TEXTO: PAULA YACOMUZZI
FOTOS: VIOLETA LEIVA
Junio de 2019
José Délano (Santiago, 1978) está en Chile mientras escribo. Dejó el invierno berlinés para ultimar detalles de la celebración del centenario de la Bauhaus que hará el Museo de Bellas Artes de Santiago en julio y, como siempre, aprovecha el viaje para actualizar los lazos con su tierra y su gente. Pero lo de la tierra esta vez parece que es literal. En sus publicaciones de Instagram lo veo en el campo, arremangado, cavando con una pala junto a un equipo de gente. Están en las cercanías de Vilcún, en la Araucanía chilena donde pasó los veranos de la infancia, el mismo lugar donde hace dos años construyó un arco de triunfo de paja. Cada día publica una foto y yo sigo el proceso con intriga, desde que trazan unos caracteres tipográficos con hilos sobre la superficie como si prepararan una excavación arqueológica hasta la toma aérea final. El 4 de marzo veo una filmación casi cenital donde se lee una frase sobre un terreno pardo y vacas que pastan. Los desplazamientos suaves de la cámara en las alturas generan un baile de sombras entre las letras cavadas en el suelo y evidencian el gran volumen de los huecos.
La frase dice MOVIMIENTOS DE TIERRA, así, todo en mayúscula. Es el título del proyecto que José lleva tres años realizando junto al curador Pedro Donoso y el productor Matías Cardone. En 2017 hicieron la exposición con el mismo nombre y ahora trabajan en un libro que dará testimonio de la relación fértil y original entre arte y naturaleza que tiene lugar en Chile en las últimas cuatro décadas. El libro reunirá la obra de treinta artistas y llevará en la portada una imagen de la frase escrita en el campo.
La exposición Movimientos de tierra tuvo lugar en el Museo de Bellas Artes de Santiago. Pedro Donoso fue el curador y seis artistas formaron parte. Cada uno salió a un lugar diferente en el territorio chileno y regresó después con el registro de la obra-experiencia a la sala, igual que en los sesenta y setenta hicieron los representantes del land-art. Pero no huían de las instituciones y el land-art era un puntapié de salida. Buscaban lo que queda hoy de la naturaleza, “nuestro antagonista más querido”, como la llama Donoso. En la naturaleza y el paisaje veían al ser dañado y se proponían restituir su presencia.
José Délano participó con la obra El triunfo del arco. En la región de la Araucanía, ese lugar conectado con su infancia y que también es el centro de los reclamos mapuches, utilizó fardos de paja como elementos modulares y levantó un arco de triunfo enorme y frágil en el medio de un campo cosechado. Ahí mismo lo dejó después, a efectos del sol, el viento y la lluvia. Como las botellas de algas marinas que se disuelven tras el uso y tantos productos biodegradables que contienen la urgencia sustentable. Como una ofrenda gigante que ruega más favores a la Madre Tierra. Como una celebración de la naturaleza que incluye la producción agraria, el cultivo que es cultura, el inicio de los abusos humanos que se nos hacen patentes hoy en día.
Registró la acción en video y también elevó un arco de triunfo de paja en el hall de entrada del Museo de Bellas Artes para la exposición. La estructura enclenque y con olor a campo y su gran carga simbólica en un edificio neoclásico que conmemora el primer centenario de la nación chilena y está inspirado en el Petit Palais de París encendieron preguntas como chispas sobre los monumentos, los relatos históricos en general y el propio relato chileno y latinoamericano con sus asuntos identitarios.
En Cartografía desviada (2017) también habló de una utopía europea frustrada. Sobre cincuenta y ocho azulejos de cerámica reprodujo un mapa de Sudamérica del año 1616 y, en el interior, en color azul sobre el blanco de los azulejos, escribió lemas publicitarios, religiosos y políticos, frases de grafitis y canciones, dibujó cruces, armas, fábricas, monedas, logotipos, perros de la calle y diamantes y calcó fotografías de músicos, autos y policías. Con sus símbolos cartográficos ad hoc representó una idiosincrasia regional e ilustró las tensiones políticas, religiosas, económicas y culturales que atraviesan el continente, esta “Latinoamérica en ebullición”, como la llama. El mapa deforme e inexacto sugería el malogro de la colonización como implante literal de una cultura.
Las fotografías se realizaron en el taller del ceramista Andreas Tesch (www.tesch-ceramics.de), donde José Délano trabaja sus piezas de cerámica. El jarrón Loaded es una obra suya y también los elementos sobre la mesa que señala, un work in progress sobre manifiestos de arte.
En sus manos, el azulejo refiere directamente al arte público de la colonia. En estos días, mientras comienza a desarrollar una pieza en cerámica sobre los manifiestos del arte, también proyecta trasladar a azulejos su mapa cultural de Latinoamérica (se puede ver en la home de Kap Hoorn). El mapa utiliza los códigos gráficos del transporte público de Berlín y reproduce los nombres de figuras emblemáticas latinoamericanas. Lo particular es que Evo Morales no está en Bolivia, Antonio Carlos Jobim se encuentra sobre la costa chilena y, en realidad, ninguna figura se asienta en su país de origen. Según explica, “una de las lecturas es que no hay fronteras, que Latinoamérica es una y toda. Está la representación política hecha por la línea, pero finalmente, en cuanto a la identidad, somos todos uno”.
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Cuando fundó hace tres años junto a Nicolás Behn la plataforma de artistas latinoamericanos Kap Hoorn (el alemán para Cabo de Hornos), Délano tenía varias cosas en mente. En ese escaso año en Berlín había llegado a conocer suficientes artistas latinoamericanos dispersos por la ciudad, muchos con grandes proyectos, todos ocupados en la pequeña batalla de vivir. Pensó que había que reunirse para darle fuerza y visibilidad al conjunto. De la ciudad lo inspiraban la energía creadora de la revista Arch+, el artista argentino Tomás Saraceno y ese sol en torno al que gira un universo de investigaciones que es Olafur Eliasson, Raumlabor entre ellas. También, especialmente, la actividad de la galería Savvy, que ha dado una exposición inusitada a los temas y perspectivas africanas y anticolonialistas en general desde el corazón de Berlín.
“Todos nos fuimos, no queremos volver y la mayoría de las investigaciones habla de lo que pasa ahí.”
A José le brillan los ojos cuando habla de Savvy. Lo alienta la gran acogida y repercusión que ha logrado en esta década de vida. Considera que su influencia llega hasta el “Learning from Athens” que fue el motivo conductor de la Dokumenta #14, “esa intención de aprender del reventado”. «Yo también creo que hay un tema —explica—: Alemania, con esa gran inteligencia que tiene, que en vez de sentirse que son los grandes sabios del mundo, como quizás los franceses lo harían, está diciendo: “Nosotros no somos el epicentro del mundo. Europa tampoco, sino que hay una historia muy importante que nadie me está contando y nosotros tenemos que estar al tanto”. Esa es la historia del Tercer Mundo, finalmente. Y están poniendo más oído que nunca.»
La plataforma Kap Hoorn aspira a que la escena de las artes visuales latinoamericanas en Berlín sea una y tenga un lugar de reunión y discusión. “Y en ningún caso definir cuál es la línea investigativa. La gran definición es que no hay línea investigativa, que todas son válidas y que tenemos que discutir entre nosotros para saber cuál es.”
—Y decidieron hacer las tertulias en español.
—Pensamos que acá estamos constantemente escuchando discutir teoría en alemán e inglés y nunca discutimos en español, salvo en el bar con el amigo después de tres copas. Entonces hagamos un punto de discusión seria, teórica, en nuestra lengua materna, para que tengamos la sensación de estar en casa. Finalmente, cuando más eres tú mismo es cuando estás en tu lengua materna y en tu medio, más allá de que todos quisimos irnos de nuestro país. Lo que me di cuenta estando acá es que todos nos fuimos, no queremos volver y la mayoría de las investigaciones hablan de lo que pasa ahí, de lo que dejaron. Hay algo contradictorio en eso, interesante.
—¿Eso percibís?
—Sí, la mayoría está trabajando en eso. Y los que más tiempo llevan acá, quince, dieciocho años, y que odian Chile, Argentina, Ecuador, su país natal, que dicen “país de mierda”, son los más obsesionados con lo que ocurre allá. Porque hay una veta política, la naturaleza, una veta científica, los pueblos originarios, el feminismo… Y porque les parece más interesante la batalla feminista de allá que la de acá, porque allá hay más que hacer que acá.
—Cuanto uno más vive afuera, más se da cuenta de que tiene herramientas para entender su país de origen. Porque lo venís intentando desde la escuela primaria, en las clases de historia, geografía, literatura… Y ahora además tenés la perspectiva que da la distancia, y mucha experiencia para comparar con otros lugares.
—Y te cuesta entender lo que pasa acá, con una sociedad alemana, su idioma, su modo de pensar… Es muy lejano. Por más que estés en pareja con un alemán y hables la lengua y no sé cuánto, siempre vas a ser el extranjero. Y después vas a allá y tampoco te sientes en casa. Empiezas a ser ni de aquí ni de allá. Ahí lo latinoamericano se vuelve más relevante. Porque tenemos mucho más en común yo contigo, chileno-argentina, que con el resto de los europeos. Y esto que decimos que los alemanes no entienden, yo lo entiendo y tú lo entiendes. Entonces nos volvemos una nación entre nosotros mismos.
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José es alto y flaco, tiene los brazos y las piernas largas como los de un adolescente que ha crecido de golpe. Pero, a diferencia de los jóvenes, no se deja distraer y siempre retoma el hilo de la conversación justo ahí donde lo dejó. También es claro, puede explicar lo complejo de forma simple. Y ordenado. Esa vocación de ir por partes hasta completar la idea recuerda un arquitecto que no suelta el lápiz hasta que consigue un bosquejo de la gran estructura y me hace pensar en sus inicios en el diseño de exposiciones. Su generosidad comunicadora también se manifiesta en la cualidad incluyente de su arte.
Como sea, José tiene mucho que contar y el entusiasmo dura las cuatro horas de nuestro encuentro en el espacio de coworking en el barrio de Neukölln donde trabaja.
Sobre su mesa hay un libro del artista chileno Fernando Casasempere que recibió de regalo para el último cumpleaños. Las tapas son de cartón grueso, no tiene lomo, es un objeto pesado y austero que semeja la propia obra del escultor y contrasta a gritos con un minúsculo arco del triunfo de goma espuma ubicado junto a la ventana. Solo un objeto más delata la presencia de José en este rincón: un libro sobre el artista americano Gordon Matta-Clark, en cuya producción participó.
El libro se llama La experiencia se convierte en objeto y recoge ensayos y entrevistas a amigos y familiares de Gordon Matta-Clark. Fue a partir de este trabajo de investigación y diseño que José recibió una invitación para formar parte del equipo curatorial de la exposición Zwischen Räumen (Entre espacios) en Berlín. Diez obras de Matta-Clark se pusieron a dialogar con producciones de artistas contemporáneos y con coetáneos de Matta-Clark de la República Democrática Alemana, artistas que produjeron detrás del muro, alejados de las tendencias, y exploraron cuestiones del espacio urbano y la arquitectura cercanas a las del norteamericano, también outsider en su época.
Un proyecto donde el inglés Simon Faithfull viaja por Europa y África rastreando el meridiano de Greenwich, esa línea imaginaria que divide el planeta, compartió sala con Splitting (1974), donde Matta Clark corta por el medio una casa de Nueva Jersey. La unidad básica para la vida de la artista eslovena Marjetica Potrc, un cubículo que se inspira en la arquitectura informal, dialogó con los containers de obra que Matta Clark transformó en vivienda y cobijo para la gente de la calle. La búsqueda de la belleza en el adverso, la transformación de la materia y la alquimia, la performance y el juego, el activismo social o el diálogo entre lo permanente y lo temporal fueron otros conceptos de Matta Clark que se representaron en un diálogo de obras a lo largo de las diez salas.
La exposición tuvo lugar en 2017 en el palacio Biesdorf, un edificio de estilo neoclásico de mediados del siglo xix que acababa de ser restaurado de los destrozos que sufrió en la Segunda Guerra Mundial. El edificio está ubicado en Marzahn-Hellersdorf, al noreste de Berlín, el distrito con menor diversidad étnica de la ciudad. Allí el partido de derecha y antiinmigración AFD tiene un escaño menos que Die Linke, el partido de izquierda que lidera el parlamento local.
El flamante centro de arte y espacio público instalado entre sus paredes se llamó ZKR Schloss Biesdorf. Zwischen Räumen fue la segunda exposición grupal que acogió. Y también una de las últimas, ya que cerró año y medio después de abrir. La propuesta institucional era llevar el arte contemporáneo y, con él, la diversidad a los barrios de las afueras. En ese sentido, hubo grandes debates en el grupo curatorial respecto del nivel pedagógico del montaje. José Délano abogaba por poner carteles que explicaran brevemente cómo interactuaban entre sí las obras allí expuestas. Pero la idea de prescindir de explicaciones ganó más adeptos. “Si no lo entienden, no lo entienden”, dijo la mayoría.
“Yo pensaba que íbamos a alejar a la gente [del barrio], que la exposición no les iba a gustar y que eso iba a generar desinterés entre sus conocidos. En esa discusión, yo perdí la batalla. A mí incluso me parecía que esa parte pedagógica era también una mentalidad muy Matta Clark, que él quería acercar a la gente común y corriente a sus ideas. Él también quería poner en crisis la lectura contemporánea de los setenta en Nueva York, pero a la vez su restaurant Food era un restaurant barato para que viniera cualquier persona y comiera por dos dólares. Él quería hacer un cruce entre el ciudadano común y corriente y el intelectual. Y esta exposición fue finalmente una exposición de intelectuales.”
—En tu trabajo de diseño de exposiciones supongo que tenés en cuenta al visitante.
—Sí. En mi trabajo en Chile, por ejemplo, veo que se está muy consciente de que el público no es en su mayoría cultural y entonces quieren atraerlo a los museos y que comprenda lo que ve. Las exposiciones siempre son mucho más didácticas y explicativas que acá, sobre todo en los museos gratuitos. Constantemente hay tours, llevan a los colegios, etcétera. Lo que pide la institución es que por medio de la museografía acerquemos determinadas temáticas complejas a un público común. Yo, en general, estoy mucho más a favor de hacer cosas por el hombre común y corriente que en alimentar más a los intelectuales.
—El nivel cultural es muy alto en Europa.
—Sí, es muy distinto. Acá puedes hacer una exposición de un altísimo nivel intelectual y tener masas que van a verla. Allá si te pones muy intelectual, la masa no va a ir.
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Las galerías de arte son espacios restrictivos para José. Intelectual y económicamente restrictivos, donde el acceso y alcance del arte queda limitado a un grupo reducido de gente. En cambio, lo entusiasman las posibilidades de la calle. Las intervenciones artísticas que realiza con el colectivo Visual Public Service (VPS) dan voz a comunidades locales y ocupan el espacio público. Son acciones que generan interés y empatía con los invisibles de las ciudades y sus realidades. Los comerciantes de Venecia durante la Bienal, los habitantes de Valparaíso después de un gran incendio y los refugiados en Berlín ya vieron su historia personal amplificada en las calles de la mano de VPS.
“En este tipo de proyecto yo me siento en lo mío —dice José—, trabajando en estos cruces entre poesía y calle, donde todos tenemos algo que aportar, que lleguemos a las masas y tratemos de llevar mensajes. También, según Matta Clark, ver la belleza donde nadie la ve. Ver la belleza del mensaje que traían los refugiados y cómo ese mensaje tenía que ser protagonista en Berlín, con su voz propia, a partir de ellos mismos.”
En 2016, el año de mayor arribada de refugiados a Alemania, VPS dio voz a los recién llegados a través del proyecto que llamó Newcomers justamente a partir del enunciado de uno de ellos. En Prinzessinnengärten, en Moritzplatz, montaron una pantalla elevada que miraba a la calle y hablaba directamente a los paseantes a través de una proyección en loop de doce minutos. Durante una semana, de día y de noche, se reprodujeron allí las veinticinco frases que los refugiados utilizaron en conversaciones con los artistas y que expresaban sueños, frustraciones y observaciones sencillas: “We thank the German people”, “Our goal is to be integrated”, “We understand your fears”, “I left my home because I had to do it”, “Here there are any problems”, “My life before was perfect” o “Be patient”.
Después imprimieron carteles al estilo publicitario con la respuesta de los berlineses. “Who really is a foreigner”, “New and strange but also exhiting”, “Newcomers are the opposite of strangers” o “No label, just myself” fueron algunas de las reflexiones de los ciudadanos locales que empapelaron la ciudad.
Su obra Cartografía desviada se exhibe en la tienda Valuc15 de Kreuzberg.
Otro proyecto de 2016 también tuvo a los refugiados como protagonistas. Con los formularios que la Administración les entrega al entrar en el país construyeron 1.146 botes de papel y cubrieron con ellos el césped maltrecho de Oranienplatz. Cada uno representaba 50 refugiados, lo que daba el total de recién llegados desde comienzos de 2015 hasta mediados de 2016: 57.300 personas, el 1,6 por ciento de la población de Berlín. La intervención fue una gigante representación espacial, una infografía a cielo abierto que buscó plasmar qué poco es un 1,6 por ciento de la población. Y escenificó también, mediante los formularios, el tortuoso camino de la burocracia alemana, un limbo desesperante si se vive en carne propia, como les explicaron los propios refugiados.
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José lleva diecisiete años viviendo intermitentemente entre Europa y Chile, los últimos cuatro con un pie a cada lado. Estudió Diseño Integral en la Universidad Católica de Santiago, una carrera que forma diseñadores que se mueven igual en el espacio, la gráfica o los objetos. Luego, en el máster de Comunicación Visual en el Edinburg College of Arts en Escocia, compartió aulas y proyectos con estudiantes de todas las disciplinas visuales. También los cuatro años en que diseñó exposiciones para CosmoCaixa, el Museo de la Ciencia de la Obra Social La Caixa de Barcelona, fueron un aprendizaje continuo. Allí hizo exposiciones sobre temas tan diversos como los pensamientos de Einstein, la Guerra Civil Española, el arte islámico o la biodiversidad.
Tras la experiencia europea, volvió a Chile y vivió cinco años en Santiago. Fue entonces que empezó a colaborar con las grandes instituciones del arte local, como el Museo de Bellas Artes y el Centro Cultural La Moneda. También comenzó a producir arte propio y dio clases en la universidad. Hasta que las demandas de la vida privada lo trajeron de vuelta a Berlín, en donde había vivido y aprendido el alemán en el año 2009: su mujer berlinesa necesitó de la tribu cuando llegó el primer hijo.
A día de hoy, diseña exposiciones, realiza proyectos de curaduría, produce su propio arte y se estrena como gestor cultural en Berlín, a veces todo mezclado en un solo proyecto. Cuando le preguntan, responde que es artista y diseñador. Un diseñador que reniega del diseño comercial porque cualquier producto o catálogo implica, en definitiva, trabajar con los valores de la empresa y que, en cambio, se siente cómodo en la museografía. Porque es “una representación de la cultura, porque lo que estoy representando son los ideales de la temática en cuestión: la temática maya, un tema de migración, un conflicto bélico…”.
El diseño de exposiciones, además, está en el centro de su práctica artística. Y es que el ejercicio mismo de la museografía le ofreció un método para abordar sus intereses propios. Primero aprendió a empaparse de los contenidos: “¿Qué sabía yo de biodiversidad?”, dice. Después, cada vez que una exposición requería representaciones simbólicas o abstractas, él se acercaba al arte en ese ejercicio. “Cuando decidí que quería comenzar a usar mis propios guiones fue cuando comencé a trabajar como artista. El proyecto de los refugiados, los vecinos de Venecia, la cartografía como espacio de pensamiento limitado a un territorio… Ahí empezaron a aparecer mis propios intereses.” En su relato cargado de interdisciplinariedad sus respuestas artísticas son “soluciones”: “soluciones que son no-prácticas, que son poéticas, simbólicas, filosóficas o responder con una pregunta”.
A José lo entusiasma vivir en Berlín. No sólo porque ya no tiene que hacer malabares para llegar a fin de mes y además puede dedicarse a sus proyectos personales. Va a todas las exposiciones que puede, le gusta saber lo que ocurre en el arte y la cultura. Pero, sobre todo, lo motivan los niveles de exigencia que se manejan. “Yo veo mis investigaciones constantemente puestas en crisis acá: todo lo que sé y todo lo que voy investigando… El input cultural, multicultural y de la escena artística me genera una constante necesidad de refrescarme. Hay un empuje muy grande. Yo creo que lo tuve durante esos cinco años en Chile, pero si me hubiera quedado me hubiera terminado acomodando”.
—¿Crees que la energía de Berlín tiene que ver con que es uno de los centros de la producción artística internacional?
—Creo que, por un lado, tiene que ver con eso. Pero también con su historia reciente política, que sigue estando presente de alguna manera: guerra, muro, división, caída del muro… Creo que de ahí viene mucha energía. No es como ir a París, siento que París es ir a visitar el pasado glorioso. Siento que acá es el presente. Y eso me seduce. Después, por medio de los artistas que hay aquí, y curadores, investigadores, hay una enorme búsqueda de parte de todos de intentar entender qué coño es el arte. Todo el mundo está en eso, hay muchas búsquedas y muchas líneas de esta búsqueda. Esa energía me seduce. Creo que en lugares donde viví en el pasado están las líneas más definidas: eso es el arte, para allá va, hay un método, una escuela, un proceso que hay que seguir para lograr entender. Ahí automáticamente estás alejado de lo que es el arte. El arte nunca se entiende. Creo que a lo que todos estamos intentando llegar es a querer entenderlo. Pero nadie lo logra, porque siempre se escapa. Es como un jabón.