TEXTO: MELISSA REP
FOTOS: MICAELA MASETTO
Agosto de 2019
Todo el mundo dice que al armar un rompecabezas lo más fácil es empezar por el marco, pero para Daniela Moloeznik Paniagua eso no es cierto. En algún lugar de su departamento guarda entre cartones un dibujo de mil piezas a medio terminar: una calavera. La empecé y de hecho la cara la acabé completa, cuenta, pero el fondo no lo podía hacer. Son muchas piezas. Aparte a mí se me hacía súper bonito, pero a nadie le gustaba.
Hace ya casi un año que vive en esta Einzimmerwohnung cerca de Nauenerplatz, Wedding, cuarto piso, muchas plantas y doble balcón. Pero ahora es de noche y unas pesadas cortinas grises cierran la vista a la calle y su silencio. Sobre la alfombra yace una enorme caja abierta. Daniela la revuelve, saca el relleno de telgopor. Me acaba de llegar, dice, son cosas que pedí por internet. Mira: salsas. Salsa roja, salsa verde. Tortillas de maíz. Son de una tienda mexicana de Friedrichshain, pero me dio pereza ir hasta allá a comprarlas.
Se levanta y va hasta la cocina. Guarda las tortillas en el freezer.
Una pieza color negro
Al final de la secundaria Daniela no sabía muy bien lo que quería estudiar, consideró medicina. Luego se lo pensó mejor:
—Me dije: yo sí quiero dormir. Unas ocho, diez horas.
Pero antes de decidir tenía que enfrentarse con la decisión. En el último semestre de la secundaria (o en el último año, no recuerda bien) los alumnos tenían que hacer una práctica para saber más o menos lo que querían estudiar. Poquitas horas. Como siempre, con mis amigos dejamos todo para el final, no teníamos dónde hacerla. Mi papá tenía un amigo que era médico forense, y que tenía una funeraria.
En la funeraria, Daniela y sus compañeros asistían en la preparación de los muertos para su descanso final.
—Fue fuerte como práctica final de la preparatoria, sí, ¡pero nos la aceptaron y todo!
Algunas cosas impresionaban. A veces los que trabajaban ahí eran muy fríos: llegaba un cuerpo al que le habían hecho una autopsia y le abrían el cráneo. Con mis amigos estábamos así, ¿no? Daniela se toma la cara con las manos imitando el gesto asustadizo de un emoticón. Para nosotros es muy sagrado, pero los médicos tomaban el cerebro y de forma despreocupada lo machucaban, lo metían entre los demás órganos y lo llenaban todo con aserrín. Aserrín encima y aserrín más arriba, para que absorbiera los líquidos. Luego también teníamos que masajearlos porque sino se ponen tiesos y no puedes ponerle la ropa. Pero lo más difícil era sacarse de encima ese olor: por lo general traían cadáveres que habían encontrado en un río y que llevaban tres semanas en la morgue sin ser reconocidos. También la mezcla entre el formol y la sangre era horrible. Cada vez que volvía a mi casa estaba en el baño así como tallándome, tallándome. Es que el olor te queda penetrado en el cerebro, ¿sabes?
Una pieza alógena
En una esquina del sofá yace desplegada boca abajo una novela del autor e historietista argentino Roberto Fontanarrosa. Con las rodillas juntas y un brazo extendido sobre un almohadón, Daniela explica. Por la erosión y por el cambio climático los suelos se están concentrando con sales; el problema no es todavía tan severo, pero ya hay muchas hectáreas afectadas: con tanta sal no se puede plantar nada.
Pero hay unas plantas que absorben gustosas estas sales: se las llama alógenas. El problema es qué hacer luego con la composta que generan, nuevamente tan salinizada. Se probó con la incineración, cuenta Daniela, pero las sales tienen mucho cloro y el cloro corroe los equipos. Entonces una nueva y prometedora tecnología vino al rescate: el HTC, inglés para Hydro Thermal Carbonization.
EL HTC se utiliza para tratar residuos. La basura se pone a presión en un reactor y de ella se obtienen gas metano, un líquido que puede ser utilizado como fertilizante y carbón. Este carbón “orgánico” está a medio camino (en términos energéticos) entre los dos tipos de carbón natural, el lignito, en alemán llamado Braunkohle, carbón “marrón”, y el Hart, el carbón “duro”, la antracita.
Esta tecnología está todavía en proceso de monitoreo. Por ahora no hay ninguna planta que esté comercializando el carbón obtenido, todo se reduce a espacios de investigación. En Berlín hay uno llamado SunCoal, allí por ejemplo hasta hacen llantas, cuenta Daniela. Al carbón también lo puedes usar para hacer baterías, pues es como un electrodo: tiene muchos minerales, algo que necesitan las pilas para hacer la electrólisis. Pero a ese carbón lo tienes que activar, y eso es más complicado.
¿Qué tienen que ver el HTC, el carbón que genera y las plantas alógenas? Un laboratorio en Potsdam.
Una pieza natal
Daniela estudió ingeniería ambiental. Se graduó en ITESO, la universidad jesuita de Guadalajara, su ciudad de nacimiento. ¿Guadalajara? Pues es enorme. Tiene unos seis millones de habitantes. Está a unas cinco o seis horas en carro del DF, más hacia el Pacífico, aunque también son otras cuatro horas hasta llegar al mar. Como en Berlín, también en Guadalajara puedes hacer todo lo que tú quieras. Pero. Por ejemplo el transporte público es muy malo. Solo hay dos, casi tres, líneas de metro. Y luego están los camiones [los buses] pero son muy malos: todos mis amigos ahora usan Uber.
Con sus amigos es difícil mantener un contacto fluido. Aquí tengo algún que otro chat, dice, pero hay siete horas de diferencia y siete horas es muchísimo. Como casi no hablo con ellos no estoy muy actualizada de las noticias de allá.
Pero aún así le llegó la invitación a una boda.
«Al principio pongo una imagen
del maestro jedi de Star Wars y les digo
“No soy nativa en lengua alemana, por eso puedo sonar como Yoda”.
Entonces se ríen un ratito y ya.»
Una amiga de la preparatoria se casó a fines del año pasado, justo cuando Daniela viajaba a México para pasar las Navidades con su familia. Estuvo padre, dice. Y la bebida… ¡pff! Había un tequila hecho ahí mismo, en la misma hacienda. Mi estado se llama Jalisco y es de los máximos productores. De hecho hay una ciudad que se llama Tequila y por eso el tequila se llama tequila. En casi toda esa región se produce muchísimo: me costó levantarme al día siguiente.
Otra pieza alógena
En el Instituto Leibniz para Agrotecnología y Economía Ecológica de Potsdam (ATB) Daniela realiza mediciones. Procesa en el reactor de HTC las plantas alógenas para precisar cuánta sal pueden absorber y cuál es el camino que esas sales toman: ¿hacia dónde van los minerales, los nutrientes?, ¿qué podemos hacer con ellos? El punto, explica, es que podamos regresar nitrógeno y fósforo y otros nutrientes como magnesio al suelo, a modo de fertilizantes. En lo posible, también, probar con diferentes parámetros que nos permitan reducir el cloro, o utilizar el residuo de las plantas procesadas como combustible: antes de quemar carbón, pues quemamos eso.
Todos estos experimentos forman la base del Doctorado que acaba de empezar. Su contrato con la Technische Universität de Berlín (TU Berlin) en realidad es para dar clases, aclara. Pero como estaba muy aburrida y quise poner un poquito más de chile, pues me puse a hacer este Doctorado también.
Una pieza redonda
Durante sus años en la Universidad, en Guadalajara, Daniela empezó a jugar al fútbol. En realidad al fútbol jugó toda la vida, con su hermano, en su casa, en la calle. Hoy, en Berlín, Daniela lleva en la espalda el número 20 del Deportivo Latino, un Sport Verein —Club Deportivo— con equipo tanto femenino como masculino. ¿Y qué es lo que le atrae del fútbol?
—Yo creo que a todos les gusta hacer cosas en lo que son buenos, ¿no? Siento que se me da y entonces me gusta. Y a veces es también el reto de ganarle al otro equipo, ¿sabes? La competitividad es muy buena —ríe.
En México no hincha para ningún equipo, pero por herencia paterna es de Newell’s Old Boys, la rojinegra de Rosario, Argentina. Fue a la cancha tanto en México, a ver al Atlas, como en Argentina, y dice que para ella son todos iguales. Bueno, no. Fui aquí en Alemania y es lo más aburrido del mundo. Cuando los comparas es como “Oh, por Dios, qué aburridos que son los alemanes”. No tienen pasión. O sí, pero no sé, pues a lo mejor cantan una vez y después de diez minutos de silencio vuelven a cantar. Y allá no, allá es relajo total.
Al terminar su carrera de grado se mudó a Rosario a hacer una práctica en el CONICET, la Comisión Nacional de Investigación en Ciencia y Tecnología de Argentina. En Rosario viven su abuela, sus tíos y primos. Daniela es hija de una mexicana y un argentino que se conocieron en España. Su padre es profesor e investigador en ciencias políticas y su madre trabajó durante muchos años para la compañía Hewlett-Packard. Desde Rosario aplicó a una beca de estudios en Alemania y no tardó en quedar. Volvió una semana a México a firmar unos papeles y salió para Stuttgart a hacer una maestría en Ingeniería Ambiental. Eso fue en 2013.
Una pieza verde aguacate
El secreto de un buen guacamole es la pasión. No, claro que no, ríe, el secreto es escoger bien el aguacate. Generalmente la gente lo escoge o muy pasado o muy duro. Daniela está desgranando (ahora sobre la mesa) las recetas y los ingredientes del plato mexicano más emblemático: los tacos. Entre sus dedos hace bailar un pequeño frasco de tajín, chile seco con limón:
—Este es pocket, de bolsillo: la gente lo lleva y se lo pone a todo: a las naranjas, al elote (el maíz), al pepino. Pues a todo. Lo trajo mi mamá en agosto, pero lo puedes comprar aquí también, todas las tiendas latinas lo venden. Y por internet. Estoy impresionada: en internet puedes encontrar casi todo.
Casi todo menos sushi.
Para mí toda la vida el sushi era como el sushi mexicano, explica: en lugar de envolverlo en algas lo envuelves en palta. Y luego le puedes poner empanizado y freírlo. Hasta que llegué a Europa. De la emoción al escuchar la palabra sushi pasó rápidamente a la decepción:
—Dije “Ay, no, ¿esto es sushi?”
Una pieza con fresas y hongos
Desde su habitación estudiantil en Stuttgart podía ver el bosque y en el bosque había lagos y rutas que llevaban a un castillo. En Stuttgart sí que hacía frío en invierno, y nevaba:
—Nos deslizábamos colina abajo y hacíamos mononos de nieve.
También tomó clases para perfeccionar su alemán. Lo mejor de ese curso fue que coincidió con el Volksfest de Stuttgart, es decir el Oktoberfest de la ciudad, aclara. Durante la clase nos enseñaban las canciones: nos subíamos a la silla y nos aprendíamos las coreografías. Después, por la tarde, íbamos a “practicar” lo que habíamos aprendido. Estuvo bueno, pero al principio terminábamos todos bien borrachos. Y pobres, porque es lo más caro del mundo.
Daniela pasó dos años en Stuttgart junto a estudiantes de todas partes del mundo. Hasta que una práctica la trajo a Berlín.
La Unión Europea llama constantemente a concurso para financiar proyectos ambientalistas que le permitan llegar a sus propios objetivos. Para el 2020, por ejemplo, la UE se propuso una reducción del 20% de las emisiones de gas invernadero (con respecto a 1990) y aumentar también en un 20% las fuentes renovables de energía y la eficiencia energética de los países del bloque. De estas convocatorias participan empresas de todo el continente, entre ellas el centro de investigación en alimentos y recursos energéticos ttz Bremerhaven. Sus primeros meses en Berlín Daniela los pasó en las oficinas que la empresa tiene en Mitte, el centro neurálgico de la ciudad. Tecleaba propuestas. Ideas para la sustentabilidad: pequeñísimas gotas de agua, micro droplets, para transportar fresas sin riesgo de sequedad ni podredumbre, lo mismo luego para el pescado; planes para una irrigación más eficiente de los cultivos mediante el uso de drones; colocación de hongos dentro de las paredes para aislar casas sin tener que recurrir a elementos más tóxicos.
Para Daniela era un trabajo interesante pero mecánico. Las oficinas de Berlín no ofrecían la acción de la sede en Bremerhaven, donde los investigadores desarrollaban sus experimentos. Al final ya era casi como un copy paste, explica:
—Le cambiaba el nombre del proyecto, hacía loguitos. Un marketing impresionante. Estaba en la oficina y pensaba “no puedo más con mi vida”. Así salí a buscar otro trabajo.
La pieza laboral
Me daba flojera tener que actualizar mi Lebenslauf en alemán y escribir la carta de motivación también en alemán, porque necesitaba más tiempo, ¿no? Entonces en la oficina hice mi carta de motivación en inglés en quince minutos, la imprimí y la mandé por correo.
Dirección: la Universidad Técnica de Berlín (TU Berlin). Daniela se postuló a un puesto de asistente docente en el área de tratamientos de residuos. Al poco tiempo la contactaron y a modo de prueba le propusieron que diese una breve clase de diez minutos en inglés, con un tema específico, y otra de cinco minutos, libre, en alemán. Tenía cuatro días para prepararlas. Se contactó con un amigo mexicano de Stuttgart que trabajaba el tema, le pidió papers e información a sus colegas en la oficina y se dejó reinventar la clase de cinco minutos por sus roomies alemanas:
—Yo lo había puesto más simple, y ellas le agregaron palabras que yo decía “¡¿Quééé, cómo voy a usar esto, si ni siquiera sé lo que significa?!” Das wiederum, zurück zu führen… Me ponía frente al espejo y repetía una y otra vez el speech.
Tras algunas idas y vueltas, Daniela obtuvo el puesto. Hoy comparte una oficina en la TU con otras tres personas. Allí asesora tesis, trabaja en su doctorado y prepara sus clases. En el semestre de invierno da un curso de tratamiento termal de residuos y en el verano una semana intensiva para una maestría internacional en Gestión Urbana:
—Se supone que el tratamiento de residuos también es importante para quienes planean ciudades, ¿no?
Las piezas en alemán
Primero me daba mucho miedo dar clases en alemán, me ponía muy nerviosa, cuenta. Luego me di cuenta que eran muy buena onda. Tienen, no sé, veinte años. Son unos sesenta alumnos y generalmente a los que veo es a los que se ponen en primera fila. Trato que ellos hablen más que yo, les hago preguntas. Y eso es lo que a veces también me da miedo, porque a veces no les entiendo, ríe.
Siempre al principio pongo una imagen de Yoda, el maestro jedi de Star Wars, y les digo “No soy nativa en lengua alemana y por eso puedo sonar como Yoda”, entonces se ríen un ratito y ya. O les advierto que a veces puede que diga palabras en inglés porque no sé cómo se dicen en alemán, pero que me pueden preguntar si no entienden y entre todos podemos buscar la traducción. Si te acercas amigablemente van a ser amigables.
O también: si amigablemente te acercas, amigables serán.
Las piezas que todavía no existen
Junto al sillón hay una mesa blanca con un tablero de ajedrez. Las figuras no son negras ni blancas; no hay peones ni reyes. De un lado están los romanos, con sus soldados y su César, y del otro el pueblo galo que jamás lograron conquistar, con su Ásterix, su Óbelix y su jefe Abraracurcix.
—La verdad es que no he pensado todavía en qué sigue después de Berlín porque en eso no quiero pensar —suelta Daniela tras un breve silencio—. Mi contrato de Doctorado es de tres años, pero creo que me va a llevar unos años más. Obviamente me gustaría quedarme en Berlín, pero tampoco tengo problema en irme a otra ciudad. Mi único requisito es no irme a un pueblito. Si es ciudad, bienvenida. Hamburg, aunque sea Bremen. Pero un pueblito no.
* * *
¿Qué es más natural, cuál es el propósito definitivo? ¿Terminar un rompecabezas o encastrar todas las piezas posibles para descubrir que una pieza siempre falta?
Por lo pronto la calavera sin bordes espera paciente a ser terminada. Sobre la pared, un cuadro: campesinos y campesinas en armonía con el ecosistema. Es posible producir sin destruir la naturaleza.
No a la guerra.
Otro mundo es posible.
Gracias miles al Deportivo Latino rama femenina de Berlín, que nos dejó colarnos en el entrenamiento y sacar fotos. Acá su Instagram.