TEXTO: ANDREA ARANDA
FOTOS: MICAELA MASETTO
Marzo de 2020
La historia de Marcela resulta sorprendentemente fácil de escuchar, aunque difícil de describir. Ella es la mano invisible detrás de Karne Kunst, una plataforma de gestión cultural nacida como iniciativa para fomentar y difundir el arte latinoamericano en Berlín. Con una velocidad asombrosa, Karne Kunst se ha transformado en toda una red de organización de eventos culturales que opera como puerto para artistas y gestores, a los que presta la posibilidad de mostrar su trabajo y la guía para lanzarse a la aventura de la producción cultural. Lo cierto es que, más que imaginarla trabajando con el ordenador, tomando notas en la agenda o compartiendo eventos, la veo hacer chispas mientras encaja las piezas de los puzles que comprenden el mundo del arte y la cultura en una ciudad como Berlín.
Marcela Villanueva (Buenos Aires, 1972) aterrizó en Berlín con su familia hace cuatro años. Tras ella, una historia ambulante que comenzó siete años atrás, cuando decidió abandonar su Buenos Aires natal movida por la falta de oportunidades reales para sus hijos en la ciudad. “No es que huimos de una crisis, fue una decisión propia”, aclara. “Vos podés trabajar, ser buena persona, mandar a los chicos a la escuela y demás, pero el día de mañana no sabés, no depende de vos. Por más que le des a tus chicos una buena educación tampoco sabés qué va a pasar, era una inestabilidad a largo plazo.” Marcela y su familia inauguraron su viaje probando suerte en Canadá, donde el papeleo, unido al proceso inmigratorio, no terminó de salir bien: “Nos hacían las entrevistas, pero después no nos citaban. Era un poco… ¿viste cuando las cosas no fluyen?”.
Con el mapamundi abierto, cualquier rincón del mundo se convierte en una posibilidad. Lucas, su marido, recibió una oferta laboral en Costa Rica y, a pesar de que la oferta se cayó en el último momento, decidieron irse al lugar para el que ya habían hecho las maletas. Al pisar suelo costarricense contactaron con la empresa que había lanzado la oferta a Lucas. Resulta que ellos le ofrecían ahora otra oferta, pero con la condición de trabajar los primeros meses en Estados Unidos. “Hacía ya un mes que estábamos en la playa y los chicos estaban hartos de pasear. Entonces dijimos, bueno, ¿qué hacemos? ¿Nos vamos a Estados Unidos? Y así, con una valija cada uno, nos fuimos a Winston Salem, en Carolina del Norte, una ciudad de película en el este de los Estados Unidos. La pasábamos bárbaro, hicimos Halloween allí, vimos la nieve, el otoño, los chicos fueron a la escuela, vivimos la vida americana. A los seis meses volvimos a Costa Rica, donde nos quedamos dos años.”
Establecidos ya en Costa Rica, Marcela y su familia sintieron que, sin embargo, ese no era su lugar en el mundo: “Se vive bárbaro, las playas son divinas, pero no coincidíamos con la sociedad, que era muy católica y machista. Entonces los chicos hacían homeschooling, vivíamos en un condominio cerrado y todos los fines de semana íbamos a la playa con un grupo de amigos, aunque eran todas personas que habían ido a trabajar, nadie de Costa Rica. En algún punto ya no era Costa Rica, era una burbuja”. Así es como, de nuevo, la familia comenzó a rehacer sus maletas e iniciar otro proceso migratorio a Europa, para la que Marcela y los chicos contaban con pasaporte. Sin trabajo ni nada, pero habiendo sumado un perro a la familia, llegaron a Barcelona, donde de repente todo salió mal. En esta nueva vuelta de tuerca, Lucas recibió otra llamada, en la que le ofrecían un trabajo en Berlín. La ciudad conquistó rápidamente a la familia. Con una naturalidad envidiable, Marcela pronuncia las últimas palabras de la historia de su viaje, que parecen resolver la trama: “Vinimos a Berlín y nos encantó, aceptamos la oferta laboral y nos mudamos acá”.
Perpleja, intento procesar toda la información de golpe. La velocidad a la que habla Marcela y su capacidad para contar su historia con una sencillez absoluta, sin pausas dramáticas, sin ningún atisbo de dificultad, decepción o anhelo, me descoloca. Si no he entendido mal, han vivido durante cuatro años en tres países y dos continentes distintos. Pero cuando habla, no se siente ningún tipo de queja. En cambio, todo suena increíblemente posible: “Bueno, las cosas se hacen, fueron todas decisiones propias, y la verdad es que no me arrepiento de ninguna. La pasé genial, más allá de toda la burocracia, los altibajos, las adaptaciones, etcétera. Todo suma”.
Tu historia suena fácil…
Es muy gracioso, uno cuenta las cosas como si fuesen fáciles porque en perspectiva ya pasó, y si las pasaste es porque no fue tan complicado. Pero sí, cada proceso implica desde el proceso mental de decir: bueno, decidimos esto y nuestro futuro va a ser otro, hasta el proceso físico de desarmar. En el caso de Buenos Aires, una casa entera de cuarenta años de vida resumidos en una maleta para cada uno. Nosotros siempre viajamos con una maleta cada uno, es un lema de vida. Para mí, lo más crítico siempre fue cuando tenía que dejar los juguetes de los chicos, te sientes la malvada de la película porque estás decidiendo que dejen su vida atrás. El único lugar a donde no viajamos con una maleta cada uno fue de Estados Unidos a Costa Rica, porque allí era todo tan barato y tan lindo que llenamos las valijas de basura, que finalmente dejamos en Costa Rica.
¿Cómo es tener que resurgir de nuevo personalmente en tan poco tiempo en sitios tan diferentes?
En caso de los adultos, la identidad ya viaja con vos. Los chicos van creciendo, y su identidad se desarrolla en distintos sitios. La más chica, que ahora tiene trece, habla perfecto español, aunque se le mezclan las palabras con el inglés y con el alemán. El otro día me dice: “Me realicé que esto es un vaso”. O se le mezclan palabras de la escuela que aprendió a usar solo en alemán y que no sabe su nombre en español. Pero, por otro lado, también crecieron con la sensación de que el mundo se puede viajar tranquilamente: así como voy a la escuela, mañana voy a Perú. ¿Dónde van a estudiar? En cualquier lugar del mundo. ¿Y dónde van a vivir? En cualquier lugar del mundo. Es otra mentalidad. Yo, cuando era chica, algo así no se me cruzaba por la cabeza de ninguna manera.
¿Han sido distintos los recibimientos en cada sitio en los que habéis estado?
Sí, cada lugar es distinto. El más hostil para mí fue Barcelona. Justo cuando me fui hace cuatro años fue cuando los independentistas ganaron las elecciones. Encima fuimos a vivir a un pueblo en la montaña, una masía hermosa de cuatrocientos metros cuadrados en Capellades. Pasaba que los chicos hacían homeschooling, así que la biblioteca era fundamental e íbamos todas las semanas a retirar libros, que obviamente había en español. Allí las bibliotecarias nos atendían en catalán y yo les decía: “Lo lamento, aún no hablo catalán”, pero seguían hablando en catalán, aun cuando ellas hablaban español. Es una biblioteca, un sitio donde los chicos deberían estar aceptados, da igual el idioma que hablen. Y bueno, los trámites fueron un laberinto. Pero en ninguna ciudad me sentí incómoda, somos muy adaptables.
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Miro a mi alrededor mientras Marcela continúa hablando. Estamos en la Factory Berlin, un coworking donde la gente se reúne bajo el mismo techo a trabajar. Aquí, todo está diseñado para facilitar la tarea, la colaboración y la creatividad. Nos sentamos en una pequeña sala acristalada, desde donde observo los sillones color crema, perfectamente combinados con la pared de ladrillo descubierto que le da al espacio ese toque underground desenfadado tan berlinés. La atmósfera de este lugar te inclina definitivamente al trabajo y Marcela parece andar por casa. Curiosamente, una semana más tarde yo misma asistiré, en una de estas salas de reuniones, a uno de sus workshops sobre producción de eventos culturales en Berlín. Estos cursos ya forman una parte esencial del programa de Karne Kunst. Se centran en facilitar herramientas y dinámicas para orientar a personas con iniciativa en el mundo de la gestión cultural en Berlín: desde cómo financiar un proyecto, pasando por formas inusuales de generar espacios, hasta cómo estimular tus propias ideas mediante la colaboración y la alianza con otros. Fundamentalmente, los conceptos que han hecho a Karne Kunst ganarse un hueco en el universo de la producción cultural. Entonces, me paro a pensar, pero no se me ocurre ninguna forma mejor de formular la siguiente pregunta:
Pero vamos a ver, ¿cómo hiciste Karne Kunst?
Llegué a Berlín y después de casi tres años haciendo homeschooling, los niños tienen que ir a la escuela, mi marido empieza a trabajar, la ciudad funciona perfecto y el transporte también. Todo está bien y digo, ¿ahora qué hago yo? Y entonces, bueno, a mí me gusta producir, producir es lo que más me gusta y lo que mejor hago, y me gusta el arte. El arte es para mí mi religión. Entonces, dije, “me voy a dedicar a producir arte”. A partir de ahí nace Karne Kunst, que básicamente lo que hace es producir eventos de arte.
Marcela estudió producción de cine, un sector al que se dedicó de manera profesional durante veinte años en Argentina y que encaja con su pasión natural por desarrollar y dar forma a las ideas. “Es medio friki lo que voy a decir, pero, a diferencia de mucha gente que no le gusta organizar, a mí me gusta planificar. Esa parte que a la gente no le gusta: armar presupuestos, aplicaciones, etcétera… eso lo disfruto un montón. Evidentemente también disfruto curando las obras, mirándolas o haciendo el workshop. Pero me gustaría en algún momento no estar tanto en público, como en las exposiciones, donde hago una presencia fuerte y hablo con todo el mundo. Me encantaría producir los proyectos de otros, estar detrás de escena absolutamente.”
Así, con ella entre bambalinas, contando con los recursos que tenía a mano y de manera completamente independiente, surgió Karne Kunst, una iniciativa orgánica, dibujada a medida de sus pasiones por el arte y la producción, que curiosamente no respondía a ningún plan que jamás hubiese tenido en mente, sino más bien a la posibilidad en Berlín de desarrollar esta nueva faceta. Su primera acción fue la convocatoria para una exposición fotográfica con el tema mujeres latinoamericanas. La publicación de esta convocatoria en Facebook, compartida más de mil veces, hizo rodar el proyecto desde el primer momento. Tras esta primera exposición en septiembre de 2017, en la asociación de mujeres latinoamericanas Xochicuicatl, un centro fundado en 1992 para la asesoría y empoderamiento de inmigrantes latinoamericanas en Berlín, el año acabó sumando otras dos exposiciones, un taller para niños y otro par de convocatorias. Marcela sonríe cuando recuerda que su objetivo para el primer año de Karne Kunst era hacer una exposición anual.
Con más de cincuenta eventos organizados solo en 2019, Karne Kunst se ha consolidado como un núcleo dentro del enjambre cultural del Berlín independiente. Para Marcela, las ideas no dependen de un formato ni de un espacio determinado: vernissages, exposiciones, talleres o encuentros pueden tener como escenario el salón de estar de una vivienda vacía, las paredes de una cafetería o la entrada de un hotel. Este último es el caso de su trabajo dentro del Hotel Gat Rooms, donde periódicamente organiza vernissages, en las que artistas visuales de todo tipo se dan cita en un ambiente distendido, lejos de las etiquetas de las galerías más tradicionales. De esta colaboración han surgido exposiciones como “Picatsso” de Sol Felpeto, “Foreign Territories”, con Eriván Phumpiú y Alonso Núñez, la muestra fotográfica “[12.517] Relativity of distance” de Elías y Florencia Lizama, “Frequency’s Synchronies” de Sandra Fiz y Drrk´s Secnd o “Half Human. Half Beast” de Walter Tello y Lucila Bristow.
“La solución es jugar, experimentar y, sobre todo, hacer comunidad. ¡Trabajen en equipo, busquen socios o amigos!”
Entre sus colaboradores fijos también se encuentra la asociación Xochicuicatl, con la que ha trabajado en la creación de talleres como el de fanzine y feminismo o el de modelado de vulvas. En este, la creación guiada por la artista María Villanueva de pequeñas vulvas en arcilla o sobre papel constituyó el punto de partida para la exploración de la naturaleza femenina y el género, dos de los temas más tratados por Karne Kunst. Desde el simple afán por mostrar el arte latinoamericano en Berlín, Marcela ha evolucionado a la creación de encuentros internacionales en los se discute el significado de las fronteras, la cultura o el sexo. Este fue el caso de la exposición “El lado oscuro del corazón”, en la que la artista mexicana Frida Abarca y la alemana Mara Wagenführ entablaron un diálogo pictórico con el que cuestionaron, desde sus propios contextos, la oscuridad femenina, o el de “The Amazon is Turning Black”, en la que se mostraron las fotografías de Barbara Lehnebach, realizadas en coexistencia con las tribus de la Amazonía peruana. Lo importante, recalca Marcela, es que la artista, más que mostrar una exposición de “fotografías bonitas” ha convivido con la realidad que supone para estas comunidades el desastre medioambiental. Su arte es el medio que actúa como punto de partida para generar una conciencia en Berlín alrededor de esta problemática.
También junto con “Xochi”, como la llama Marcela, organizó Karne Kunst a finales del año pasado el festival de cine feminista Vierte Welle (cuya convocatoria para este año ya está abierta). Su objetivo fue visibilizar mujeres artistas, estimular la conciencia sobre la desigualdad de género e incitar la participación ciudadana para prevenir el prejuicio y luchar contra la discriminación a través de los medios audiovisuales. El hilo conductor del festival fue la creación de contenido audiovisual y poético y su diseminación a través de redes sociales y talleres. Los temas se articularon en torno a tres categorías: #metoo, #bodypositivity e #intersectionality. Los cortos, que fueron proyectados durante el 30 de noviembre y el 1 de diciembre en el Lichtblick-Kino, estuvieron acompañados de un debate con la directora Monica Stambrini, la proyección y discusión del documental Female Pleasure y el taller de escritura creativa “El cuerpo textualizado”, en el que se trabajó la autopercepción del cuerpo a través de la poesía.
¿Siempre tuviste claro dentro de Karne Kunst este enfoque feminista?
Cuando nació no, la idea era mostrar arte latinoamericano. Desde el principio yo sabía que una de mis consignas era que la mayoría de los artistas sean mujeres para aumentar la cuota de mujeres artistas en el arte. Pero, a medida que fue creciendo, también se fue montando una cosa más feminista, particularmente por las temáticas. Además de exposiciones que hicimos el primer año, el segundo agregamos encuentros, workshops y actividades, y no todas tenían que ver con el arte sino también con el empoderamiento femenino.
En esta misma línea fue precisamente en la que se enmarcó su colaboración con la plataforma de citas Bumble, junto con la que lanzó el año pasado un evento al mes relacionado con el empoderamiento femenino. Desde una editatona en Wikipedia, pasando por eventos de networking para artistas y trabajadoras del sector cultural, una charla sobre ciclo menstrual, un taller sobre conciencia corporal o un taller de autodefensa, en el que se trabajó estratégicamente la habilidad de defenderse desde la propia seguridad y según cada tipo de cuerpo.
“En el caso de los adultos, la identidad viaja con vos. Los chicos van creciendo, y su identidad se desarrolla en distintos sitios.”
Hablando del taller de autodefensa femenina, ¿has notado machismo en la sociedad alemana?
Yo diría que, a nivel general, la sociedad parece más igualitaria, pero cuando ahondás te das cuenta que no, que hay muchas cosas que parecen igualitarias pero no lo son. Por ejemplo, Alemania es el país con uno de los gaps más altos de sueldo entre mujer y hombre, 24%, que es más que en España o en Italia. El año pasado hubo creo que 147 feminicidios, mujeres muertas por un hombre, en familias donde al menos un miembro es alemán. El acceso al aborto que acá existe no es tan así porque no es tan libre ni tan gratuito. Entonces, sí, es más igualitaria, pero no, todavía falta mucho. Una de las cosas que me llama la atención es que, cuando voy caminando por la calle, es igual la cantidad de mujeres con niños que de hombres con niños. Eso, por ejemplo, no lo ves en otros países, es clarísimo. Pero, por otro lado, los números argumentan otra cosa. Es mucho más cómodo vivir acá que en Costa Rica en ese sentido, pero no nos podemos dormir en los laureles, hay mucho por hacer.
¿Os dirigís a algún público concreto?
Esto también fue mutando. El público que pensé al principio fue personas hispanohablantes que viven en Berlín, que tengan la necesidad de ver arte o de reencontrarse con su gente, de ir a eventos que sean en su lengua o reflejen su cultura. Y después, a medida que los temas se iban haciendo más feministas, iban siendo más mujeres las que asistían. No, de hecho, el año pasado muchos de los eventos fueron en inglés porque teníamos a Bumble como sponsor, una app de citas que también fomenta el networking y empoderamiento femenino. Esos eran en inglés y había otro tipo de población también. El público va variando según el tipo de evento y según el tipo de temática. Lo que la gente sí sabe es qué tipo de evento es cuando organizo algo, confían en eso, también vienen porque ya vinieron a otro o porque creen que va a tener una propuesta interesante.
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Más allá del idioma, Marcela no cuenta con ninguna otra traba a la hora de desarrollar sus proyectos en Berlín, donde siente que existe una actitud abierta a nuevas propuestas, sobre todo cuando son claras y se cuenta con experiencia. El mundo del arte es complejo, y en algún punto puede parecer que se desvanece ante la cantidad de artistas, espacios e ideas que coexisten de manera simultánea. Berlín, explica, es una realidad bien distinta a la latinoamericana, ya que allí el día a día es más complicado, por lo que la gente se centra más en sacar su vida adelante atendiendo a sus necesidades básicas. En Alemania, la tranquilidad de tener estas necesidades cubiertas (trabajo, salud, alimentación, etcétera), libera un espacio de preocupaciones que se destina a la recreación, es decir, al consumo de cultura. Pero, en este escenario, en el que generar eventos culturales es a priori más fácil, también existen otros desafíos. El ambiente es mucho más competitivo al aumentar exponencialmente la cantidad de artistas y gente con buenas ideas. En este sentido, Marcela sabe que ligar conceptos e ideas o mezclar formatos que en principio no tienen nada en común es la clave para hacer una idea innovadora y atractiva. Este, por ejemplo, es el caso de la propuesta de Karne en la Biblioteca de Karow, en Pankow, para la semana del racismo, cuya inauguración estaba programada para el 26 de marzo y ha tenido que postergarse hasta nuevo anuncio debido a la pandemia del coronavirus. La idea, explica, fue conectar la semana contra el racismo con el colectivo latinoamericano feminista. La aceptaron ya que la argumentación del proyecto era que, a través del autoconocimiento y el descubrimiento de otras realidades, es posible luchar contra el racismo.
Otras de las claves del trabajo de Marcela es su enfoque colaborativo y comunitario, que impregna gran parte de los eventos que organiza. “Partiendo del feminismo, yo no creo que cada uno tenga su espacio propio. En Argentina era muy así, vos tenés que cuidar tu quintita, tu granja, para que el otro no pase. Acá es al contrario, si vos tenés tu parte y yo tengo mi parte, eso hace una parte mucho más grande.” La idea de Marcela es también la de facilitar a través de Karne Kunst espacios que abriguen a personas que necesiten compartir su trabajo o sus ideas, lo que termina desencadenando no solo en posibles colaboraciones, sino también en lluvias de ideas que enriquecen los proyectos de manera colectiva. Según sus propias palabras, “la solución es jugar, experimentar y, sobre todo, hacer comunidad. ¡Trabajen en equipo, busquen socios o amigos!”. Este es el ánimo detrás de la gran cantidad de exhibiciones colectivas que ha organizado, como la vernissage de diez artistas “No más, pero sí. Arte – Resistencia – Resilencia” en la embajada argentina en Berlín, la muestra fotográfica de diez artistas “Señores, esto es una teta” en el atelier Povvera dentro del Monat der Fotografie-OFF Berlin, o “Hábitat humano”, integrada por cinco artistas en Xochicuicatl.
El futuro de Karne Kunst avanza, según Marcela, sobre la marcha. A veces piensa en adaptar un espacio físico donde se pueda reunir la gente más fácilmente, aunque al mismo tiempo también le gusta exponer en distintos sitios porque le da flexibilidad para ir cambiando de formato. Lo que sí tiene claro es su deseo de desarrollar una plataforma con la que pueda dedicarse enteramente a producir los proyectos de otras personas, algo así como una oficina de producción de proyectos que guíe a personas que no saben cómo formalizar y encauzar sus ideas. En este sentido, planifica la creación de una asociación que actúe de paraguas para otras instituciones o personas con buenas ideas. Marcela insiste: “Hacen falta ideas, conozco muchas Verein [asociación] o instituciones que tienen espacio y fondos pero no tienen las ideas. También es necesario tener presencia, poder vender el proyecto. Hay muchos artistas cuyo trabajo es buenísimo pero no saben venderlo o cómo escribir una propuesta”.
¿Algún consejo para alguien que quisiera hacer esto por primera vez?
Uno: seguir tu pasión. Si esta es tu pasión, genial, la vas a pasar bárbaro, pero si lo querés hacer por hobby no te va a merecer la pena porque es mucho trabajo.
Dos: compartir, abrirse, escuchar, dar a cambio. A mí me pasa que a veces me escriben personas y me dicen: voy a Berlín y quiero exponer, podemos hacer una colaboración. ¿Pero cuál es la colaboración?
Tres: hazlo. En Berlín hay mucho espacio para hacer cosas y está sedienta de ideas diferentes y novedosas. Hay muchos artistas, muchos lugares, mucho público.
Ah, y otro consejo [ríe]: que haga el workshop de creación de eventos de Karne Kunst, en el que hablamos de cómo conseguir espacios alternativos. Berlín tiene otra dinámica, el concepto de artista que trabaja solo y se presenta con su portfolio en una galería es inaccesible. Hay que generar eventos propios, espacios alternativos, colaboraciones con otros artistas y, después, ir creciendo.
Por último, ¿cómo llegaste al nombre de Karne Kunst?
Yo quería un nombre cortito, Karne se puede decir en español y alemán. Para mí, el arte es así, es algo que tenés que comer para estar vivo y no algo lejano. Yo me imagino que comes algo, comes una carne y te chorrea todo, te empapas de arte… Tienes que comer eso para vivir, puede ser carne vegetariana también [risas]. También había un juego verbal con lo carnal porque también hay una concepción de que lo latinoamericano es muy carnal, y somos carnales… Ya ves que no, pero bueno, era como un juego de palabras.
“Bueno, vistes de rojo”, le respondo.
En la web de Karne Kunst se pueden ver los eventos organizados hasta ahora y sumarse a la última convocatoria, los “Encuentros virtuales para días grises”.