TEXTO: ANDREA ARANDA GÓMEZ
FOTOS: PABLO HASSMANN
Noviembre de 2019
Eriván Phumpiú (Lima, 1977) compra todos los vinilos que no se atrevía a comprar en Lima por miedo al sobrepeso a la hora de mudarse a Alemania. Aquí, su afición ha crecido y a menudo sale a los mercadillos, donde le sorprenden piezas inusuales imposibles de encontrar en Lima. Lo que le atrae de los discos, además de la música, es su potencia visual: “Tienen mucha información gráfica, sobre todo los más antiguos de los sesenta o setenta. Entonces había más libertades para armar gráficas y menos prejuicios. Ahora depende del género musical, está más estructurado”, comenta.
Su afición por los discos le llevó a crear el podcast Radio Don Perrito junto con otro amigo peruano. Allí comparten grabaciones de música mezclada que se extienden hasta tres horas. “Siempre hacemos un programa muy ecléctico. Las sesiones pueden arrancar con algo que es electrónico pero terminar con otro género, no nos gusta tener prejuicios a la hora de colocar música, las conexiones no siempre van a ser las más lógicas”.
En el salón de su casa los discos y las revistas vintage comparten el espacio de las estanterías con pequeñas cerámicas de Ayacucho y toritos de Pucará. Eriván toma una de las revistas amarillentas y me muestra un anuncio. “Este es interesante —dice—, es de después de la guerra. Toda la proyección era sobre el futuro y sobre qué feliz iba a ser el mundo para ellos. Muchas cosas eran fantasía total, autos que flotaban o un grifo que cambiaba el color de la pintura con rayos… Como el presente era triste, había una promesa en el futuro”. En la pared cuelga una tabla de Sarhua, una pieza de madera con dibujos que representan escenas del ritual de casamiento acompañadas de anotaciones en quechua y español. En época precolombina, estas tablas funcionaban como una especie de censo para saber quiénes vivían en un domicilio y cuál era el origen de la familia. “Es muy gracioso porque, parte de las cosas tradicionales de Perú que ves acá, es más por el interés de Katrin que mío, aunque están ahí y son un vínculo.” Katrin es su mujer, alemana. Con ella tiene dos hijos y juntos decidieron hace tres años mudarse a Berlín.
Eriván siente que Berlín “tiene tanto de su pasado que lo puedes palpar”. Ese pasado también lo conecta con su propia infancia en la capital peruana. “Lima tiene una arquitectura parecida a la de la DDR, brutalista, de edificios grandes e influencias de la Bauhaus. Por momentos Berlín es muy familiar, es como si estuvieras en Lima en otro tiempo”. La red de conexiones entre una ciudad y otra en el tiempo y el espacio es tan fuerte que tiene nombre: “Berlima es estar en dos lugares al mismo tiempo. Estoy aquí en el presente y a veces en el pasado de Lima, pero al mismo tiempo con las redes estoy tan informado de Lima como si estuviese allá”.
Las palabras de Eriván se transforman en una imagen en la que los 11.000 kilómetros que separan Lima de Berlín desaparecen. Entre nuestro primer y segundo encuentro han pasado cuatro meses, un tiempo durante el que curiosamente el artista ha tenido la oportunidad de visitar por primera vez en tres años su ciudad natal. Como una profecía, el primer Eriván se expresaba con ansia y curiosidad por volver después de tanto tiempo: “Hay muchas sensaciones que se viven (olores, ruidos…) que van a ser diferentes, la voy a sentir de otra manera”.
Al venir a Berlín, Eriván sabía que abandonaba las preocupaciones de una ciudad aquejada por la inseguridad en las calles. “En Berlín siento literalmente el espacio más público a diferencia de Lima porque creo que no se cuestionan tanto cómo lo usan. En Lima no puedes usar el espacio público como tal o viene un policía municipal y te dice que no puedes sentarte de tal manera en una banca. Hay absurdos de este tipo por la inseguridad en la que se vive. Muchas veces cualquier situación extraña es reportada rápidamente porque la gente vive con la paranoia de que puede haber una intención de hacer daño. Si ves a alguien por la calle viendo las casas y no es conocido, llamas a la policía”.
Principalmente, en su nueva vida berlinesa le atrae la libertad con la que se desenvuelven los niños en la calle y el transporte público, como esas niñas de unos doce años que vio bajar solas de un tren rápido de larga distancia, el ICE. “No lo podría imaginar en Lima sin alguna preocupación”, se proyecta Eriván. Una de sus ilusiones al venir a Alemania era que su hijo pudiera andar solo en bicicleta por el área donde viven. La sorpresa ha sido que el espacio en el que se mueve es en realidad mucho mayor del que había imaginado.
“Berlima es estar en dos lugares al mismo tiempo. Estoy aquí en el presente y a veces en el pasado de Lima.”
Eriván Phumpiú se graduó en el año 2000 en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Perú y lleva pintando más de veinte años. Su trabajo artístico es amplio y no solo se ciñe a la pintura. En sus acciones, el espacio público ha sido precisamente un concepto clave que ha adquirido distintos significados. En ocasiones, las calles representan el lugar de dominio y encuentro colectivo del que todo el mundo tiene derecho a hacer uso. Pero este espacio también es el escenario donde el artista interviene. En su acción La aceituna enteógena, por ejemplo, animó a los viandantes a participar en la dinámica (y futuro) de su obra al esconder figuritas de plastilina en un árbol de un parque.
—¿Qué papel tiene el artista con respecto a la ocupación del espacio público? ¿Debe interrumpir la dinámica, el orden público o intelectual?
—El artista tiene que ver el espacio que le convenga para poder mostrar lo que quiere hacer. Muchas veces, los espacios oficiales no se dan o uno tiene problemas para acceder a algunos. La calle o la propia casa tienen que ser una posibilidad. En mi caso, cuando hice lo de las piezas me había puesto a pensar qué pasaría si yo escondiese algo y, al esconderlo, lo hago más visible todavía porque quien va a buscar tiene la intención de tener una comunicación directa con la pieza que encuentra. Si lo terminaron robando es parte del proceso y la prosa de la acción. Esto lo convierte en una experiencia personal también para quien lo haya encontrado. Quizá el jardinero lo vio, no le dio importancia y lo sacó y lo botó o se lo regaló a algún niño. Entonces, ya no es una obra de arte para todos, se vuelve una experiencia personal.
El espacio oficial al que se refiere no es otro que aquél en el que se concentra y exhibe la obra de un artista y que gira alrededor de galerías, curaciones y museos. Eriván siente que en Lima “llegó a un tope”, ya que “la carrera de artista es un solo circuito, donde para tener éxito tienes que ser de una familia con dinero y apellido o ser falso”. Fue el éxito relativo que disfrutó tras ganar el tercer puesto en el concurso “Pasaporte para un artista” de la embajada de Francia, el que también evidenció la otra cara de la escena: “En una subasta de arte en Lima noté que las galerías apostaban por sus artistas y no me tenían en cuenta a pesar de que les había gustado mi trabajo. A veces al artista lo tienen en un segundo plano: cuando no quieren trabajar contigo te dicen por medio de una secretaria que te lleves tus cosas”.
En Occupy the Bathroom (2012) abordó esta idea del sistema que se aprovecha de la necesidad del artista de tener un espacio. A través de esta instalación creó su propia exposición oculta en la galería limeña Lucía de la Puente. En los baños, tras las páginas de unas revistas, Eriván escondió sus propios collages. “Me había dado cuenta de que en el baño había la posibilidad de hacer algo que no sea fácil de quitar, que esté ahí, escondido, y decirle a mis amigos que vayan a verlo. Cuando estuve escribiendo a otra gente sobre el proyecto me di cuenta: ¿por qué un artista tiene que ir a un baño de una galería y no ser visible para poder mostrarse? El artista es, en muchos casos, invisible para el resto del circuito a pesar de su actividad, alrededor de la cual estructuran los proyectos”. Reflexivo pero burlón, continúa: “Podría decirse que mi acción es un gesto político, una ocupación ilegal de una propiedad privada como protesta por la falta de respeto al artista de parte de las galerías, pero también podemos verlo como un regalo sorpresa para la galería”. Al final: “Occupy the Bathroom no es una queja, es un motivo de alegría personal por haber encontrado un potencial expresivo y una manera de ser visto realmente a pesar de estar escondido”.
Eriván podría dibujar la historia de su propio apellido trazando una línea que comenzase en Asia, se trasladase a América del Sur y en la actualidad hubiese aterrizado en el centro de Europa. Le divierte pensar que sus dos hijos son quienes lo prolongarán con su descendencia, ya que son los únicos varones de la generación en la familia. Tanto el padre como el esposo de la abuela paterna de Eriván emigraron a Perú desde Cantón, China. Aunque su abuelo se llamaba Pun Apiu, en Perú pasó a llamarse Aurelio. “Aurelio Phumpiú”, comenta, “es como un producto de manufactura china pero armado en Perú. La rama que se hizo en Perú es única ya que deberíamos ser Pun, nada más”. Cómo se coló la h intercalada en el apellido, es aún un misterio sin resolver.
El apellido de Eriván es un resultado único de los procesos sociales que se dieron en Perú dentro de la colonia de chinos más grande de Latinoamérica. Otros fueron adaptados al español de forma más simple, por ejemplo añadiendo “De” al principio. Es el caso del otro bisabuelo de Eriván, que pasó de Jo a “Dejo”. La gran mayoría, sin embargo, como Saucedo o Mendiola, provienen del nombre del hacendado donde trabajaban.
La primera oleada de inmigración china en Perú se remonta a finales del siglo XIX, cuando la abolición de la esclavitud provocó la necesidad de mano de obra barata. Durante la primera y segunda década del siglo XX llegó la segunda, entre los que se encontraba Aurelio Phumpiú. Que la gran mayoría de emigrantes chinos fuesen varones hizo que esta avalancha de población extranjera, en lugar de recluirse, se mezclase en matrimonios con mujeres peruanas. De ahí, quizá, que no se haya mantenido el idioma chino, aunque sí se puede reconocer una fuerte influencia en la cocina. “Por ejemplo, tenemos la costumbre de comer todo con arroz y también se hizo una comida peruano-china muy interesante, el chifa”.
—Entonces, ¿se identifican los descendientes de población china en Perú como tales?
—En Perú también hay alemanes y austriacos que llegaron a finales del siglo XIX y surgieron como pueblo típico en la selva central de Perú, en Pozuzo. En el puerto del Callao hay muchos italianos, franceses también. Todos los descendientes de estos grandes grupos no nos sentimos chinos ni italianos ni españoles ni alemanes, sino que todos somos peruanos porque por ley quien nace en Perú es peruano y al final se da la fusión, nunca se remarca el origen. Yo no me identifico directamente con China pero la parte de la cultura china en Perú es de todos. Por ejemplo, usamos términos chinos. Al jengibre le decimos kion porque lo conocimos a través de ellos.
Desde Europa resulta en ocasiones verdaderamente difícil imaginarse la mezcla y la riqueza cultural de Perú. Su historia es también la de las consecuencias de procesos sociales tan agresivos como la colonización, que acabó por entremezclarse con la llegada masiva de inmigrantes de los cinco continentes. Explicar con palabras la realidad entre la inclusión y el racismo que allí se vive no es tarea fácil: “No digo que no existe el racismo, sí que se da. Por otro lado tenemos el legado de la colonia que ha dejado las divisiones socialmente muy marcadas. Tenemos un menosprecio por lo indígena, a pesar de que por otro lado se llena de orgullo por eso. No importan mucho sus derechos, no tienen mucho acceso. Se tiene esa estructura colonial, y la gente siempre aspira al estándar europeo”, explica Eriván.
Sin embargo, conforme continúa, la mirilla desde la que intento visualizar los escenarios, conocer las particularidades de Perú y sentir a su gente se va haciendo cada vez más grande. A la vuelta de su viaje, Eriván cuenta que lo ha pasado más tranquilo que cuando vivía allí. “Hay mucha calidez en la calle y en la gente, antes no me daba cuenta de eso. A la distancia estoy viendo lo que antes no veía todo el tiempo, la parte más agradable que siempre hay, el trato con la gente simple. Siempre va a haber alguien que te de una sonrisa, que te va a tratar bien. Si el taxista está escuchando una música y tú le hablas de lo que está escuchando te va a poner otra cancioncita. Son cosas muy simples que antes no percibía y que son muy bonitas y suceden todo el tiempo, más que los crímenes, y nadie quiere mostrar”.
La pintura de Eriván no es una idea, tampoco contiene un mensaje, es pintura. El propio acto de creación es el que guía al artista en su obra y lo conduce a pintar como cuando la sed le mueve hacia un vaso de agua. Eriván acerca sus manos a la mesa ante la que se sienta: “La pintura es cuando un material deja una huella, una mancha, una línea en la superficie y cómo vas colocando los colores ahí. Esta mesa es también como una pintura. Todo el proceso que ha tenido para llegar a este descascarado es el mismo”. Para Eriván, “en la pintura tienes algo que percibir, ver, acercarte, oler y en algún momento tocar si se puede, con cariño, para no dañarlo”, algo que no ocurre con una imagen impresa.
Su estilo no terminaba de encajar en Lima, donde “está todo tan conceptualizado y politizado, que si no tienes algún referente o mensaje no lo toman en serio”. Según sus palabras, en Lima “curadores y críticos no pueden ver una pintura y disfrutarla sin que haya un discurso, no saben cómo acercarse a un tipo de pintura que fluye sin ningún tipo de parámetro”. En cambio, para su suerte, siente que en Berlín hay más circuitos y modos de interpretar el arte, más opciones de que su trabajo se conozca y su pintura se consume.
Él no tiene una idea de lo que va a pintar cuando se enfrenta a un lienzo en blanco: “Uno tiene que pintar y la pintura por sí misma te va a llevar a algo. Simplemente comienzo y de repente empieza a formarse algo. Cuando he terminado, empiezo a ver lo que me está diciendo, lo que he encontrado, qué sensaciones tengo, qué comunicación se ha producido entre el cuadro y yo. Cuando pinto hay un encuentro entre lo que yo quiero y las circunstancias del momento. No solo yo meto una fuerza ahí, juego con lo que pueda pasar. Así es como trabajo: ver lo que puedo hacer al final con lo que hay”.
Eriván explica cómo produjo su obra Gotas, humo, etc.: “Voy tapando, poniendo, a veces no funciona como había querido. En el transcurso en que pongo capa tras capa empiezan a salir otras cosas, empiezo a definir otros detalles. Si hay errores es solo un reflejo del momento. Ocurren tantas situaciones durante un cuadro que un solo resultado sería como aplanarlo, como si todas las líneas se hubieran hecho en el mismo momento”. Y agrega: “Nunca nada está solucionado, siempre hay problemas, siempre tengo limitaciones y en base a eso tengo que sacar un resultado. Esta situación es la que me hace sentir bien como pintor”.
Este es su método de trabajo desde el año 1995. Precisamente, una alergia le hizo cambiar el óleo por el acrílico durante su carrera, aunque este hecho es solo otro de los tantos que se cuelan en su trabajo. Con su traslado a Berlín, tuvo que afrontar otro evento. Su obra cambió debido a los nuevos materiales que encontró en Alemania. Al comienzo, dio por casualidad con un acrílico mate que difería bastante del tono brillante que acostumbraba a usar. Aunque al principio no se sentía a gusto con los resultados, la experiencia y la improvisación le hicieron progresar desde aquella frustración de los primeros meses.
El taller donde trabaja Eriván es en realidad una modesta y pequeña Ferienwohnung en el límite entre Berlín y Brandenburgo, a escasos minutos andando de su casa. Acompañada de árboles y abrigada por un lago al que a menudo se acerca con su familia se encuentra esta casita de una pareja de ancianos. Unas pegatinas de la DDR sobre el papel de pared desgastado conviven allí con un fuerte olor a tabaco. Una vecina le prestó el espacio en desuso para celebrar el cumpleaños de uno de sus hijos y más adelante terminó ofreciéndole la llave para que lo usara como taller. A Eriván le fascina estar en un sitio que alguna vez estuvo habitado y donde se pueden observar las marcas del pasado. En cierto modo, es como si hubiesen congelado el tiempo y hubiesen suprimido a los que habitan ese lugar, dejándolo todo como estaba, “restos de lo que fue, que en algún momento tuvieron intenciones buenas”, bromea.
En el suelo se reparten las telas con cierto sentido del orden. Cuando se observan, la sensación es parecida a la que produce la casa: en algún momento han suprimido a Eriván de esa habitación, dejándolo todo como estaba. Es decir, a la espera de que Eriván, más que continuar el trabajo, vuelva a pulsar el botón que reanuda su actividad creadora. Su pintura es difícil de describir, pero al mismo tiempo resulta altamente reconocible. Sus colores vivos y brillantes se mezclan en una danza del azar, donde ningún elemento es puramente referencial, sino un impulso instintivo.
—Me llama mucho la atención la gama de colores, ¿has investigado las combinaciones cromáticas?
—Yo no pienso mucho en lo que pueda ser correcto o en la armonía de los colores porque siempre me guié por la intuición. El nivel educativo no era muy bueno en la escuela, aunque al final teníamos el espacio y la libertad para hacer cosas y ahí me desarrollé. No tuve parámetros como las paletas, yo me guiaba por lo que creía. Nunca he tenido ese miedo de poner colores y por eso vas a notar que siempre tengo mucho blanco porque es mi solución a cualquier error: si algo no está bien lo cambio, no me importa si cubre mucho porque también esa característica me sirve. Puede que logre mandarlo a otro plano cambiándole la intensidad y pongo otra cosa y al final veo qué va quedando. Es como si tuviese un espacio limitado pero muy profundo. Con el blanco puedo colocar capas y capas hasta que llega la última, la que la gente ve.
—Ciertamente, en tu pintura hay muchas capas…
—Sí, como es improvisación no hay una idea que se manifieste sino muchas que van a cohabitar. Pongo elementos, le saco otros, voy viendo cómo se da ese balance. Me gusta trabajar en formatos grandes porque así tengo espacio para desarrollarme, en espacios pequeños se me acaba la diversión muy rápido. Los cuadros podrían ser infinitos, podrían durar el tiempo que uno quiera.
En Lima, Eriván también formaba parte de una banda de música creada entre un grupo de amigos. Su leitmotiv era “improvisar por una o dos horas y grabarnos, como parte del estímulo para crear”. Como en su pintura, aquí se trataba de “tocar sin saber tocar y, por momentos, que salgan cosas que suenan bien y se arman bien”.
La última acción que llevó a cabo en Berlín le brindó la oportunidad de fusionar música y pintura. El pasado mayo, improvisó una pintura en un centro cultural de Prenzlauer Berg, en la que compartió espacio y tiempo con músicos que interpretaban jazz en directo. Lo que produjo durante el concierto fue tan solo “una muestra de todo su proceso”, ya que aún continuaba pintando días después. En su taller, siempre pone música y así aprovecha para escuchar las grabaciones de Don Perrito. “Mientras pinto estoy siempre escuchando música y va muy bien, es un maridaje perfecto, como si comieras espaguetis y le pones queso”.