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Mensajera de una obra de arte viva

TEXTO: GEORGIA RIBES
FOTOS: MICAELA MASETTO

Mayo de 2019

María Sánchez Alonso (Barakaldo, 1991) es bailarina y artista. Estudió Arte Dramático en Gijón, en el ESAD de Asturias, y en esa misma ciudad formó parte de la Compañía Profesional de Teatro Físico y Danza Rabos de Lagartija, dirigida por Ana Fernández. En el año 2015 se trasladó a Berlín para continuar sus estudios de Danza Contemporánea en la Tanzfabrik. Hoy practica la improvisación, principalmente lo que se llama Instant Composition, e imparte clases de danza y escritura poética.

Decía Hegel que la danza es la hermana incompleta de la poesía. Para María, bailar es una manera de despertar lo oculto, de manifestarlo y navegarlo en tiempo presente. Según ella, existe un mundo de posibilidades infinitas y habitarlo es algo profundo y necesario. En sus workshops invita a acompañarla en un viaje a las profundidades de la naturaleza humana a través de la danza y la escritura. En The Poetic Body, el primero que impartió, utilizó la improvisación en danza y movimiento para explorar la poesía del lenguaje del cuerpo, “espiritualizando el cuerpo y materializando el espíritu”.

María vive en el barrio de Neukölln. Allí nos hemos citado, en una de esas cafeterías exentas de glamour que abundan en la Hermannstraße. Aunque ésta tiene una particularidad: el café se sirve con tu foto estampada en la espuma. Sin pensarlo dos veces, nos hacemos una selfie que, en pocos minutos (en Neukölln el servicio es más rápido que en otras zonas más cools de Berlín), pasa a adornar el capuccino que tomamos. Una imagen efímera y perecedera que, a medida que avanza la conversación, va mutando, distorsionándose, tomando nuevas e inesperadas formas que invitan a la ensoñación.

Hablamos sobre Berlín y Neukölln. Me cuenta que lo que le gusta de esta ciudad y de Neukölln en concreto es la convivencia intercultural, la concentración de artistas que viven o pasan por aquí, la increíble oferta cultural y los espacios e iniciativas que surgen. También cosas más cotidianas, como el mercado turco del Maybachufer. Para María, Berlín es una ciudad en movimiento constante, como ella misma. Pero no la idealiza. Echa de menos una comunidad real; considera que la gente aquí es muy individualista. Además, las calles están sucias y los precios de los alquileres son muy altos, consecuencia de una gentrificación que se puede observar a tiempo real.

 

María, ¿por qué bailas?

Bailo porque es lo que más me gusta en el mundo. Lo siento como un pulso natural. Desde pequeña he sentido una fuerte conexión con mi cuerpo y su sabiduría, y cuando estoy en movimiento todo esto se pone en funcionamiento y me sorprende. Todo un mundo se abre y puedo explorarlo y manifestarlo. Bailo porque es la manera más pura que he encontrado de estar en contacto con la parte más profunda y misteriosa de mí misma y el mundo. Bailo porque cuando lo hago y estoy navegando el movimiento en mi cuerpo, sale a la superficie visible lo que se halla en las profundidades de lo desconocido y lo poético. Cuando bailo puedo habitarme en el presente de una forma completa y alinear mente, corazón y cuerpo. Toco memorias de otros tiempos y se manifiestan diferentes energías que provienen de fondos desconocidos, con una potencia abrumadora, poética, que no tiene tiempo. Es pasado, presente y futuro. De la misma forma, siento cómo puedo habitar todas las “yos” que hay dentro de mí. En uno de mis poemas digo que dentro de mí “son muchas las que cantan”. Habito la que piensa, la que hace y la que sabe, y puedo manifestar lo que se halla más allá de mi identidad. Es un espacio de libertad suprema para mí, y el lugar donde tomo contacto con lo humano y lo divino en toda su dimensión, que es donde creo que nacen las preguntas, sale a la luz lo que estaba en la sombra y toma forma lo desconocido, abriéndose. Y eso es para mí el arte.

Aunque algunos filósofos han tratado el tema, no existe una filosofía de la danza como sí la hay para la poesía o la pintura. En la antigüedad se disfrutaba de ella tanto como se temía, pues se tendía a situarla en las proximidades de lo diabólico y la locura. Para Epicuro era una celebración de la vida y Hegel la consideraba un arte menor, pues para él el progreso de las artes se movía siempre en una dirección: de lo sensual hacia lo intelectual. ¿Cómo definirías tú la danza?

Para mí la danza rompe con la linealidad del tiempo, permitiéndonos habitar diferentes dimensiones a la vez, un poco como en los sueños. La danza consigue traer al presente lo que nos habita y desconocemos, los restos de lo que fuimos, somos y seremos, permite que se abran horizontes a la imaginación y crea nuevos mundos, haciendo emerger nuevas preguntas. Es mágico y humano, y todo ello estaba ya contenido en el cuerpo.

Cuando hablas de danza, ¿te refieres a alguna danza en particular?

Estoy hablando de improvisación, yo solamente trabajo con la improvisación en danza. La danza invita a la experiencia, una experiencia en los límites de apertura infinita. Y pide un entender no entendiendo. José Ángel Valente, un poeta al que admiro profundamente y que considero uno de mis maestros, dice que el escritor no es el que habla sino el que deja que el lenguaje hable en él. Eso es exactamente lo que yo veo en la danza, el bailarín que deja que la danza lo dance, y para eso es para lo que se entrena.

Estoy de acuerdo contigo. Fellini, el cineasta italiano, matizaba aquí que la palabra improvisación era inadecuada, ya que en realidad no se improvisaba, sino que algo aparecía cuando uno estaba dispuesto a recibirlo. Él proponía hablar de disposición.

 Sí, estoy de acuerdo con él. La cuestión semántica en este ámbito es algo que todavía está en proceso de definición.

¿Cómo te definirías profesionalmente? ¿Te consideras pedagoga del baile, terapeuta o nada de eso?

Me considero artista y creadora. Sobre todo, eso, creadora. No me reconozco como pedagoga, aunque sé que soy buena enseñando y puedo transmitir las cosas desde ángulos diferentes. La palabra terapeuta también la siento lejana, no me identifico con ella, pero sé que mi trabajo y su potencial es terapéutico y sanador.

¿Es el baile también una catarsis o terapia?

Más que baile, yo diría danza. Baile es una palabra que me parece que apunta más a una coreografía o un baile que tiene principio y final. La danza me gusta más como palabra porque abarca algo inacabado, es un instrumento, una forma de hacer arte utilizando el cuerpo y todo el potencial que tiene el movimiento y su capacidad de transmisión y de compartir.

Por supuesto que puede ser una terapia, reconozco que mucho del trabajo que hago es terapéutico. Pero no lo abordo desde ahí, lo ofrezco desde lo artístico y lo creativo. Pero siempre termina siendo muy terapéutico y sanador, según cuentan mis alumnos, que ven esta conexión más que yo. Yo no trabajo con una intención de sanar, pero soy consciente de que sana. También puede ser una experiencia catártica, sí.

En mi manera de verlo, hay que entrar en la danza desde el cuerpo que improvisa, desde lo que tienes, y eso es lo que acaba calentando y moviendo, haciendo navegar el corazón mientras se baila, pero ocurre por un proceso natural de sumergirse en lo desconocido. El cuerpo se adentra en ello, y entonces es adentrado por algo que, si lo dejas, sale y se manifiesta. Eso es para mí el proceso en la creación artística. Pero no soy fan de las coreografías emocionales porque roban demasiada libertad al espectador, y en vez de compartir y abrir, me llegan como algo demasiado fundido a la identidad que el bailarín cree poseer, cerrándose a una expansión que considero fundamental.

Esto que dices sobre la danza me recuerda la definición de poesía que hace Rilke. Según él, la poesía no es emoción sino experiencia. Según él, hay que vivir e incorporar la experiencia para que ésta pueda emerger en algún momento en forma de verso. Quizás esta permanente confusión entre arte y emoción radique en que, cuando hablamos de emociones, todos tenemos la sensación de que estamos hablando de algo conocido y compartido. Mientras que la experiencia, la expresión, tiene algo de único e incomunicable. Esta definición de la poesía de Rilke me parece que es válida para todas las artes.

Me parece precioso esto que mencionas de Rilke. Y sí, en efecto, yo también considero que ése es el proceso natural artístico; sobre todo si atendemos a la poesía. El poema es una manifestación de una experiencia que se ha estado gestando, es como parirlo cuando lo escribes. A veces no sale entero, y va asomando poco a poco en diferentes textos, hasta que termina por salir del todo. Es también una manera de conocer a través de la revelación, que es lo que para mí es, por ejemplo, un poema. Algo que revela y queda siempre abierto como en un eco infinito.

Coincido en que podría ser una definición para todas las artes. Considero, además, que todas las artes tienen un movimiento primordial que es común, que es ese sumergirse en la materia oscura. Picasso decía que “no se busca, se encuentra”. El arte, para mí, nace de lo oscuro, como dice Valente: “El artista tiende las redes”, cada arte las suyas propias. Las echa y después vuelve de lo desconocido con algo que reconocemos, pero siempre tiene que entrar en ese terreno misterioso. No interesa mucho que te cuenten lo que ya sabes, incluso cuando las artes se acercan a lo cotidiano lo hacen desde ese lugar. Como dice el poeta inglés Willian Woodsworth: “Aleja lo conocido para hacerlo desconocido”.

“La danza me gusta más como palabra
porque abarca algo inacabado. Es un instrumento, una forma de hacer arte utilizando el cuerpo y el potencial que tiene
el movimiento.”

Y lo desconocido da miedo. Hace falta valor para dejarse poseer por el arte. ¿Observas ese miedo en tus alumnos?

Sí, por supuesto, he percibido y observado muchas veces ese miedo. Pero la razón por la que existe es porque hay una apropiación de lo que acontece en la interioridad a la propia identidad. A veces la gente se define por lo que le ocurre, y cuando lo intentas atar o definir como “lo que tú eres” es cuando se acaba y ya no tienes más material, nada acude a ti porque ya lo has definido, has cerrado el grifo. Es un miedo del que debemos aprender a desprendernos, la obra no habla de quien tú eres, habla de la obra, y tú, si te dejas, eres quien la comunica. El mensajero. Y en parte, claro, el autor, porque atraviesa y se manifiesta pasando por tu sensibilidad y tu instrumento (cuerpo, música, pintura, voz… lo que sea que ese arte utilice). Pero no es tú, o no sólo eso eres tú. Lo que sucede muchas veces es que la gente conecta con el material que empieza a salir, lo siente (y en la danza, además, ocurre de una forma bastante cruda, es físico y también avienta el corazón, que ya de por sí arde) y se asusta del potencial. Pero hay que ser valiente y dar a luz lo que viene. Si lo juzgas y te lo adhieres a tu identidad, entonces es cuando ya no tiene libertad para hablar y engendrarse. No hay porqué tener miedo a expresarse, porque lo que se expresa a través de ti no es tú. Pasa por ti, e inevitablemente eso influye y moldea lo que sale, dándole una u otra forma, perspectiva… Y eso es precioso, es “lo único” que mencionabas tu allá arriba. Pero no habla sólo de ti. Lo que habla en ti es mayormente universal, un poso de la experiencia humana, de lo que somos, fuimos, del mundo y toda su complejidad y misterio.

¿Crees que hay personas incapaces de danzar?

Tanto como incapaz diría que no, la danza toma diversas formas y expresiones. Piensas en alguien que es incapaz de danzar y ¿qué ves?, ¿alguien quieto? Eso también es danza. Lo que sí me he encontrado, por ejemplo, es gente que no se deja danzar, y no se deja ser tocado por lo que venga. Hay muchas maneras de interferir y no dejar la obra atravesarte para parirla. Ponen demasiada interferencia, juicios de valor, extrema identificación identitaria con la obra, hay un editor interno muy fuerte que muchas veces ahoga lo que sea que ansía manifestarse. Eso es bastante común, yo misma tengo días en los que interfiero menos y entrego verdaderamente mi potencial a la obra para que hable, y puedo ser coautora con mi sensibilidad y unicidad en la obra, y otros en los que estoy interfiriendo con opiniones, ideas de lo que debería ser, intencionalidad demasiado férrea y demás mecanismos que muchas veces operan a nivel inconsciente.

Muy bueno lo del editor interno. Este concepto me interesa mucho. ¿Podrías ponerme un ejemplo?

Claro, por ejemplo, en el taller Embodying the I Ching, que fue una reinterpretación que hice de Danza y I Ching de mi maestra y amiga Ana Fernández. La idea era explorar las energías arquetípicas y fuerzas vitales de la naturaleza, que en el I Ching se llaman trigramas.

¿Qué son los trigramas?

Son ocho fuerzas arquetípicas representadas por distintos elementos: el trueno / lo suscitativo, el cielo / lo creativo, la tierra / lo receptivo, el lago sereno, el fuego adherente, el viento suave, el agua abismal, la montaña / el aquietamiento. Operan en la naturaleza y también en nosotros, que somos parte de ella. La identificación y expresión de estas fuerzas varía entre las personas y en las culturas, pues nuestra familiaridad con ellas depende de lo que nos ha sido permitido, de lo que se valora en nuestra cultura… El Tao y el I Ching te enseñan a habitar en todas ellas, y dejar que operen cuando es necesario. Pues bueno, hay gente que nunca ha manifestado el poder del trueno, por ejemplo; el trueno es quien rompe las semillas para que explote la primavera, quien descarga una fuerza de grito en un cielo que ha sido condensado en tensión por mucho tiempo. Un trueno es necesario para romper el estancamiento. Pero no siempre es socialmente bien recibido. Por eso digo que hay gente que, aunque lo haya sentido llegar, nunca lo ha dejado salir. Son fuerzas que operan en todos nosotros pero que hemos seleccionado: esta sí, esta no. Hay gente a la que le ocurre con el trueno, a otra le ocurre más con la tierra / lo receptivo, o con el viento suave, que se deja desprender de lo innecesario, un poquito lo que sería la capacidad de “let go”. Aquí es el editor interno el que censura.

Me parece que ese editor interno está presente en muchas esferas de nuestra vida, no sólo en la danza. Me recuerda bastante al superyo de Freud. ¿Son terapéuticos tus talleres?

Creo que sí, ese taller en concreto tenía un fuerte componente de psicología. Pero, como ya he dicho antes, mi forma de abordarlo fue más artística y no terapéutica. Invité a los participantes a dejar que todas esas fuerzas te habiten y te dancen, sin juzgarlas ni descartar ninguna, abrazando el regalo de todas ellas. Además, son fuertes instrumentos artísticos, en términos de técnica me refiero. Se necesita de todas ellas para poder abrazar la complejidad y el misterio que atraviesa y se manifiesta en el arte y la creación.

¿Y qué temas te interesan especialmente?

Todos los talleres que propongo son mundos que me interesan, en los que deseo adentrarme con más profundidad. Pertenecen a esa materia oscura que me atrae por su misterio y profundidad. Y también creo que todos tienen una invitación subyacente al conocimiento de nosotros mismos y el mundo. Siempre utilizo el cuerpo y el movimiento como instrumentos para entrar y conocer, tocar y ser tocado por lo que sea que esté surgiendo en ese momento.

Ahora mismo estoy preparando un nuevo taller basado el libro Las diosas de cada mujer, de Jean Shinoda Bolen. Pretendo abordar los diferentes arquetipos femeninos representados por las diosas griegas a través del cuerpo, en improvisación y composición de la danza.

La danza, la poesía, las clases de yoga y los talleres… ¿Existe una filosofía, un nexo detrás de todo lo que haces?

Bueno, sí, y creo que estoy aún descubriéndola. Todo lo que hago tiene un fondo común: la danza, la poesía, el yoga, el enseñar y compartir todo eso. Es todo lo mismo pero abordado desde diferentes direcciones. No sé si podría llamarlo filosofía aún, supongo que ya está gestada y la estoy conociendo, empezando a entenderla y a ser más consciente de ella. Me guío por la intuición, creo desde el caos (entendido como el lugar oscuro: lo que no se ve o no se conoce). Todo lo que hago viene desde ese fondo y tiene un porqué, pero no me paro demasiado a pensar en ello. Puede que no haya tenido el tiempo para ello o que aún esté creándolo en una fase más de exploración. Lo que sí puedo decir es que todo lo que hago parte de un deseo de habitar la libertad profunda, crear, celebrar la vida, honrar, abrir nuevas significaciones y mundos, inspirar, manifestar lo que nos está hablando, y traer a la luz lo que se halla oculto o lo que ya no se valora. También hay un fuerte componente de estar en contacto con la parte más mística, misteriosa, espiritual y trascendente de nosotros, el alma, el centro de las cosas, el sentido y su raíz. Un habitarse en las zonas sumergidas del ser humano y el mundo.

¿Una expresión de nuestra personalidad?

Bueno, sí y no. Pienso que la personalidad puede servirte y sirve para habitar el mundo, pero creo en la premisa de que la danza te lleva más a la esencia, que es algo más amplio que tu personalidad, y desde ahí, es donde de verdad se puede crear en toda la amplitud de la palabra.

Pienso que el ser humano tiene tendencia a desconfiar de aquello que no puede ser comprobado. En psicología esta tendencia se ve reflejada en el cientificismo, la aplicación del método científico a todos los aspectos humanos. Una reacción a esta perspectiva han sido las teorías del Embodiment, que nos recuerdan que, además de tener un cuerpo, somos un cuerpo. Cuando danzamos estamos siendo nuestro cuerpo.

¿Crees que el aspecto sanador de la danza puede radicar ahí? ¿En que al bailar estamos siendo?

Qué interesante lo que dices, me parece fascinante esa revelación que mencionas: “además de tener un cuerpo, somos un cuerpo”, y lo que propones a continuación: “al bailar estamos siendo”. Pienso que sí, efectivamente, parte del aspecto sanador de la danza está en que, al bailar, estás habitando la materia de lo que eres, que contiene además muchísima información y tiene el don de siempre estar en el presente. El cuerpo es lo único que siempre habita en el presente. La mente puede transitar por todos los tiempos, el corazón y la emoción lo mismo. De esos tres, el cuerpo siempre te regala el aquí y el ahora. Es una maravilla. Ya está ahí. No hay que preparar nada. El primer movimiento que realizas ya es parte de la coreografía. Es fascinante y vertiginoso al mismo tiempo. El cuerpo te regala esa conexión al instante, sólo hay que aprender a navegarla y saber llevar en ese galope al corazón y a la mente de tu lado, sin interferir, pero dejándolas también ser.

¿El cuerpo como un ancla en el presente?

Sí, algo así. Y esto me lleva a mencionar también que sí, cuando bailas estás siendo tu cuerpo, pero ya lo eres también cuando te despiertas por la mañana y das los primeros pasos. Lo que pasa es que quizá nos hemos entumecido un poco y la danza consigue volver a poner en funcionamiento todo lo que está adormecido y despertar la conciencia. El estar siendo cuando bailas en el sentido más amplio de la palabra me parece bastante acertado: estás siendo sentido, historia, recuerdo, misterio, mundo, eco, obra… No sólo estas siendo tú, sino todo eso también. Creo que percibir y abrazar esa amplitud y universalidad en referencia al material en danza nos previene de sentir ese miedo del que hablábamos.

Pina Bausch hablaba de “danzar contra el miedo”. Y una vez leí una historia fascinante de un bailarín ruso de la compañía de Sergei Diaghilev que estaba como poseído por la danza y bailaba todo el tiempo, incluso cuando comía. Terminó en psiquiatría. Puede que parase de bailar y le volviese a poseer el miedo.

Yo me pregunto, ¿a dónde va lo danzado cuando la danza termina?

Nunca había escuchado esa historia, es muy conmovedora. Y es muy bonita tu pregunta. Lo danzado supongo que va al que lo recibe, al espectador, y entra en él, si se deja, para vivir en su recepción y transformarse en ella. Cuando no hay espectador, y entrando en un terreno más metafísico, diría que asciende, transformado. Para mí hay una sensación de ascensión de la pieza justo cuando termina de ser representada; es algo que he podido experimentar cuando he bailado en piezas de danza. A veces incluso también vuelve al origen, a ese lodo oscuro del que vino, un poco como imaginarse que de la ceniza se hizo fuego y luego ceniza de nuevo. Creo que lo danzado va a lugares diferentes dependiendo de la naturaleza de la pieza, pero sigue viviendo. Es como si llevaras el fuego durante un tiempo. Puedes volver a visitar una pieza que representaste hace tiempo y aún puedes ser penetrado por ella advirtiendo nuevas cualidades y revelaciones. Y eso es muy bonito. Pero para ello hay que dejar las piezas siempre abiertas, con toda su precisión, pero abiertas al engendramiento.

En cuanto al efecto sanador ¿crees que persiste?

Creo que persiste. Porque ha sido experimentado. No obstante, no siempre es absorbido. Hay que dejarlo vivir, experimentarlo, en danza ejecutarlo, manifestarlo, absorberlo y dejarse tocar por ello. Esto requiere un interminable movimiento activo-pasivo que es muy difícil de sostener. Tocar la obra y dejar que la obra te toque al mismo tiempo. Que ninguna de las dos se haga dueña de ella es difícil pero hermoso.

¿Crees que es necesario o conveniente traducir lo ocurrido a palabras, como supuso el psicoanálisis?

Traducirlo a palabras no creo que sea necesario, conveniente quizá sí, ¿por qué no? A veces el ponerlo en palabras retroalimenta y enriquece la obra, te ayuda a ver más cuando haces el ejercicio de escribir sobre ella. Pero depende cómo utilices las palabras. Yo nunca puedo escribir sobre mis creaciones de danza sin utilizar un lenguaje poético. Todo el resto del lenguaje me parece que acota y encierra demasiado la obra, y la obliga a servir un propósito o intención estética específica. En la poesía encuentro la manera de hablar de la obra respetando su libertad y movimiento, sin meterla en un universo cerrado que es lo que pasa cuando utilizas un lenguaje instrumental, de servicio, descripción. La propia obra y cómo se habla de ella deben estar en sintonía, por lo menos cuando habla el propio autor/a. Después lo que hagan los críticos o escritores de artículos y reseñas es otra cosa, que también es muy bonita. Lo que el espectador ve y percibe, además de hablar de sí mismo, te habla también de tu propia obra y es bonito ver lo que genera, pero nunca cerrarle su significación y carácter.

Es cierto, pero parece que tenemos una especie de presión (quizás social) que nos aboca a comentarlo todo, a ponerle palabras a toda la experiencia. Lo hace la gente en el museo, al salir del teatro o del cine… Es como si no pudiésemos evitarlo.

Lo que en arte es realmente bueno, se puede respirar; no hace falta entenderlo con la razón, con el intelecto. Hay otro poeta que me inspira mucho y del que he aprendido mucho, Antonio Gamoneda. Yo aplico a la danza algo que él dice en uno de sus poemas: “Yo comprendía / todas las cosas como se comprende / un fruto con la boca / una luz con los ojos”.

La verdad es que trabajo bastante a ciegas, voy, sé que voy, no sé adonde muy bien. Me guío por una fuerte intuición y claridad interna que es difícil describir. Confío en que sé adonde voy y tiro para adelante porque siento que está en conexión, así que no teorizo demasiado en el acto creador. Más bien a posteriori, aunque tampoco me gusta mucho hacerlo, a veces siento que corro el riesgo de cerrar la significación de las obras o de lo que hago. Las obras nunca las doy por terminadas, siempre están hablando, como dice Valente, “nunca terminan de decir”.

Cierto, ese es uno de los grandes problemas del lenguaje, que acotan la experiencia y la reducen a una pequeña porción, empobreciéndola y empobreciéndonos, introduciéndonos en un discurso. Entiendo perfectamente tu reticencia a la interpretación. Me preguntaba si eso que se expresa en el arte es precisamente lo que no puede decirse, lo innombrable. ¿Es eso a lo que te refieres cuando hablas de zonas sumergidas, misteriosas u oscuras?

Absolutamente, eso es exactamente a lo que me refiero. Por eso siempre encuentro que la manera de trasladarlo a las palabras es mediante una palabra poética, porque el terreno poético se mueve en esa tensión de lo que no se puede decir. Se mueve en los límites. Es un agua pura.

He observado que los términos poético y poesía son centrales para ti. Vamos a concentrarnos un momento en esto, pues tú no sólo trabajas el cuerpo sino también el lenguaje, ya que impartes cursos de escritura poética. ¿Cómo llegaste ahí?

Una de las primeras influencias que recuerdo es mi profesora de literatura de bachillerato, Amparo. Era de esas personas inspiradoras que se cruzan a veces en tu vida. Después, durante la carrera, tuve ocasión de estudiar los textos dramáticos. Pero, en realidad, todo empezó con una muy buena amiga, Sofía. Estuvimos dos años quedando en cafeterías de Gijón para escribir y leernos lo que escribíamos. Nos interesaba la escritura creativa y automática. Uno de los libros que me influenció en este sentido fue Wild Mind, de Natalie Goldberg. Luego vine a Berlín e iba sola a los cafés. Seguí escribiendo, pero me pesaba la soledad, así que decidí organizar cursos de escritura creativa en los cafés. Y poco a poco, sin saber muy bien porqué ni cómo la escritura fue derivando en escritura poética.

 ¿Cuál es la diferencia entre escritura creativa y escritura poética?

La escritura creativa es expresión personal. La poética es más universal. Un paso más.

Muy interesante, la poesía como expresión universal. En este sentido podría decirse que las diferentes danzas también nos hablan de lo universal a través de lo particular. Leí en algún sitio que la danza podía considerarse una ventana a la cultura y a la historia, además de a lo humano. El butoh, esta danza japonesa también llamada “la danza hacia la oscuridad”, apareció a finales de los años cincuenta del siglo pasado con Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata, dos artistas japoneses sobrecogidos por los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. ¿Qué piensas tú? ¿Es la danza algo así como una expresión de nuestra cultura?

Por supuesto. Las danzas tradicionales de cada cultura dicen mucho de ellas mismas. Puedes leer en ellas cómo esas culturas entienden el mundo, el tiempo, la humanidad, la naturaleza, el misterio, el tiempo, la vida, la muerte, los enigmas, las experiencias espirituales…

Yo he estudiado butoh con diferentes profesores, sobre todo con Ana Fernández. También hice un workshop con Atsushi Takenouchi, un bailarín y creador de butoh de primera generación, que fue estudiante y bailarín en la compañía de Hijikata. Me cambió por completo. En el butoh la idea central es que el bailarín es bailado y deja que la danza lo baile. Es un estado de receptividad absoluta, y el tiempo se vive radicalmente diferente a lo que normalmente observamos. Es también una danza muy revolucionaria porque desafía las estéticas socialmente aceptadas y vanagloriadas en la danza y abraza las partes más oscuras de la humanidad, entrando en ese lodo para sacar luz y belleza. Yo, definitivamente, he aprendido muchísimo del butoh y puedo decir que ha sido una de las grandes influencias en mi manera de entender y crear danza y arte.

A mí el butoh me impresiona mucho. Tiene algo de convulsivo.

¡Exacto! Hay una técnica que se llama Cristal Eyes. Se trata de mover los ojos de un modo que nos permita mirar al cerebro, hacia adentro. Esto nos traslada a un lugar donde no hay identidad, donde hay muerte. El bailarín de butoh es considerado como un medium que canaliza.

¡Qué interesante! De hecho, hay crisis epilépticas en las que a los afectados se les ponen los ojos como los acabas de poner tú. Se las llama ausencias. Veo una asociación. Hay una canción de Antony and the Johnsons, se llama “Epilepsy is dancing”, dice “My eyes pinned inside”. Profundizar aquí sería irnos demasiado del tema, pero es curioso cómo van surgiendo relaciones entre temas aparentemente tan dispares.

Y hablando de disparidad aparente, pasemos del butoh al flamenco, de Japón a España. ¿Por qué te interesa el flamenco?

El flamenco, más ligado a los gitanos que a España como país, es fascinante, es un depósito de saber infinito y antiguo. Yo lo estudio, lo practico y lo admiro mucho. Por ejemplo, considero que uno de mis maestros es Camarón, a pesar de no haberlo conocido ni haber tomado clases con él. Cuando lo escucho cantar aprendo muchas cosas, no soy muy consciente de qué, pero sé que me influye en esa manera. En oírlo cantar está todo, me conecta directamente con una profundidad que reconozco en mi interior y de la que sale todo lo que hago en relación al arte.

¿Y Berlín? Esta ciudad es famosa entre otras cosas por sus clubs. Allí la gente, a parte de otras muchas cosas, baila. Si seguimos con la hipótesis de que la danza nos muestra aspectos no verbalizados del Zeitgeist, ¿qué podemos aprender de los bailantes de los clubes?

No puedo realmente hablar de los clubes berlineses porque no los he frecuentado y no sé cómo baila la gente ahí. He visto algo, supongo parecido, en bares y demás lugares y, bueno, pues sí, claro que dice algo de la época. Lo dice todo y nada. Por supuesto, nos enseña una parte de la sociedad y cultura que habitamos. Cuando he observado la manera de bailar y “disfrutar” hoy en día en los clubes o bares, la verdad es que me he entristecido bastante. Me parece una exhibición muy triste de la extrema individualidad y falta de comunidad y comunión con el otro en la que parcialmente estamos, sobre todo en una gran ciudad como ésta. La música tecno y todo lo que en definitiva está de moda en estos clubes rezuma un foco hacia adentro muy grande, cerrado al compartir, a abrirse al exterior. Demasiada individualidad, falta de conexión con el otro y el mundo. Una especie de trance autoinducido y poco creativo. Aunque también soy consciente de que hay mucha gente que lo vive como una fuerte conexión consigo misma. Personalmente, yo esa música y ese ambiente no lo entiendo muy bien, no me dice nada ni me toca, me parece más una cárcel interna que un lugar de libertad.

Es gracioso, la primera vez que me fijé en el baile como algo digno de filosofar fue cuando estuve de Erasmus en Maguncia. Me llamaba la atención que, en las fiestas, cuando empezábamos a bailar, los españoles tendíamos a reunirnos en círculo. Por el contrario, los alemanes (los que se movían) bailaban aislados, como ensimismados en sus propias coreografías. Me parecía que esto decía algo de la cultura. ¿Has visto diferencias entre el danzar alemán y el español?

En efecto, también pienso que dice mucho de las culturas. Es verdad que en España se baila en un círculo, como mencionas. A mí me encanta, siento el grupo y me hace feliz. Ocurren pequeños grupos, parejas, siempre una especie de contacto y celebración de estar con esas personas. Lo vivo más como una celebración de la compañía de los otros, de pasarlo bien, aunque estés a tu rollo, pero con una conciencia de estar juntos. Aquí veo que cada uno está en su mundo. Y veo mucha soledad. Para mí falta celebración, alegría, contacto, risas, y placer en estar juntos, no me gusta, y me hace extrañar eso que experimentaba en España con mi amig@s.

¿Dirías que esta ciudad ha influido tu trabajo?

No mucho. Berlín no me inspira como ciudad, me inspiran las personas que he encontrado aquí; y la mayoría de ellas viajan constantemente, trabajan fuera también o están de paso. Siempre destaco que la ciudad es en realidad el problema a todo lo bueno que encuentro aquí. Echo mucho de menos la comunidad, la vida social, más amigos, la naturaleza y una arquitectura más suave.

Además, me siento bastante lejana a lo que es la moda del arte en la ciudad. Creo que, en Berlín (y quizá Alemania), predomina el arte conceptual, del cual me siento bastante distante. No me interesa mucho. Lo que yo hago está bastante lejos de arte conceptual, el concepto no es lo que más me importa cuando creo algo. Cuando voy a los teatros y espacios que reciben dinero del Estado y que abanderan la dirección que toma el arte el Berlín, reconozco que casi siempre me decepciono y no lo disfruto ni me inspira. Demasiada rigidez, demasiado discurso y palabrería, demasiada identidad, moda y poco trabajo, poca poesía y poca vida.

¿Qué es exactamente la danza conceptual?

El concepto o idea de la que nace la obra es lo más importante. Normalmente se trata de una declaración, un mensaje que está ya de por sí sentenciado. Después el trabajo real que se exhibe es un siervo de este mensaje, una manera de presentarlo. El problema para mí ahí es que quien manda no es la obra, sino la idea que el artista presenta, que además suele ser muchas veces vaga, cerrada en sí misma y negativa. El artista entonces se pone en la cúspide de la pirámide sabiendo ya de qué va la obra, la cierra, con lo que la obra no puede revelarle nada. Me parece un acercamiento muy egocéntrico al arte y casi siempre lo que veo como resultado me parece muy muerto. Es más una ejecución del concepto que dar vida a una obra. El espectador participa en observar al “genio” artista, que es el que sabe y que ha desarrollado esa súper idea original y su forma de presentarla. No hay espacio para que la obra viva. Lo que más me fastidia de ello es que, en la mayoría de obras de este tipo, no hay trabajo real de los performers. Ellos son simples intérpretes y marionetas del concepto y la idea. No me gusta cuando se reduce a eso a los bailarines. Por supuesto, aún hay un pequeño espacio de libertad donde el bailarín puede aportar lo suyo, pero todo está cerrado desde el principio.

¿Como si el arte se agotase en el concepto?

Algo así. Además, he observado que casi todas estas obras parten de un concepto-idea negativo. Por ejemplo: “La humanidad es un cáncer”. Y presentan una obra de noventa minutos donde están continuamente exhibiendo lo malos y terribles que somos. La gente paga su entrada para ver cómo le dicen que es lo peor y que debería sentir vergüenza. ¿Para qué sirve esto? Si lo que quieren es remover conciencias y alentar un cambio, me parece que consiguen todo lo contrario. Al final acabas viendo un montaje donde falta trabajo, y puedes escuchar el ego del artista que dice: “Qué genio soy, mira qué ideas tengo”.

¿A qué te refieres con falta trabajo?

La danza conceptual cercana a la performance tiene un fuerte componente de reacción crítica a lo metódico, a la técnica excesiva, a la disciplina; se considera que todo esto es una especie de censura a las emociones. Finamente a menudo deriva en un todo vale. Un profesor mío solía decir que todo vale, pero no cualquier cosa. La técnica es necesaria para la danza. Es parte de ella, la parte de trabajo. Pues para ser un buen improvisador hay que tener un cuerpo que responda y esto significa técnica, trabajo. No se trata de expresión emocional inmediata sino de conseguir navegar lo que viene con el movimiento. Cuando esto se consigue es cuando realmente se produce un cambio en el espectador hacia una conciencia más humanista y positiva para el mundo. Cuando se trabaja y se trae la belleza y la vida en toda su complejidad, cuando ves que realmente el trabajo está ahondando en territorios que inspiran, y cuando ves que el bailarín se sumerge con valentía en las cosas, se mancha las manos de barro…

Podríamos seguir hablando toda la mañana, pero habrá que terminar. Podemos hacerlo con esta última observación tuya: en la danza y en la poesía se requiere valor y trabajo y cuando falta uno de estos elementos, el resultado es pobre.

María, me ha gustado mucho hablar contigo, me pareces una persona muy inspiradora. Me ha quedado la sensación de que hay un mundo entero por explorar. Estoy deseando experimentar lo que hemos hablado. No me pierdo tu próximo workshop. ¿Podrías hacernos unas recomendaciones para terminar? ¿Quiénes son tus referentes en danza?

Lo que yo practico y enseño y más me gusta ver es improvisación y, sobre todo, lo que se llama Instant Composition, composición instantánea. El butoh me parece sublime y, como dije antes, también admiro, aprendo y me inspira muchísimo el flamenco.

Mis referentes en danza son muchos. Hablaré muy especialmente del director y artista griego Dimitris Papaioannou. Sin duda su trabajo es de lo más inspirador y precioso que he visto en mi vida. Un poco en esa línea también la compañía Peeping Tom. Por supuesto, Pina [Bauch], y la bailarina clásica Sylvie Guillem, que siempre me ha parecido fascinante. La bailaora Antonia La Singla y Rocío Molina. Atsushi Takenouchi y Minako Seki en el butoh. Y sin duda alguna, a quienes son o han sido profesores de los que he aprendido mucho, ya que lo que han transmitido se ha quedado largo tiempo en mí. Hablo de Ana Fernández, Maya M. Carrol, Julyen Hamilton y el bailarín y coreógrafo gallego Javier Martín.

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