TEXTO: KAREN ALMENDRA BYK
FOTOS: MICAELA MASETTO
Abril de 2020
El nombre Jennié, en realidad, no existe. Así comienza mi conversación con Judith Garay (Buenos Aires, 1972), a cuya madre le negaron el nombre deseado en el Registro Civil, pero igualmente siguió utilizándolo en la vida privada. Jennié, con acento en la é y sonido /sh/.
Después de un par de años de mantener una relación a distancia con un alemán, decidió probar suerte con él en Berlín en enero de 2013 y, aunque ese vínculo se terminó poco después, Jennié se quedó. Entusiasta lectora, desde chica canalizó su espiritualidad y sentido de misión (“por Urano en cuadratura al Sol”, me explica) en el estudio. Conoció la filosofía de Sócrates a los diez años y desde entonces no paró: es licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires; realizó numerosos cursos de posgrado, entre ellos Medicina del Estrés, Psicoterapia Cognitiva, Clínica de la Depresión y Psiconeuroinmunología. Estudió el profesorado de Yoga en la Fundación Hastinapura y Astrología en Casa Once, ambas en Buenos Aires. Completó cursos en meditación trascendental, reiki, yoga Nidra y sanación de chakras.
Pero esa tradicional disyuntiva entre aprender de la experiencia o aprender de los libros no la interpeló: ella combinó su pasión por el estudio con sus experiencias de vida, siempre dialogando entre sí. Historias personales que hablan de conceptos y problemáticas de nuestra cultura, así nos comunicamos durante esta conversación y así construye su método de trabajo. Basado en la terapia cognitivo-comportamental, incluye herramientas de todas las disciplinas que constituyen su formación, incorporando psicología y espiritualidad y ofreciendo sus experiencias personales.
Lo primero que conocí de Jennié fue su blog Allow Love Free, donde comparte anécdotas de su vida que la llevaron a reflexiones sobre los vínculos.
Soy una entusiasta de la no-ficción pero me pregunto, ¿cómo hacés para incluir en los relatos a las personas de tu vida? ¿No se te han ofendido?
Yo me di cuenta de que no tengo ningún problema en hablar de mi vida porque he aprendido tanto de las experiencias buenas y malas, que siempre creo que compartir es una oportunidad de ayudar a otro. Desde un lugar de proceso de aprendizaje, no desde verdades. Todo lo que cuento de mis padres nunca lo sentí como un secreto o algo que no debiese contar; igualmente no eran muy cibernéticos tampoco. Ahora soy más cuidadosa porque me doy cuenta de que no todos son tan abiertos y no quiero herir susceptibilidades implicando a otras personas. Por eso frené un poco con el blog. Prefiero basarme en mi experiencia personal y hablar de los demás de una manera más abstracta.
Contás en el blog que desde muy chica empezaste a hacerte preguntas relacionadas con los roles de género y el matrimonio. ¿Por qué? ¿Cómo atravesabas este cuestionamiento a una edad tan temprana?
Veía la relación de mi mamá y mi papá y veía que tenía frente a mí a dos personas infelices. Infelicidad, punto. ¿Cómo puede ser que sigan juntos? ¿Por qué eligen la infelicidad? ¿Por qué mamá grita, por qué está tan enojada? Hacía un paralelismo entre lo que veía en mi casa y las telenovelas típicas que veían mi mamá y mis hermanas: machismo y competencia entre mujeres para conquistar un hombre. Desde chica decidí que no quería ser una mujer que se rija por estos valores.
A los diez años escribí en mi diario íntimo: “Yo no me voy a casar nunca, no voy a tener hijos nunca”. Veía que a eso estaba asociado un profundo sufrimiento y una competencia constante entre mujeres. Por otro lado tenía a mi mamá que no pudo estudiar. Amaba profundamente el tango y tuvo que abandonarlo cuando se casó porque en esa época una mujer casada no iba a la milonga. Fue muy triste para ella, y nosotras lo percibimos. Nos crió con dos mensajes contradictorios: “Cásense con un hombre que les dé todo y las tenga como reinas” versus “¡Estudien! ¡Sean independientes!”. Escuchaba esos dos mensajes y me decidí por el segundo.
¿Encontraste algún espacio de apoyo?
De chica nunca sentí que tenía los mismos intereses que la gente de mi idead. Muy Saturno en la casa 12, no sentirte identificada con tu grupo etario. Siempre me apoyé mucho en los libros. Mi primer referente en la espiritualidad fue Sócrates: una espiritualidad muy lógica. Buscábamos con mi hermana todos los libros de la biblioteca que tuviesen diálogos y los representábamos; así encontramos los diálogos de Platón. Yo tenía diez años y siempre hacía de Sócrates. Siempre tuve la intuición de que había algo más grande y de que esa idea de “solo sé que no se nada” era muy importante para hacerse preguntas. Yo TODO lo pongo en cuestión. Si preguntás por todo, siempre llegás a un punto donde algo no podés explicar. Y mi espiritualidad siempre se basó en eso, en preguntar. ¡Pesadísima con los profesores! Mi mamá no tenía educación y entonces muchas veces no podía explicarme las cosas, entonces me decía “vos lee el libro desde el principio”. Así me acostumbré.
En otro de los textos del blog compartís el momento en que entendiste que no es que tu papá “no te quería”, sino que te quería de una manera distinta. ¿Hay diferentes maneras de amar? ¿Cómo fueron tus roles maternal y paternal?
Mi mamá no tuvo ningún tipo de amor. Primera de ocho hijos, creció en la montaña con la abuela, una católica que la hacía rezar arrodillada sobre maíz. Siempre estuvo solita, no sabe lo que es el amor y la consideración. En mi adolescencia me convertí en lo que ella quiso de mí: fui la hija y estudiante perfecta, me reprimí gran parte de quien era para evitar que me cagara a trompadas como a mi hermana.
A mi papá lo pude rescatar un poco más tarde, entender que con él podía tener un tipo de relación diferente, de más apertura y más diálogo, aunque eso claro que no era cotidiano: él era muy ausente, volvía de trabajar y se tiraba a mirar la tele y dormir. Pero en esa ausencia había un espacio para que yo pueda ser. No es que no me ama, me ama de otra manera. Esto lo entendí, igual, un poco más tarde. En ese momento todo mi cerebro estaba cableado para repetir los errores de mis padres. Inconscientemente, claro.
Pienso en las historias de mis viejos y podría escribir un libro de García Márquez. Soy hija de una persona que vivió en circunstancias más parecidas a la Edad Media que a la vida que tengo hoy. Por eso estudié psicología, para hacer las paces y comprender la locura de mis padres.
En tu blog hablás mucho también de la idea de amor libre. ¿Lo incorporás en tu vida personal? ¿Cómo fue, después de tu experiencia familiar, tu deseo de construir tu propia familia?
Hice muchísimas investigaciones respecto del amor libre. Lo descubrí en 2011. A partir de Laura Gutman llegué a Casilda Rodrigáñez Bustos, que habla de sociedades matriarcales donde se practicaba el amor libre. Pero en mi propio ser me encontré con que me resulta muy fácil practicarlo cuando no estoy enamorada. Ahora, cuando me enamoro, soy monógama a full: no tengo ojos para otro hombre. Me sale ese Capricornio súper leal y Pluto cúspide en casa 4. Entendí que tengo que respetar lo que brota de mi naturaleza cuando me enamoro de alguien: un amor tan intenso que realmente no quiero estar con nadie más. Creo que esa pasión viene un poco de mi vieja, ella estuvo enamorada de mi papá hasta último momento, apasionada hasta el punto de llegar al sufrimiento. Ese extremo ya no me gusta y estoy tratando de construir un amor más saludable, pero me doy cuenta de que naturalmente me brota un amor intenso y monógamo que es más fuerte que los conceptos que pueda construir con la cabeza. Pero, a pesar de haber estado súper enamorada, siempre el tema de no tener hijos y de la justicia y el mundo venían primero. Hoy pienso que, si llegase un bebé, estaría contenta. Recién hoy, a los cuarenta y siete años, puedo abandonar mi cabeza y los conceptos y dejarme llevar por el amor. Antes nunca había querido formar familia en el sentido [de tener] hijos.
“Nos estamos desconectando
de lo más básico que significa ser humano:
un ser que puede morir y ser dañado”
Salvo en el 2011: estuve en un proceso terapéutico muy profundo y vino el deseo de un bebé. Probé con mi marido, pero a los dos meses me hice una ecografía y el bebé estaba muerto. Me hicieron el análisis genético y tenía síndrome de Down, murió por un problema cardíaco. Ahí me di cuenta de que no quería volver a intentar, lo que quería era un cambio en mi vida. Así que decidí mudarme a Berlín. Estábamos en una relación a distancia con Kai hacía tres años y pensábamos mudarnos a Buenos Aires, pero ahí terminé diciéndole que nos viniésemos para Berlín.
¿Cómo fue tu mudanza?
Nos casamos con Kai (por los papeles) y me mudé acá en enero del 2013. En septiembre nos mudamos a Zúrich porque él consiguió un trabajo ahí, y yo empecé a trabajar un poco como profe de yoga, astróloga y psicóloga, a ver si me hacía freelancer. En el medio, la relación se empezó a deteriorar. Así que eventualmente decidí volver a Berlín y trabajar acá. Al principio él me ayudó para alquilar este departamento prestándome sus recibos de sueldo.
Me anoté en la revista Berlín en Español y de a poco empezaron a llegar pacientes. Igual, para poder vivir tenía que alquilar mi departamento en Airbnb y quedarme en casas de amigas. También me puse de novia con un chico de Freiburg, así que ahí viajaba mucho. Fueron años duros, pero por suerte Daniel, mi compañero en ese momento, me apoyó un montón con los trámites y el alemán. Tuve mucho apoyo y maduré mucho. Para el segundo o tercer año de estar acá ya tenía más pacientes y podía vivir de eso, pude dejar de alquilar mi departamento.
A lo largo de tu trayectoria te formaste en disciplinas y teorías muy variadas. ¿Cómo las combinás a la hora de encarar una terapia? ¿Cómo es tu modalidad de trabajo? ¿Cómo ves la práctica de incorporar la experiencia del terapeuta?
La base de mi trabajo es la terapia cognitivo-comportamental. En mis estudios mezclé mucho psicoterapia con psicología de la salud, yoga, astrología psicológica y filosofía de oriente. Siempre trabajo psicología y espiritualidad juntos. Me interesa mucho la psicología preventiva.
Comparto mucho mis experiencias personales en terapia porque me doy cuenta de que a veces sirve. La terapia cognitivo-comportamental concibe la posibilidad de ofrecer la experiencia del terapeuta como modelado, mostrando que también es humano y permitiendo al paciente mirarse con compasión, entender que es normal lo que pasa, perdonarse y seguir adelante.
El objetivo siempre es que el paciente se transforme en su propio terapeuta: cuanto más corta la terapia, mejor. Por eso doy muchas tareas, a casi nadie veo semanalmente. La terapia ocurre en la vida cotidiana del paciente, lo que hacemos acá es un chequeo, una reflexión sobre filosofía y espiritualidad, pero la idea es que ellos después lo lleven a su vida. Me resulta bien ver a la gente cada dos semanas, después un mes, hasta que nada más me escriben cuando sienten que lo necesitan. Me gusta incluir meditaciones, postura corporal, música, poesía… Creo que el arte es transformador y terapéutico por naturaleza.
Gran parte de nuestra verdad más interna y profunda la encontramos en el sistema digestivo. Por eso al tejido de los intestinos se lo llama el segundo cerebro; leen muy fielmente las sensaciones del inconsciente. De ahí viene el famoso gut feeling, conectar con las tripas. Cuando uno dice que sí por compromiso queriendo decir que no, lo siente en el eje del sistema digestivo: un nudo en la garganta. Intuitivamente descubrí que el gut feeling responde de manera binaria: el cuerpo se abre a la experiencia o se cierra. Después podemos distorsionar el mensaje con la mente, pero la respuesta es pura. Una de las cosas que más me interesa hacer es enseñar a los pacientes a conectarse con su cuerpo y explorar la vida desde un lugar más visceral. Trabajar con la mente también, claro, ponerla al servicio de la intuición y el corazón.
¿Por qué creés que estamos tan disociados?
¡Por la cultura en la que vivimos! Cinco mil años de judeocristianismo, donde todo lo relacionado con el cuerpo es pecaminoso, sumado a la ciencia que es, por encima de todo, racional. La psicología está empezando a estudiar las emociones hace apenas ¡cuarenta años! Es muy reciente. En nuestra sociedad, las emociones son vistas como carencia de control. Ser emocional está mal visto. Hay que mostrarse en control, reprimirse llorar en público. ¿De qué balance hablamos? Las emociones están en movimiento todo el tiempo, somos seres sensibles y emocionales tratando de tener constantemente el control. Todo lo que pasa con el cuerpo es para nosotros bajo, animal, y nosotros tenemos que ser por encima de todo espirituales y racionales. Pero esto es un cuerpo, una espiritualidad y una racionalidad mal entendidos.
Me gusta trabajar con los chakras porque muestran muy claramente que, para llegar al nivel más alto de la evolución, uno tiene que tener el balance de todo: desde lo más animal hasta lo más espiritual. La clave siempre es el chakra del centro, del corazón: el amor. Y la ciencia comprueba también cada vez más que somos seres que están en la tierra para conectar con otros.
“Estamos empezando a crear
nuevos patrones de conductas posibles para
la mujer y para el hombre”
¿Qué pasa con los vínculos tóxicos? ¿Cómo creés que se puede identificar el límite entre los conflictos propios de cualquier relación y la toxicidad? Quiero decir, ¿qué tanto debemos comprender y justificar al otro, y cuándo poner un límite y alejarse?
Trabajo mucho conceptos hindúes y budistas que ven la vida como un escenario de aprendizaje, una escuela para nuestro espíritu: cada relación es una oportunidad para aprender de vos. Todas las relaciones que tenemos son una proyección de nuestro inconsciente, y a quién elegimos darnos tiene que ver con los aprendizajes que estamos preparados para hacer en un determinado momento. La toxicidad de un vínculo, entonces, es directamente proporcional a la toxicidad que estoy viviendo internamente, y esa toxicidad está ahí para enseñarme qué es lo que estoy eligiendo darme. Siempre es cincuenta por ciento producto de mi contribución a la relación: puedo cambiar conductas mías y eso cambia el vínculo, es inevitable. Este cambio genera a veces que la relación mejore y crezcamos juntos, o una época de conflicto y su final. Pero las emociones siempre están ahí para enseñarte algo de vos. En función de ellas, tomar posición y ver si podemos hacer algún cambio. Las relaciones tóxicas están ahí para enseñarnos sobre lo que elegimos darnos.
Mi segunda relación fue con un guitarrista de tango, cantábamos juntos. Yo había estado estudiando yoga y filosofía hindú y malinterpreté todo: quería ser buena a toda costa. No podía ver mi oscuridad. Entonces me ponía todo el tiempo en segundo plano y trataba de entender todo lo que hacía mi pareja, lo justificaba. Yo sufría porque él no era muy cariñoso, pero yo compensaba y era la dadora de todo ese amor que sentía que me faltaba. Sentía que eso era ser buena. Pero algo estaba mal y no encontraba qué. Fui a muchísimas terapias que me decían que deje a mi pareja. Yo dejaba a los terapeutas.
En una de las reuniones semanales de un centro budista me encontré trabajando con la enseñanza: nosotros tenemos lo que nos merecemos. No me olvido más. Estaba caminando por [el barrio de Buenos Aires] Congreso de noche, con la cabeza dada vuelta, y pensaba “¿cómo que tengo lo que me merezco? Yo no me merezco que me traten así”. Pero ahí me di cuenta: yo me lo estoy dando. Ahí hice click: yo crecí sin calor, algo adentro mío cree que me merezco eso. Entré en una depresión muy grande que me ayudó a des-simbiotizarme de mi pareja (las depresiones siempre están a tu servicio si sabés aprovecharlas). Dejé de cantar y de ir a las peñas hasta que él me dijo “¿No crees que estarías más feliz si nos separamos?”. No dormí en toda la noche y a la mañana siguiente le dije “Sí, creo que tenés razón. Yo te pedí lo que necesito y aunque vos intentaste dármelo, te sale artificial porque no es tu naturaleza”. Y todo esto con muchísimo amor: él hizo lo que pudo para ser más amoroso y cariñoso, pero no le salía. Yo no lo sentía real.
Entendí que no estaba en él darme lo que yo necesitaba. Solo yo me lo puedo dar. Empecé a entender esta idea de que tengo que darme a mí misma lo que necesito, y ahí voy a emanar una frecuencia energética que va a atraer a una persona que sea coincidente con eso. Mientras vos no te des eso, vas a encontrar siempre parejas donde lo que buscás es que el otro te dé algo que, en realidad, te tenés que dar vos. La probabilidad de tener relaciones saludables depende de cuán saludable es tu relación con vos misma. Las relaciones son plataformas de aprendizaje jodidas porque estás en un constante encontrarte con el otro como un espejo de vos mismo y siempre te encontrás con algo nuevo: es infinito lo que tenemos por descubrir de nosotros. El punto en el que uno dice basta es cuando algo en tu interior finalmente te ayuda a reconocer que el problema lo tenés vos y no el otro. Al otro lo elegiste, justamente, porque tenés ese problema, y lo que tenés que hacer es laburar con eso vos. Es muy fácil y automático echar la culpa al otro, pero todo cambia cuando asumís la realidad de que sos responsable de lo que pasa en tu vida.
Hablamos mucho de amor a lo largo de nuestra charla y me gustaría preguntarte; después de tanto estudio e investigación, ¿a qué le ponés ese nombre?
Lo que existe, nuestra existencia entera, es un misterio. Podemos crear mil hipótesis, pero es un misterio. Y la única conclusión es que esto es una aventura. Estoy en este cuerpo y esto es una aventura: mejor que la ame y no que la odie, tomar cada experiencia como una oportunidad de aprendizaje y amar esa oportunidad. Por eso, el amor lo entiendo en relación a la aventura de estar vivo: amo esta aventura y voy a tratar de dirigirme hacia mí y hacia lo que me rodea con ese entusiasmo y curiosidad que siento gracias a amar el hecho de estar acá. Así entiendo a dios: es todo lo que me rodea y también soy yo. Dios es misterio. Poder amar ese misterio a través de mi interacción con todo, amar cada cosa que hago y cada elección. Ese concepto impregna todas mis relaciones.
Durante diferentes etapas fui encontrando diferentes respuestas. Y siempre llego a la misma conclusión: no sabemos. Toda respuesta es relativa y se va a transformar. Toda explicación es una creación de nuestra mente, y habla más sobre el funcionamiento de nuestro cerebro que sobre la realidad. Sobre la realidad en sí no sabemos nada: solamente que hay diferentes formas de explorarla y que tenemos un instrumento que es este cuerpo. Cualquier cosa que nosotros creemos de la realidad es en verdad un producto de nuestra mente.
En tu experiencia como terapeuta en Buenos Aires y en Berlín, ¿notaste alguna diferencia a nivel general, social o cultural? ¿Qué observaste de los pacientes?
No veo demasiada diferencia entre las consultas que he recibido en Buenos Aires y en Berlín. La mayoría de la gente viene con temas de relaciones; siempre vienen a hablar de eso. Nuestra preocupación tiene que ver con encontrar amor: por nuestra vocación, por vínculos; tener una vida que te haga sentir pleno, sentir amor por tu existencia. En las dos ciudades, el noventa porciento de mis pacientes son mujeres. Creo que influyen varios factores. Científicamente se ha observado que las diferencias intragénero son mayores que las diferencias intergénero, pero igual estamos fuertemente condicionados por nuestra cultura: hay personas más propensas a pedir ayuda que otras, pero también estamos condicionados por la imagen del varón que tiene que poder solo y la mujer que no tiene problema en pedir ayuda.
¿Cómo percibís la influencia de la experiencia migrante?
Acá en Berlín trabajé mucho con mujeres migrantes casadas con alemanes. La migración pone muy de manifiesto tu capacidad de sentirte legítimo y con derecho a cosas. Trabajé con mujeres que fueron profesionales en sus países de origen y, como consecuencia de la manía alemana de pagar todo mitad y mitad, aceptaron trabajos menos calificados para contribuir económicamente a la casa. Sus maridos no les daban un tiempo de adaptación para poder generar condiciones de trabajo adecuadas para su profesión y ellas no podían demandarlo. Esto habla de una autoestima muy baja y una dificultad muy grande para valorar lo que hiciste. Se pone de manifiesto el machismo típico sudamericano. De manera más encubierta, quizá, pero las mismas cuestiones.
En tus terapias incorporás también la astrología. Algo que siempre me cuestioné sobre esta disciplina es el binarismo que plantea entre lo femenino y lo masculino. ¿Cómo entendés esta separación? ¿Cómo lo integrás con tus preguntas hacia los roles de género?
La astrología es un conocimiento humano y como tal, es producto de un momento histórico de la humanidad. No podemos pretender que no esté contaminado por los valores sociales de donde surge. La ciencia ha sido machista hasta que se creó la ginecología y se empezó a investigar los órganos sexuales femeninos: antes, el modelo para la ciencia era solamente el varón. Lo mismo pasa en astrología. Es un conocimiento muy antiguo y quienes tenían tiempo para observar el cielo eran los varones.
Pero eso es también lo que hace que la astrología sea válida. Es un emergente histórico social, y por eso lee bien nuestro propio momento histórico social. Seguimos viviendo en una sociedad donde tenemos claramente divididos los roles masculino y femenino. La astrología es muy compleja y con el paso del tiempo va a ir necesitando incorporar transductores de la energía femenina. Estamos empezando a crear nuevos patrones de conductas posibles para la mujer y para el hombre, pero esto es muy nuevo todavía. Cuando se empiecen a variar y amplificar las expresiones de conductas masculinas y femeninas seguramente empiecen a emerger asteroides que se nombren femeninos. La astrología se va transformando, es una disciplina dinámica, y lo que se integra en las lecturas es proporcional a los cambios sociales que ocurren. Se va integrando lo que para la humanidad es importante en el momento histórico social.
Igualmente una carta astral tiene todos los planetas y cada uno tiene dentro a todos los representantes de lo masculino y lo femenino: cuanto más podamos dejar de proyectar en nuestras parejas y hacernos cargo de nuestros aspectos masculinos y femeninos, más completos nos volvemos.
Hablamos mucho hoy sobre no saber, cuestionarse, aceptar que no hay respuestas. Me gustaría, para terminar, preguntarte: ¿cómo son tus momentos de desconfianza?, si es que los tenés. ¿Cómo la combatís?
No la combato, ¡la abrazo! Va a seguir ahí porque viene del arquetipo psicológico de Saturno, que quiere controlarlo todo y garantizar tu seguridad. Poco sentido tiene luchar en contra de un arquetipo psicológico del inconsciente colectivo, que a su vez cumple una función. La fe y la confianza que uno tiene en el misterio y en el orden de todo aquello que está por fuera de lo que puedo comprender es una cosa. El mundo de lo manifiesto es otra. La desconfianza sirve para manejarse en la vida cotidiana y controlar variables sobre las cuales tenemos algo de control. Tiene una función psicológica y emocional, pero hay que cuidar que no contamine la vida. Muchas personas no pueden confiar en nada ni nadie y eso es muy triste porque te deja muy solo. Hoy nos cuesta mucho exponer nuestra vulnerabilidad, y entonces se hace difícil ser humanos funcionales porque nos estamos desconectando de lo más básico que significa ser humano: un ser que puede morir y ser dañado. Pero justamente por eso es que existe todo lo otro: la belleza. Hay infinito para aprender la vulnerabilidad.
La confianza relacionada con la fe está íntimamente relacionada con nuestro enorme potencial de aprendizaje. Nos permite ponernos en situaciones cuyo resultado no conocemos, pero saber que, venga lo que venga, estoy preparado para tomarlo. Como dice Santa Teresa de Ávila cuando invita al demonio en su poema Nada te Turbe:
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
(…)
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
La vida está constituida por todo y lo necesito TODO, porque cada una de las experiencias de mi vida me va a poner a prueba mi confianza de que todo esto que estoy viviendo me va a hacer sentido más tarde o más temprano.