana empezó a suministrar a los trabajadores invitados (los Gastarbeiter, en alemán) turcos, italianos y españoles la información de actualidad de sus lugares de origen en el idioma propio. Es lo que hacía Estación Sur desde 2010 cuando arrancó. Entonces «no existía el mundo en que vivimos hoy. Esto de tener noticias y reportajes de Latinoamérica y España a la gente le interesaba muchísimo, e internet y las redes sociales no eran lo que son hoy. Además, la comunidad [hispanohablante] no era tan grande».

«Ser migrante agrega de por sí una cuota de inseguridad. Si estuviésemos en nuestro lugar de origen esa, al menos esa inseguridad puntual, no estaría.»

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Llegaron muchas más personas de todos los confines a vivir a Alemania, las tecnologías evolucionaron y a la radio le tocaba volver a sintonizar con las necesidades de la gente. Las personas migrantes hoy precisamos de los medios locales información y lazos acá donde vivimos, en este mundo complejo, hiperespecializado y vertiginoso.

Cosmo en español da respuesta a lo específico de su comunidad al proponerse como «un espacio para migrantes hecho por otros migrantes». Las personas hispanohablantes en Alemania, en su mayoría, «aprendimos el alemán acá, y ni vos ni yo hablamos perfecto. Los compañeros griegos hablan griego con acento. Nosotros no hablamos español con acento, hablamos alemán con acento. No nacimos acá», dice Alejandra. En el programa abordan temas desde la perspectiva tanto del recién llegado como de quien ya lleva unos cuantos años acá, siempre migrantes ellos mismos. Las otras redacciones extranjeras de radio Cosmo (la turca, la kurda, la polaca, la italiana, la griega, la árabe, la rusa) han de adaptar el podcast a la idiosincrasia de su comunidad.

«Lo que más me gusta es esto de que haya una voz colectiva.» A través del programa «descubrimos mucha gente hispanohablante haciendo cosas muy valiosas. Por eso generar ese sentimiento de comunidad me parece importante. Y no hablo de gueto, mucha gente hace lo que hace en entornos donde se habla alemán o inglés.»

Alejandra se cuenta entre las fundadoras de la asociación Migrantas, donde participó activamente entre 2006 y 2010. Y sin embargo, este cóctel nuevo de contacto cotidiano con gentes formadas, talentosas y creativas, con visiones y discursos poderosos, muchas de ellas trabajando directamente en temas de migración, la ha puesto a revisar con otros ojos las vivencias propias. Hablamos mucho sobre ser migrantes. «Pienso que somos un montón de talentosos y de gente que pone el hombro a veces más que los locales. Pero nos achicamos demasiado», dice. Y «¡cuántas cosas tenemos nosotros que no tienen los alemanes! El talento de improvisar, el de reaccionar mucho más rápido…»

En Berlín, «generalmente te tiran mucho abajo. Y te pega más porque estás más inseguro. Yo creo que ser migrante de por sí agrega una cuota de inseguridad. Si estuviésemos en nuestro lugar de origen esa, al menos esa inseguridad puntual, no estaría. Tenemos que aprender como estrategia a decirnos okay, eso está y no me lo voy a poder sacar, pero no implica que yo sea más ni menos. Es una cuestión en la que estoy reflexionando mucho desde que estamos haciendo el podcast.» 

* * *

Siempre le gustó la radio y jugar con la voz. Un primo hacía radio, los padres en ocasiones también. Como estudiante en Buenos Aires no le perdió el pulso a La venganza será terrible, el programa mítico de Alejandro Dolina, que ya entonces se emitía con público presente. «Él hacía las transmisiones desde el complejo La Plaza y el Café Tortoni y yo creo que iba tres veces por semana. Me volví adicta y habitué.»

En Berlín empezó realizando colaboraciones puntuales para Radio Multikulti, la emisora de Rundfunk Berlin-Brandenburg (RBB) cuyo concepto original trajo a los oídos alemanes las músicas extranjeras: pop de todo el mundo, tango, salsa, flamenco, el rap de Senegal, la música del Bollywood de la India… «El primer reportaje lo escribí en español y una amiga me ayudó a traducirlo al alemán. Después lo pude editar y vino alguien y lo habló. Porque claro, para locutar yo tenía un acento impresionante. Hacer un reportaje era una travesía.» 

Hasta que empezó a realizar series de comidas del mundo, donde entrevistaba a gente en alemán y editaba para que no apareciera su propia voz. Cuando en 2009 la llamaron junto a la periodista española Úrsula Moreno y al periodista chileno Sergio Correa para hacer Estación Sur y formar la redacción en español de Funkhaus Europa —la radio heredera del concepto de Multikulti y la emisora que desde 2016 se llama Cosmo—, Alejandra no lo podía creer. «Dije sí, sí, sí. Pero igual me dio mucho pánico, mucho miedo. Nunca había trabajado de moderadora.»

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«Dije sí, sí, sí. Pero igual me dio mucho pánico, mucho miedo. Nunca había trabajado de moderadora.»

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«A mí eso de la soltura era lo que más me costaba. Yo creo que aprendí muchísimo de verla a Úrsula, pero tenía terror. Preparaba mucho las entrevistas, pero me daba mucha vergüenza. De hecho, siempre me quedó lo que decía mi mamá, que cuando uno se toma en serio lo que hace, cierta cuota de nerviosismo va a haber.»

Durante un buen rato conversamos sobre representatividad migrante en las redacciones periodísticas locales. «No hay gente de otros países en posiciones representativas —dice de forma terminante—. Y en los medios es necesario que haya una representatividad migrante, migrante como nosotros y migrante como los que nacieron acá.»

«Los de la redacción alemana prefieren siempre que sean los alemanes que hablan español que cuenten para los alemanes. […] Ese lugar es el que están peleando en las redacciones las personas de origen migrante que ya nacieron acá. Pero si ellos no la tienen, nosotros ni siquiera existimos. Está bien que existan lugares como [la asociación] Die Neue Deutsche Medienmacher*innen, pero son tantas las prioridades que hasta que lleguemos nosotros van a pasar otros veinte o treinta años más. Yo creo que Alemania todavía no está en ese lugar. Por ejemplo, en la administración pública ves los Ausschreibung [las licitaciones] y dice que se puede presentar gente diversa. Pero vas a un ente público ¿y cuándo te atiende alguien que es migrante?»

Muchas veces cuando buscaba trabajo en redacciones de Cultura («no de actualidad», aclara de forma enfática) le preguntaban ¿Podés escribir rápido un texto en alemán? Todavía se altera cuando se acuerda. «Si yo sé editar, tengo un criterio para editar, puedo hacer entrevistas, tengo un cierto dominio del alemán que me permite leer y entender lo que estoy escuchando o viendo y me neutralizan diciéndome ¿podés escribir un texto rápido en alemán?, entiendo que esa persona está manifestando cero empatía conmigo, por el motivo que sea.

»A mí me decían eso hace diez años y yo decía agh, mi alemán es una mierda, nunca voy a lograr nada acá. No, no es así. Y no quita que hoy me siga molestando. Lo que pasa es que hace diez años me debilitaba.

»Me pareció súper interesante esta chica mexicana, Nancy Bravo se llama. Acá se buscan muchos enfermeros y ella da seminarios de interculturalidad para la gente que trabaja en los hospitales. Porque no se trata solo de que nosotros tenemos que saber cómo podemos tratar con los alemanes, sino que los alemanes también tienen que saber cómo desarrollar la competencia de interculturalidad y tolerancia. 

»Por eso vuelvo a lo que estamos haciendo ahora desde Cosmo. Y además, porque llegar hoy a Berlín es un paraíso. Tenemos Trampolín, Berlín Amateurs, Desbandada, La Red, Xochi, Susi, Frauenalia, Mamis en Movimiento… Tenemos tanta contención desde tanto lugar que no existía cuando yo llegué. Nos ayuda a fortalecernos.»

* * *

Los techos del departamento no son altos sino altísimos. En una esquina del salón hay una casa de muñecas gigante. En la cocina predomina el color rojo. Alejandra no encuentra el colador de la tetera de vidrio, un objeto de diseño de la marca alemana Mono, y termina levantando el teléfono para preguntar a alguien en alemán dónde puede haber quedado. Ella toma té, no café, y el único mate en su vida es el tereré, el mate frío, que además reserva exclusivamente para los días de más calor en su Chaco natal.

Desde que nació su hija, hace seis años, tiene relegada la que considera su vocación más personal, la escritura de guiones. Empezó colaborando de forma externa con Look! Films, la productora de quien es hoy su marido, Claus Räfle, y de la que ahora es parte estable. Juntos desarrollaron y escribieron el guion de Die Unsichtbaren (Los invisibles) y documentales para televisión sobre temas de cultura, sociedad y arte.

Die Unsichtbaren está basada en el testimonio de cuatro berlineses judíos que sobrevivieron el holocausto viviendo clandestinos en Berlín. Relata sus años ocultos en la vida pública de la ciudad. Es un docufilm hecho para cine, una película en donde las escenas de ficción conviven con el material documental de las entrevistas a los personajes reales. Se estrenó en 2017 y fue un éxito de público que superó los cien mil espectadores. La biblioteca de la Academia de los Oscars les pidió una copia en papel y una digital para incorporar el guion a sus archivos. La película se vendió a 25 países, aunque curiosamente ninguno de habla castellana.  

De aquel éxito salió un fondo de desarrollo para un próximo guion. Alejandra y Claus trabajaron en él durante la pandemia, pero en 2022 empezó a quedar stand by debido a otros proyectos y por motivos de familia.

Ya en Estación Sur Alejandra concebía el programa como pequeños guiones. «Siempre me divirtió pensarme todo con una relación.» Dice que su formación en escritura de guiones es «autodidacta», que no lo estudió en la universidad. Pero sí hizo cursos, seminarios y talleres. «Leí un montón de libros, fui una cinéfila empedernida hasta que nació mi hija. Ahora estoy… bueno, me falta tiempo para leer y ver, estoy atrasada con las lecturas, con las películas, soy un desastre. Aunque hago lo que puedo y también disfruto mucho de mi hija, así que no me quejo.» 

«Jamás diría soy guionista. Me encanta contar historias, soy muy respetuosa de la gente que lo ha estudiado y a lo mejor sabe mucho más que yo. Es algo que hago con mucho respeto pero no me atrevería a decir soy periodista, soy guionista —pone una voz grave, seria—. Hay que decirlo porque hay que venderse. Pero bueno, la venta nunca fue lo mío, por eso nunca fui publicista.»

Por acá hacia Cosmo en español.

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