Han pasado meses desde esta entrevista. Mi viaje a Chile se alargó y al volver a Berlín en tiempos de coronavirus da para reencontrarme con ella, hacer espacio entre mis hijas que demandan atención constante y recordar con nostalgia (y aún más consciencia en esta cuarentena obligatoria post vuelo) el olor y la humedad del bosque después de la lluvia de un día a finales de enero y la paz que trae.
Con Eva Martín Cueva (Madrid, 1976) caminamos a paso ágil alrededor de 12 kilómetros en el bosque de Grunewald, ubicado al oeste de Berlín, cerca del río Havel. Tiene una extensión de 3.000 hectáreas y es la zona más verde de la capital. Mientras conversábamos el viento se metía en la grabación, así como el bosque, que sutilmente permaneció en nuestras venas durante horas.
Eva es trabajadora social y terapeuta de bosque y toda su vida laboral ha estado ligada al medioambiente y la educación. Es la primera mujer que conozco que ha estado en contacto directo con lobos. Tiene claro que la naturaleza ha sido una fuerza impulsora en su carrera y que la respuesta a su búsqueda personal y laboral no está entre cuatro paredes.
Lleva en Berlín doce años. Su primera visita formó parte de un viaje con amigas en coche desde Holanda. En la capital alemana conoció al padre de su hija, del que está separada actualmente. Si bien después volvió a vivir a Madrid, en el año 2008 (cuando su hija tenía cuatro meses) se mudaron a Berlín. El plan era quedarse un par de años, disfrutar del mayor tiempo de maternidad y aprender alemán.
Durante nuestro recorrido tratamos diversos temas: la relación del hombre con la naturaleza y su desarraigo, la vuelta al hogar primigenio, la importancia de nombrar y distinguir en el bosque, los terpenos y su acción en el sistema inmune, su rol como educadora con los niños… En Madrid Eva había trabajado, entre idas y venidas, catorce años en el Centro de naturaleza de Cañada Real, cuyo fundador fue José María Blanc y en donde, durante tres décadas, hasta comienzos de 2020, los visitantes podían pasear junto a distintos ejemplares de fauna ibérica. Eva ha tenido la fortuna de reinsertarse aquí en lo que le apasiona, trayendo sus años de conocimiento y experiencia en conservación y educación. Actualmente trabaja con niños en la Kita Rabenkinder, en Ostkreuz, donde lleva un programa de salidas al bosque. Además, hace terapias del bosque con adultos y es parte de la primera generación de terapeutas de este tipo en Alemania.
Mientras escribo susurra a mi oído la frase “verde que te quiero verde”.
¿Por qué me citaste en el Grunewald?
Porque vamos a hablar de bosques y qué mejor que estar en uno de ellos. Éste es el más grande de Berlín y es muy especial porque encontramos distintas áreas: zonas de pinos, zonas con hayas, también hay agua, el lago Teuffel y un Sandgrube [arenal] con arena y charcas grandes. Este bosque nos ofrece muchas posibilidades de interacción, además en él habitan muchos animales, como jabalíes, corzos, zorros, tejones, martas y una gran variedad de aves. Tiene mucha diversidad, esto permite trabajar muy bien.
¿Siempre vienes al Grunewald a hacer terapia? ¿Es tu referente o simplemente te queda cerca de la casa?
No queda cerca de mi casa, vivo en Kreuzberg, pero es uno de mis bosques favoritos. Lo considero especial, tal vez porque es el que más he caminado y paseado y uno aprende a amar lo que conoce bien.
La gente normalmente está metida en ciudades y nos cuesta salir al bosque. Frases típicas son: “Me da pereza”, “No, es que hace frío” o “Es que llueve”. Sobre todo, en lugares del norte Europa, que son más fríos, hay menos horas de luz y los inviernos son más largos. Sin embargo, cuando salimos al bosque, la montaña o la playa, nos fascina darnos cuenta que somos una parte de la naturaleza. Cuando respiras y te llenas de ella, ves que hay otras vidas más allá del consumismo. Tú traes al bosque a un niño que está acostumbrado a jugar en un pequeño parque de la ciudad y, de repente, siente un mundo que se abre ante él, porque el bosque es grande: puede recoger piedras, jugar con hojas, subir a los árboles…, y eso da sensación de libertad. Con los adultos pasa lo mismo, con todo ese input que recibimos de las calles llenas de negocios, luces de neón, música… De repente llegan a este templo de calma, da igual la estación del año que sea, y comienzan a sentir emociones a veces difíciles de describir con palabras.
¿Trabajaste siempre en algo relacionado con el medioambiente?
Yo soy trabajadora social, pero desde el primer año de estudio empecé a trabajar en el Centro de naturaleza de Cañada Real, ubicado en Peralejo, cerca de El Escorial. Estaba fascinada tanto de poder trabajar con animales salvajes en proceso de recuperación como con los niños y estudiantes de institutos y universidades que venían allí para conocer más de estos animales y de la flora de la sierra madrileña.
Cuando terminé de estudiar la carrera, aunque participé en un proyecto con Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) y me gustaba trabajar con temas sociales, me quedé con la naturaleza. Trabajar en ella me daba armonía y el poder combinar el trabajo con animales y las rutas guiadas de fauna y flora con los grupos lo convertían en un trabajo ideal. Realmente yo siempre he tenido problemas con trabajar entre cuatro paredes, necesito los espacios grandes, el verde, los árboles y la vida a mi alrededor. Poco a poco, me fui tirando para este lado, formándome en ese centro y en otros estudios privados.
¿De dónde viene la génesis de este contacto tuyo con la naturaleza, esa sensibilidad?
Mi madre siempre ha sido muy amante de la naturaleza. Le encantaba llevarnos cuando éramos pequeños de excursión al campo, con sus guías de fauna y flora a buscar insectos e identificar los diferentes árboles. Mi padre nos llevaba al río. Junto a mis dos hermanos, crecimos en contacto con la tierra y con el interés de saber de ella. Así que sí, viene desde niña. Pero conocer el Centro Cañada Real fue un cambio total en mi vida: ir al trabajo perfecto, en la naturaleza, con animales, respirando aire puro… Y poderlo convalidar con los estudios en la universidad y con un ambiente laboral agradable y divertido.
¿Cuáles eran tus funciones?
Nuestro trabajo era sobre todo la pedagogía, tanto de niños pequeños, como de jóvenes o estudiantes universitarios que estaban, en algunos casos, haciendo algún tipo de investigación. Los llevábamos de ruta por una senda, uno de los puntos más esperados era la zona de los lobos, un hermoso animal que provoca respeto, admiración y, a veces, un poquito de miedo…. Concienciábamos de lo importante que es la biodiversidad. A los niños les explicábamos que hay historias infantiles, como Caperucita Roja o Los tres cerditos, en las que el lobo se lleva el peor papel [ríe] y tampoco es así, porque es un animal adorable y no se le ha dado el reconocimiento que se merece.
La otra parte del trabajo era cuidar a estos animales. Darles de comer, limpiar las instalaciones, curarlos si estaban heridos, siempre bajo las indicaciones del coordinador biólogo del centro. A Cañada Real llegaban a veces animales heridos o en una mala situación que habían sido recogidos por la Guardia Civil. Tenían que ser reconocidos por un veterinario y había que arreglar las instalaciones lo mejor posible para estos animales en cautiverio porque no todos ellos iban a poder recuperar la libertad.
«La naturaleza nos inspira, nos relaja. Incluso en invierno: tienes el musgo verde, puedes tocar las texturas de los troncos, las hojas en el suelo…, es vida.»
Hablando del respeto, ¿cómo lo hacías trabajando con los lobos? En mi imaginario, lo encuentro peligroso. ¿Cómo te acercabas a ellos, entrabas en cuatro patas?
[Ríe abiertamente.] En el centro de naturaleza los lobos tenían su propio espacio vallado. Nosotros les dábamos de comer y, si tenían algún tipo de lesión, se la tenías que curar. Tenías que sacar un poco de agallas y coraje y ganarte la confianza y respeto del animal. Los lobos tenían también sus propias camadas en el centro, por lo tanto, era importante establecer un contacto entre el cuidador y el lobezno. Al menos en España, sé que en otros países lo hacen de forma distinta. Nosotros teníamos contacto con ese lobo pequeño.
O sea, estamos hablando de generaciones.
Sí, porque en España no estaba permitido soltarlos. Un lobo que ha estado en contacto continuo con el hombre y se ha criado en cautividad no puedes reintroducirlo porque ya conoce al ser humano y se puede acercar sin miedo. Nosotros queremos que el lobo se alimente de los animales salvajes como el jabalí o el ciervo y no tenga que acercarse al hombre y a su ganado. Pensamos en conservar.
Hay un proyecto en el parque Nacional de Yellowstone que comenzó hace algunos años con la reintroducción de lobos en su zona, donde antiguamente habían sido exterminados. Con esta reintroducción volvieron a crecer los árboles y mejoró la flora en general. Porque, claro, el lobo se alimenta de ciervos y otros herbívoros que hasta entonces no tenían apenas depredador. Los nuevos árboles tenían pocas posibilidades de sobrevivir ante tanto herbívoro voraz. Además, la falta de árboles y plantas favorecía una mayor erosión del terreno, los ríos se estrecharon y la corriente se hizo más fuerte. El lobo ayudó a recuperar el equilibrio del parque. El río se ensanchó y, con la nueva vegetación, por supuesto, llegaron animales que habían abandonado esa zona en el pasado. Todo es un conjunto y el lobo tiene un papel importantísimo en la naturaleza.
¿Cómo establecías contacto con los lobos?
Se va estableciendo poco a poco, aprovechando los momentos de la alimentación y cuidado del animal. Hay mucho contacto visual con el animal y, al igual que con los humanos, hay unos más sociables que otros. Mira, por ejemplo, mi hija el primer animal que tuvo entre sus brazos fueron dos lobeznos. Ella tenía unos seis meses, nosotros ya estábamos en Berlín, aunque yo seguía viajando mucho a Madrid. Los lobeznos habían sido separados de los padres para intentar sociabilizarlos y luego volverían con el grupo. Ese proceso formaba parte del protocolo de seguridad que se seguía allí. Ante estas experiencias que te marcan como persona, aprendes a amar en general a todos los animales. Lo que pasa es que el lobo simboliza mucho para nosotros, es un animal poderoso en muchos sentidos.
También recuerdo en especial a un buitre aleonada que se llamaba Nicolás, cuya envergadura de sus alas abiertas era de unos dos metros y medio. Cuando hacías una ruta con visitantes, muchas veces él iba caminando a tu lado. Ese buitre estaba allí porque había recibido un disparo en el ala y no podía volar, del mismo modo no lo podías liberar porque sería presa fácil de un depredador.
Llevamos más de cuarenta y cinco minutos tomando senderos. De repente el bosque se me desdibuja, pendiente como estoy de la voz de Eva y nuestra conversación.
¿Puedes describir dónde estamos?
Tenemos bastantes robles, en segunda línea nos encontramos con pinos, a nuestra izquierda tenemos hayas, que son las que tienen la corteza más plateada. Aquí todos los árboles son de hoja caduca menos el pino, que es de hoja perenne. Como son muchos, son chiquititos, porque crecen juntos y tiran para arriba para aprovechar los rayos de sol.
¿Pudiste trabajar como asistente social aquí? ¿Cómo lograste reinsertarte laboralmente?
Yo no pensaba volver al trabajo social, ya que llevaba muchos años en el tema medioambiental y en mi cabeza no estaba esa opción. Lo que hice fue maravilloso, tengo que decir: pedí unas prácticas voluntarias en una escuela del bosque, la Waldschule, de Plänterwald. Me recibieron con los brazos abiertos. Yo quería conocer cómo se trabajaba en los centros de naturaleza en Alemania. La diferencia es que ellos no se ocupan de la recuperación de animales salvajes como en Cañada, en realidad se parecen en algunos aspectos a lo que en España llamaríamos “centros de interpretación de la naturaleza”. Tienen unas casitas donde acogen a los estudiantes o los niños y les muestran animales disecados para que conozcan las especies que existen en los bosques de la zona de Berlín y Brandeburgo, y después salen a dar un paseo con los visitantes a buscar huellas y rastros en el bosque.
Muchos de ellos son forestales que se han especializado en lo que se llama Wald Pedadogie (pedagogía del bosque) para poder transmitir esos conocimientos a los niños. A los niños les explican las características más importantes de los animales de la zona, por ejemplo: “Este es el zorro, su alimento favorito son los ratones, viven en zorreras, etcétera”.
Yo podía replicar lo que había hecho en España y aprendí muchísimo de cómo se trabajaba aquí. Pude hacer proyectos de semanas temáticas en español con escuelas bilingües, como el colegio Joan Miró y la Hausburgschule. Estos proyectos me permitieron cobrarlos como autónoma. Estoy muy agradecida, para mí fueron los primeros pasos en el mundo laboral aquí y también me sentí reconocida. Fue una muy buena experiencia porque pude conocer los bosques alemanes y los métodos para impartir clases que utilizan aquí.
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Cuando pensamos en Berlín, resalta el verde de su ADN. Es una ciudad rodeada de parques, bosques, reservas naturales, lagos, los ríos Spree y Havel, los canales de Pankow y Teltow, entre otros, y los Kleingärten (pequeños jardines), arriendos de terreno no habitacionales para cultivar, disfrutar el aire libre y trabajar la tierra. Destruida en la Segunda Guerra Mundial, dividida y quebrada económicamente después, Berlín no puso freno al avance de la vegetación, había decisiones políticas más urgentes para la recuperación social y económica. Hoy en día la naturaleza parece haberse adueñado del terreno. De hecho, un 46 por ciento del área total de la capital es agua o espacios verdes; hoy cuenta con 2.500 parques, jardines y bosques públicos. Los accesos son abiertos para todos, la ciudad y sus alrededores inmediatos están para ser disfrutados e incluso no es raro encontrarse con un zorro, un mapache, puerco espines o lechuzas en plena calle o en el jardín de tu casa.
¿Las especies aquí en Alemania son parecidas a las españolas?
Sí. Hay algunas especies diferentes, pero no son del todo desconocidas. Lo que sí puedo decir, es que aquí he conseguido encontrar más fácilmente huellas y rastros de animales, a pesar de que estamos cerca de la ciudad. Por ejemplo, del tejón. Me he encontrado con un montón de tejoneras.
Hablemos de la cercanía, por ejemplo. Yo, en Chile, para ver un bosque nativo tenía que ir a la cordillera o viajar al sur. Acá en treinta y siete minutos con transporte público desde mi casa estoy en el Grunewald. También admiro la vinculación que tiene Alemania con la naturaleza. ¿Qué te parece a ti esto?
A mí esa parte siempre me ha fascinado. Los tenemos cerca y son accesibles. En España, normalmente necesitas un coche para llegar a un bosque determinado. Sin embargo, aquí, en la ciudad, todo el mundo tiene esta posibilidad. Desde pequeños, inculcan a los niños los valores respecto al cuidado de la naturaleza y los conocimientos de fauna y flora. A mí me sorprendió que desde pequeños los centros infantiles les provean a los niños de días en el bosque, lo que se llama Waldtag. Que sea fácil de organizar, que los padres estén súper entusiasmados con estos proyectos y que se hagan independiente de que llueva o nieve.
«Un baño en el “éter” del bosque, además de fortalecer nuestro sistema inmunitario, baja el ritmo cardiaco y la tensión arterial, ayuda a dormir mejor y sube el ánimo.»
Como yo no pude seguir en los proyectos con la Waldschule debido a que era una economía inestable para mí, creé una pequeña empresa que se llamaba El bosque amigo. En esa época, hacía rutas y talleres para niños. En principio estaba enfocado para niños de colegios, pero surgió que las Kitas [jardines infantiles] también estaban interesadas.
Por casualidades de la vida, a través de una amiga, empecé a trabajar en la Kita Rabenkinder, en la que estoy hasta el día de hoy y en la que, con el paso de los años, he creado mi propia área de trabajo. Dos veces a la semana salgo con grupos reducidos de entre seis y ocho niños. Eso es maravilloso porque conoces a los niños en un ambiente diferente. Los sacas de la ciudad y los llevas a disfrutar entre los árboles, los niños tienen muchas preguntas sobre los insectos, los pájaros, las plantas… Se crea un interés y una necesidad de conocimiento a partir de sus propias observaciones.
Mi miedo era que yo nunca he querido trabajar entre paredes…, necesitaba encontrar un trabajo cercano a la naturaleza. Yo modelé mi puesto, puedo aportar al centro educativamente hablando y sentirme a gusto, feliz de despertarme e ir a trabajar con la combinación perfecta de educación y medioambiente.
Eva se detiene. Ha visto huellas frescas al haber llovido en la noche anterior. Me aclara: “Éstas son de jabalí, aquí hay de tejón. ¡Mira el tamaño! Aquí hay de liebres en movimiento [yo calculo aproximadamente de diez centímetros]. A lo mejor tenemos suerte, una vez me encontré con un grupo de liebres y eran enormes, parecían perritos pequeños”.
¿Tuviste que aprender mucho más de lo que sabías estando acá y teniendo cuenta que no era tu país?
Siempre tienes que estar aprendiendo más porque en cada lugar se trabaja de forma diferente y hay registros distintos. Además, no soy bióloga. Entonces siempre me tengo que estar formando para ampliar mis conocimientos. Eso me gusta. He sido muy autodidacta y también he tomado cursos y he aprendido de buenos profesionales. Cuando tengo alguna duda respecto a huellas o lo que sea, consulto a alguien.
¿Hubo algún tipo de vuelco? Tengo la sensación de que eres un espíritu inquieto y siempre estás descubriendo, desde tu paso por la escuela de bosque, a desarrollar tu propio proyecto y luego encontrar tu lugar con tus aspiraciones en un centro educativo. ¿Cómo llegaste a la terapia del bosque?
Lo descubrí por una buena amiga, Marvi, porque publicó (no recuerdo bien si en Facebook o en algún círculo de amigas) un artículo sobre el Shinrin Yoku o los Waldbaden, en español serían los baños de bosque. Cuando lo leí me dije ¡genial! Me pareció súper interesante cómo está enfocado el recurso del bosque para la sanación y el bienestar de las personas en todos los niveles.
Fue sólo leer un artículo y entrarme ganas de conocer más de cerca este tipo de terapias. Googleando e investigando descubrí que en Alemania se iba impartir por primera vez un Weiterbildung, un curso de especialización, de Waldtherapie [terapia de bosque]. Lo vi y dije esto es mío, esta formación la tengo que hacer.
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Eva estudió en la Europäischen Akademie für Biopsychosoziale Gesundheit, Naturtherapien und Kreativitätsförderung (EAG), ubicada en Hückenswagen, al suroeste de Alemania. Durante dos años y medio viajó cada dos meses, de viernes a domingo, para instruirse.
La práctica del Shinrin Yoku fue creada en 1982 por la Agencia Forestal de Japón. Está inspirada en las tradiciones sintoístas y budistas que promueven la comunicación con la naturaleza a través de los cinco sentidos. Nació como una forma de respuesta al alto índice de estrés debido a la gran competitividad y para utilizar la superficie de bosques maduros de la isla, que llega al 35 por ciento de la superficie total de Japón. Existen 48 centros oficiales en Japón y esta tendencia ha llegado a Europa, especialmente a España, en donde se aúna con iniciativas de conservación de bosques y desarrollo sostenible.
¿Cuál es la diferencia entre el Shinrin Yoku y la terapia del bosque?
El Shinrin Yoku o baños del bosque es realmente, en vez de bañarse en agua [ríe], para hacer una metáfora clara, bañarse en la atmósfera del bosque. Eso lo puedes hacer caminando tranquilamente en un bosque, como lo estamos haciendo ahora nosotras, con ejercicios de respiración y relajación. Eso lo puedes hacer tú sola.
En cambio, en la terapia de bosque siempre estás acompañado de un terapeuta que te está guiando. Éste elige el tipo de bosque. Por ejemplo, la gente que tiene problemas respiratorios se favorece con el bosque de coníferas. Sin embargo, si estás tratando prevención de depresión, los bosques de coníferas no son el ideal, su forma lánguida como la del abeto puede inducir a la melancolía. Existe una entrevista previa en la que la terapeuta puede conocer tus necesidades y hacer un Beratung o asesoramiento.
Uno de los puntos más importantes de esta terapia que la diferencia con el resto es que mueves a la gente del sillón. Ya no lo estás tratando en un sofá o en un diván, si no que estás saliendo al mundo natural, y no a la ciudad. La naturaleza nos inspira, nos relaja. Incluso en invierno: tienes el musgo verde, puedes tocar las texturas de los troncos, las hojas en el suelo…, es vida. Eso ya en sí da puntos en una terapia, es lebendig [en estado vivo]. Sacar a la gente fuera a que se mueva y crear interés sobre las cosas que están frente las narices y que no vemos.
¿Qué aporta esta terapia?
El día a día de nuestras vidas suele estar acompañado de muchas situaciones de estrés, de mucha actividad con pocas pausas, y esto lo sufrimos normalmente más los que vivimos en grandes ciudades. Nuestra salud a nivel general se puede ver resentida. Y me estoy refiriendo tanto al bienestar físico y nuestra vitalidad, como al bienestar emocional, que afecta a nuestro estado de ánimo, mental y social.
Los baños de bosque que realizamos durante las terapias nos ayudan a nivel físico a reforzar el sistema inmunitario, gracias a los terpenos que inhalamos en los paseos por el bosque. Los terpenos son los componentes principales de las fitoncidas, las sustancias químicas o aceites naturales de las plantas. Darnos un baño en el “éter” del bosque, además de fortalecer nuestro sistema inmunitario, aumentando la actividad de las células anticancerígenas, también baja el ritmo cardiaco y la tensión arterial, ayuda a dormir mejor y sube el ánimo, entre otros de sus múltiples beneficios.
Y si este baño en el bosque está guiado por un terapeuta que va acompañando a la persona con ejercicios respiratorios y sensoriales para sacar el máximo partido del bosque, pues se convierte en una experiencia inolvidable y sanadora.
Como ves, no son pocos los beneficios. Del lado espiritual, personalmente, nunca me olvido. Es una sensación maravillosa estar rodeada de árboles y volverse a conectar con la naturaleza. De una terapia de bosque uno sale revitalizado, con la mente más clara y el corazón alegre y optimista.
¿Quiénes podrían beneficiarse con esta práctica?
Esta terapia la pueden aprovechar muy bien, por ejemplo, la gente que vive muy estresada en su trabajo y busca un desahogo, las personas que necesitan salir de su rutina diaria y, por supuesto, todo aquel que quiera reforzar su sistema inmunitario. Puede ser individual, si está en un momento de melancolía y prefiere realizarlo sola, pero también se puede hacer de manera grupal. Sumados a los beneficios propios de la terapia, tiene la ventaja de trabajar la parte social, al compartir con otras personas, lo que lo hace muy enriquecedor.
¿Cuál es tu rol ahí como terapeuta? ¿Es el silencio, la compañía amorosa o dar dinámicas?
Cada grupo es un mundo diferente, con diferentes necesidades. En nuestras terapias hay muchos minutos de silencio porque también hacemos meditación en el bosque o green meditation. Pero también hay momentos de intercambio de sensaciones y emociones y, en muchos momentos, las palabras sobran y nos dejamos embriagar por los sentidos.
Para mí es muy importante que la gente conozca lo que hay el bosque, sus árboles, sus animales… Hay tiempos de breves pausas donde voy hablar de algún árbol en especial y sus características. Si se nos cruza un animal en nuestro camino, no puedo obviarlo, porque personalmente para mí es importante que se conozca lo que se tiene delante y ponerle un nombre, porque ahí también lo empiezan a valorar.
Ponerle un nombre a las cosas. Cuando uno la identifica, ya hay otro tipo de relación, ya no es solamente una masa uniforme
Exacto, ya forma parte de ti.
¿Ya terminaste esta formación?
Sí, terminé el Weiterbildung hace un par de años. Podemos decir que pertenezco, junto con mis compañeros de estudios, a la primera promoción de terapeutas de bosque impartida por la EAG.
A los profesionales que nos dedicamos a la Waldtherapie aún nos queda un camino por recorrer. Hasta que nuestras prestaciones sean reconocidas por los seguros médicos y que, de esta manera, todas las personas puedan acceder de forma gratuita a esta terapia tan beneficiosa. En países como Japón, este tipo de terapias ya están incluidas en los servicios sanitarios.
¿Cómo ha sido poner este estudio a la práctica?
Ahora mismo es un comienzo. Mi proyecto es lanzar esto y dar seminarios junto con otros profesionales sobre temas tan interesantes como la prevención de la depresión o el refuerzo del sistema inmunitario. De momento estoy enfocada al público hispanohablante, puedo comunicar y transmitir mejor la información en mi lengua materna. Todo lo estoy construyendo poco a poco porque mi trabajo en el centro educativo infantil me gusta, aunque quiero dejarme espacio para abrir, desarrollar y llegar a más gente.
Está todo creándose. He realizado, por ejemplo, dos seminarios en la Universidad de Eberswalder, con una parte de teoría y una práctica para dar a conocer la Waldtherapie. A mí me encanta transmitir conocimientos sobre estos temas tan vitales y he tenido muy buen feedback. Sería un gran avance que los ingenieros de bosques pudieran diseñar y planear diferentes áreas terapéuticas dentro de un bosque para que sean más sanadores de lo que son ya.
¿Hay mucha demanda?
Todo se está moviendo muy rápido. Se ha movido sin que yo haya hecho publicidad, lo que me hace pensar que es una necesidad social. La gente está demandando encontrase a sí misma, relajarse y reducir el estrés del día a día en un entorno natural. Somos parte de la naturaleza y esta atmósfera del bosque nos llena más que una ciudad con suelos de cemento.
Los terapeutas no tenemos una varita mágica, es un trabajo personal el que se tiene que realizar para mejorar uno mismo su calidad de vida. Nosotros acompañamos para que el viaje se haga más ligero y volvemos a reenganchar a la persona con la naturaleza para que disfrute de sus beneficios. Ante una enfermedad no podemos eliminarla, pero podemos mejorar la calidad de vida del enfermo.
¿Cuántas veces hay que ir al bosque para experimentar una mejoría o bienestar?
Se recomienda como mínimo dos horas a la semana un paseo en el bosque. En el caso de Berlín, es muy accesible, por lo que ya hemos conversado.
Para mí recoger a una persona en estado de ansiedad y sintiéndose fatal y dejarla después de un par de horas en el bosque en un estado de relajación completo es una satisfacción personal tremenda. Es un regalo.