TEXTO: AGUSTINA BULLRICH
FOTOS: MORA DRESZMAN
Marzo de 2023
«La intuición, ¿no? Sí, se siente bien acá», responde Matilde cuando le cuento que me estoy mudando a Berlín. Ella está en la misma. A pocos días del estreno de Transmatria, la performance de Rocío Marano en la que participa, está ahora mismo de paso; el plan es volver a Barcelona, donde reside actualmente, a levantar campamento y cerrar esa etapa. Todavía no sabe la fecha exacta, pero sabe que quiere hacer base en Berlín. «La idea es venir con mis libros», dice, como símbolo de ese deseo.
El café que le propuse para nuestro encuentro es justo uno de los dos que ella visita por estos días, para trabajar en diferentes proyectos y convocatorias. Y así la encontré, cuando llegué a K-Fetisch, sentada a la mesa con su laptop y su botella térmica, ubicada estratégicamente al lado del mostrador y de frente a la puerta por la que me vio entrar. Nuestras miradas con signo de pregunta duran un microsegundo, enseguida viene el saludo y buscar una mesa más grande, alejada de la estridencia de platillos y tazas que emana del mostrador.
El breve intercambio de mails que nos lleva concretar el encuentro está lleno de emojis vintage, esas caritas hechas con signos ortográficos. Cada respuesta que recibo hasta el día de la entrevista me anticipa una personalidad dulce y abierta, una calidez particular, como hecha del mismo material de aquella otra, la que encontré en esta ciudad. Matilde estudió danza contemporánea en Chile y trabajó unos diez años como parte de la compañía del coreógrafo chileno José Vidal. Viajó a Madrid a hacer una maestría en Práctica escénica y cultura visual en el Museo Reina Sofía y se mudó a Barcelona en 2020. Su práctica se desarrolla entre la danza, la performance y los procesos de investigación transdisciplinares.
HARÍA ESTO TODA MI VIDA
«Un día estaba en la parada esperando el bus, y de pronto pasó de largo y yo hice fuúm, como con el movimiento. —Matilde mueve el torso y los brazos como en un paso de danza que busca que el bus se detenga—. Y le dije a mi amigo que estaba ahí yo haría esto toda mi vida. Él me dijo estudia danza, y ahí se me prendió. Me dijo obvio, si eso es la danza. No sé por qué no lo había visto. Quizá creía que la danza había que estudiarla desde pequeñita, y ahí se me abrió todo un panorama. Averigüé y entré a danza, y de verdad fue muy loco porque fue el lugar de pertenencia, así, de una. Fue “ah, yo era de esta raza humana”. Además se me dio muy fácil, hay gente que tiene que elongar mucho, yo tenía predisposición.»
La epifanía sucede mientras Matilde cursa su último año del secundario, decide entonces hacer un curso de danza en una universidad y el curso le sirve para corroborar que es por ahí. El siguiente paso es entrar a la Universidad ARCIS para hacer una licenciatura en danza contemporánea y el ARCIS resulta el sitio ideal porque «era de esos lugares móviles, sin tanta certeza». Matilde habla con el cuerpo, habitándolo todo, con esa plasticidad particular de los cuerpos que se mueven por el mundo de la danza y la actuación.
«Es que el movimiento llama al movimiento, ¿no? Yo salí en julio de mi casa a Kosovo, por una bienal de arte, la Manifiesta, una amiga exponía ahí así que arrendamos una casa entre amiguis. De ahí me venía acá un mes que acá tengo también un montón de amiguis; tenía ganas de hacer proyectos autogestionados y de ahí que no paré. De Berlín me fui de gira con un proyecto a París, después estuvimos en Bélgica, después en otro pueblo de Francia y de ahí me invitaron de nuevo a un proyecto aquí. Me vine dos meses y ahí entendí que el esfuerzo es acá, siempre lo supe, que el movimiento era hacia acá, pero todavía no terminaba de cerrar lo de Barcelona y estando acá se empezó a cerrar orgánicamente.»
«¿Qué pasa si estamos más conscientes de este organismo vivo que somos, de esa materialidad que sí produce realidad al final?»
¿Y qué hizo que terminaras de darte cuenta de que querías quedarte en Berlín?
Siento que hay un montón de capas, una es la ciudadana, sentía que me gustaba cómo se vivía acá a nivel de ciudadanía, cómo se habitan las calles. Acá sentía que me hacía recordar la experiencia en Chile, que te enfrentas a una calle a la que le pasan cosas. Los parques que hay, que no prendan la luz a la noche en los parques, la bicicleta como posibilidad feliz todo el tiempo, la diversidad de gente en la calle, incluso locos, la permisión de la locura en el espacio público… Está todo pasando en simultáneo. En Barcelona está todo más higienizado; también pasan cosas, en el Raval por ejemplo, pero acá sentía esa cosa en el cuerpo. Luego como artista, la línea editorial de lo que pasa aquí, en performance, en música, hay más y me siento más emparentada con los estilos. Aquí me es más orgánico, lo que digiero y lo que puedo compartir. Y tengo un montón de redes aquí, mucha gente querida y conocida, eso también es un súper factor.
Y desde lo estético y artístico, ¿en qué sentido resonás con la línea de acá?
De partida porque hay más. El derecho al anonimato; al ser más grande que Barcelona, no se te cataloga mucho, no está eso de asir, porque la cosa va en movimiento todo el tiempo, se transforma.
¿Menos encasillamiento?
Sí y eso me da mucha libertad y alivio, para poder ir con ese mood. Un poco así voy yo también, esa es mi manera de moverme. —Matilde se queda pensando, como si la respuesta siguiera dentro suyo pero en un formato que escapa a las palabras. Unos segundos después, para cerrar la frase agrega un «sí» que tiene algo de suspiro.
Justamente una de las líneas conceptuales que me apareció al ver tu trabajo es el tema del movimiento, que va desde tu formación en danza contemporánea y tu trabajo con el cuerpo, hasta el nomadismo de este último tiempo (el movimiento del cuerpo por diferentes territorios) y también lo veía en relación con el pensamiento. Lo que me transmite tu obra es una sensación de apertura radical, de abrazar la inestabilidad y la incertidumbre como gesto político.
Mmm, mmm, qué bueno…
Y lo que percibía era un pensamiento que está en movimiento, creo que conecta con lo que decías antes ¿no? Esto de que no te encasillen. En la bio de tu web no te definís, decís lo que hacés, lo tuyo es «hago esto», defínanme como quieran. Y hay algo que decís en tu web sobre buscar diferentes aproximaciones a pensamientos consensuados. Entonces mi lectura (y sabemos que las lecturas muchas veces son proyecciones) era ésta, que el movimiento también estaba en relación con el pensamiento.
Total, sí… —pausa, piensa—. Total. De hecho tenía ganas de hacer un proyecto, porque me cuestan las fotos, y pensaba en siempre salir movida, también porque me gustan las fotos movidas. Está buena tu lectura, te la agradezco, porque… va p’allá, va p’allá lo que me interesa vivir slash trabajar. Esta idea también de hackear lo fijo, ¿no? Darte cuenta de que el mundo se rige por esas estructuras. La sensación de que algo está estático. ¿Y esto por qué no se ha movido en tantos años? ¿Y esto por qué sigue aquí? Hay algunas normas que está bien que existan, hay algo con el anarquismo que me interesa pero ya —se ríe—. Entiendo que tenemos que ponernos de acuerdo, pero se caducan las cosas también; creo en esta cosa del movimiento, hay obsolescencia no sé si programada o qué, pero a las cosas hay que ponerles una voluntad de revisitar, repensar… Hay ciertos consensos, entre comillas, porque lo decidieron algunes, que la tragamos tan fácil.
Sí y a veces ese decidir tampoco es tan consciente.
Sí, se arma.
Se arma y después la repetición y la obediencia, es muy inconsciente también.
Y también hay otras que fueron hechitas con voluntad. Se empieza a naturalizar y de repente vivimos con eso, acompañando nuestra existencia y a ver qué nos acompaña, porque estas ideas nos constituyen, entonces ¿qué nos constituye? Por ejemplo, cuando hice la obra Junta, fue un viaje preguntarse ¿quién decidió esto? Pensé que era muy de la infancia lo de los signos patrios, como cuando era pequeña y me gustaba jugar a definir cosas, jugar a que las cosas fueran de una manera. Los países se organizaron así y se naturalizó, es como un jueguito, yo tengo una flora y una fauna, una canción, se van coleccionando símbolos.
Matilde me avisa que va a preguntar si tienen miel y se encamina al mostrador con su botella térmica.
LA RAZÓN ES BIEN VORAZ
«Que de hecho sí, ahí hay algo», dice Matilde mientras se acerca con su té con miel, como si en ese traslado de la mesa al mostrador la hubieran visitado nuevas ideas y asociaciones.
«Retomando un poco lo de la palabra, el pensamiento y el movimiento, justo con una amiga que es escritora y curadora, la Sonia Fernández Pan, hemos hablado un montón últimamente sobre esto. Yo le pelo mucho el cable, y le decía justamente que vivimos en un mundo muy palabrocentrista que necesita mucha certeza todo el tiempo y mucha determinación, ¿no? Lo que la palabra da, esta idea de lo fijo, la estructura, las palabras son muy determinantes, y a mí muchas veces me cuesta percibir el mundo a través de la palabra porque lo percibo desde un lugar mucho más sensorial. Siempre he tenido que lidiar con esa… no sé si dificultad, pero hay algo ahí que no me queda tan cómodo. Y el mundo funciona muy así, por ejemplo con las convocatorias, hay que bajar todo un saber.
Claro, al menos desde Descartes venimos de una tradición, de un paradigma en el que funciona el mundo desde hace siglos que es mental, existimos porque pensamos, y creo que hay un movimiento en el último tiempo, tal vez rizomático, donde hay un volver a ver que hay otras formas de conocimiento que no son las mentales y todo el conocimiento que hay en el cuerpo, ¿no? Entonces también me parece que hay algo de eso en lo que hacés y también estudiaste medicina china. Hay algo del cuerpo como sitio de conocimiento, que es otro conocimiento, pero es información, toda la información que hay en el cuerpo como organismo inteligente que procesa estímulos y que archiva.
Eso, sí, justo. Y está bueno porque lo vino a validar también justo la teoría, esta gente que escribe ahora sobre las plantas, una corriente que está muy de moda, lo de la inteligencia de las plantas, ese saber orgánico… Pero también cuando se valida es desde la Academia, todo bien igual, me encanta porque por lo menos estamos abriendo espacios. […]
Pero ese saber que tú dices yo sí me inscribo, y cada vez creo más que hay que defender, abrir y cuidar esos espacios, hacerlos parte del mundo, darles lugar, porque es bien voraz y devorador.
¿Qué cosa es voraz?
La Academia, los espacios de arte, lo que tiene que ver con la palabra. La razón es voraz, todo lo quiere agarrar. Entonces abrir esos espacios para que puramente el organismo lo pueda entender desde esas otras inteligencias, otros saberes que están en nuestro cuerpo que tienen otra temporalidad, que necesitan otras condiciones para que eso ocurra, otras necesidades también. Hay que empujar, a veces me he visto como haciendo una barrera de contención para que eso otro pueda emerger, porque los saberes de la razón son súper invasivos.
Hice una obra que se llama Historia Natural que hablaba de eso, de pasar la teoría por el cuerpo para encarnar todo este saber, esta memoria. También hice una obra con sesiones de masajes que era generar un espacio para que el cuerpo y lo sonoro pueda tener un lugar.
«Hablé con un montón de astrónomos y sentí ese vértigo de irnos a una escala planetaria y una comprensión de la vida con un distanciamiento que es abismal, brutal.»
¿Cómo surgió la idea de las sesiones de masajes?
Doy masajes, estudié medicina china, masaje tuina y otros, y también en danza se aprende mucho sobre lo somático. Hago esos masajes y cada vez que lo hago para mí es una especie de trip, para mí y para la persona, de hecho siempre pido que elijan un soundtrack y sino yo tengo mis temas por si acaso. Entonces ahí tenemos una experiencia compartida, donde pasan un montón de cosas. Yo siento que coreografeo y bailo con mis manos, ese cuerpo que está ahí en pasividad es un paisaje y yo voy turisteando con mis manos, recorriendo ese paisaje. Siempre que hago un masaje es desde ahí, desde un encuentro con ese cuerpo específico, no con un cuerpo estándar, con esa música que también me da una información para bailar con las manos, como una experiencia performática. La idea de querer hacer algo con eso siempre ha estado. A mí siempre me ha encantado que me hagan masajes desde chica, y cariñitos, yo me haría masajes todas las semanas, pero es un presupuesto. Tenía una pareja que decía en vez de «el medio es el mensaje», «el medio es el masaje». Es un montón lo que pasa por ahí en el encuentro humano. Y estaba en La Escocesa, este lugar donde soy residente en Barcelona (me gané una beca para hacer una reactivación comunitaria), entonces pensé que era el momento para esta idea, ahí invité a una DJ para musicalizar y yo guiaba. Una especie de activismo para que se toquen —se ríe— porque además se llamaba Touch me in the Covid Times, entonces era esto de toquémonos, con los cuidados que se necesiten pero tocarse porque también estaba muy loca esa época, ¿no?
Claro, recuperar el tacto.
Sí, total —piensa—. Y también lo de Entrenamiento para ir a Marte viene un poco de ahí porque es la pregunta de qué cuerpo se está preparando para ir a Marte. Parto de la idea de que este cuerpo que somos ahora, es un cuerpo que ha sido entrenado para ser lo que es, ¿Foucault no? Todo lo que repetimos día a día, nuestra manera de habitar el mundo es una manera de entrenamiento, y ese entrenamiento nos pone con una forma de mirar el mundo, con una serie de herramientas específicas, un tipo de atención, una manera de estar y percibir…
¿Tenemos incorporada una forma de habitar el mundo que no serviría en Marte?
Que es una, una específica, y la pregunta es ¿queremos llevar esta misma específica a otro lugar? ¿No estaría bueno, si estamos pensando en otro planeta, pensar qué otro cuerpo queremos crear, llevar? Entonces desde el entrenamiento, la repetición y el desarrollo de otras prácticas corporales, se le pueden dar otras variables. No está la idea de hacerlo mejor, es probar también, según lo que somos vamos haciéndonos responsables y viendo lo que vamos necesitando. Por ejemplo, el tema del sistema nervioso que está dividido en dos, el simpático y parasimpático, y el simpático está muy a tope, que es el que responde al stress, y el parasimpático es el de las respuestas primarias. ¿Y qué pasa si lo estimulamos más? ¿Qué pasa si estamos más conscientes de este organismo vivo que somos, que cargamos, nuestra médula, nuestros líquidos, toda una materialidad que somos y que esa materialidad sí produce realidad al final? Podemos hacer algo con eso, no simplemente cargarlo de acá para allá. Es una apuesta por la plasticidad corporal que somos.
Claro, todos los descubrimientos más recientes en relación con la plasticidad del cerebro, ciertas cosas que se pensaron hasta cierto momento como fijas… Y nada es fijo, todo se mueve en el espacio. En relación con qué cuerpos llevar, pensaba en cómo van cambiando los cuerpos en función de los hábitos, ahora se va viendo con el uso de los celulares, cómo va cambiando físicamente el cuerpo.
Total, se va moldeando por la práctica y vale, ¿queremos eso? Preguntémonos.
Como que ni siquiera es consciente, es una fuerza que nos va llevando.
Claro, con las prácticas que vamos teniendo. Entonces cuestionemos las prácticas y luego tomemos decisiones, hagámonos cargo, que no sean solamente consecuencias como «ahora no tengo cuello». Esto de las redes y el deseo inmediato, como Instagram, que te genera dopamina… Entender eso, entonces poner en juego algo más a largo plazo, entrenarse y desentrenarse, no solo devenir y dejar que el acontecimiento de la realidad contemporánea me atropelle, sino «esto sí», «esto es un fenómeno que me atraviesa pero cuánto lo dejo estar y cuánto le hago el contraentrenamiento», ir dialogando con las consecuencias de la realidad que va emergiendo por este constructo sistémico, social, contemporáneo, occidental, una manera específica de vivir en Occidente. Ir dialogando y deconstruyendo.
Y lo de Marte, no es que yo quiera ir a Marte pero estos adultos que están manejando el mundo… no es gente que alucina o tiene un bolón, es gente súper concreta, aterrizada en el mundo con bolsa de comercio [quienes] están mirando para allá. ¿Y esta posibilidad quién la está liderando? Estos señores del patriarcado, hombres blancos. Entonces la pregunta es, si ya se está queriendo ir allá, puede haber otras voces que pueden preguntarse lo mismo, para no dejarles toda la cancha a estos señores.
En particular lo que me interesa de cómo presentás el proyecto en tu web es esto de «Marte como posibilidad de ensayar otras formas de habitar el futuro» o lo que decías de tomarlo como oportunidad de pensar qué otros cuerpos querríamos llevar en relación con otras prácticas. Es lo opuesto a la visión de «ya agotamos todos los recursos de la tierra, vamos a explotar esto hasta el final y llevar este mismo modelo de explotación a Marte».
Claro, y también esto de Marte como lugar árido, ¿no? Es probablemente también el futuro de la Tierra, con el calentamiento global, toda esa cosa más distópica. Entonces el entrenamiento para Marte es tal vez también un entrenamiento para un posible futuro de la post Tierra. Prepararnos para un terreno no tan habitable.
¿Y cómo cambió el proyecto después de 2020?
Es muy loco cómo va reportándome cosas este proyecto. Al tener este formato de non stop, por ejemplo, cuando migré acá a Europa, estaba tan metida en ese proyecto que me pasó un poco lo de los astronautas, me distancié de la Tierra de alguna manera. Estaba mirando siempre de lejos la Tierra, hablé con un montón de astrónomos y sentí un poco ese vértigo de irnos a una escala planetaria y tener una comprensión de la vida con un distanciamiento que es abismal, brutal, y sentirlo en el cuerpo. Yo le decía a uno de los astronautas: «¿Cómo después lavan loza?». Justo en esa época me venía acá, entonces me ayudó mucho a desafectarme para migrar, dejar las pertenencias, los vínculos, hubo un paralelo bonito de despegar. Con el proyecto estaba haciendo ese gesto en la investigación pero a la vez yo también estaba despegándome de Chile y de mi gente, fue re lindo también, fue funcional, me ayudó. Luego volver a afectarse con lo humano… Y bueno, va cambiando todo el tiempo. —Hace una pausa larga en la que se queda pensando—. Voy agarrando distintas fuerzas, la fuerza de la ciencia ficción low-cost, el activismo espacial, decolonial…
Lo que decías del pensamiento más planetario, en este proyecto es más evidente pero siento que atraviesa toda tu práctica. Y no solo planetario, sino que las preguntas que atraviesan tu trabajo son aquellas preguntas fundamentales, fundacionales. Así que en esta misma línea te voy a hacer una pregunta re fácil. —Matilde agranda los ojos y me mira con una sonrisa. «Bueno, es que estoy en un momento en que quiero preguntar esto», me justifico y ella me apura: «Sí, dale, dale», me dice riendo.
Estamos en un momento en el que aparece la pregunta por lo que significa ser humano, inmersos en imaginarios que empiezan a mezclar lo humano con lo maquínico, la inteligencia artificial, hoy vivimos cotidianamente situaciones que hace diez años parecían de ciencia ficción. Estamos aprendiendo a vivir en un mundo donde de pronto surge la pregunta de qué queremos conservar de lo humano, como en Entrenamiento para habitar Marte, y también pensaba en una performance tuya del comienzo, Bestia, y esas fuerzas primarias que están en todos de alguna forma y son parte de lo humano… Bueno no es para una respuesta cerrada obviamente.
Sí, a raíz del trabajo con Marte, que lo empezamos en el 2013 con tres amigas, una de ellas decía «no temerle a las grandes preguntas».
Es que están las grandes preguntas en tu trabajo.
Sí, y me gustaba la idea de no tenerles miedo, si tenemos grandes preguntas nos hacemos grandes preguntas y ya, y acompañarlas. A mí me pasa con la tecnología que me encanta, me parece una deriva de estos saberes específicos que se afinan y llegan a un nivel de refinamiento, de detalle, que me parece maravilloso. Me acordé del eclipse que vi en Chile en 2019, fue lo más alucinante que he visto en mi vida, y acá está la respuesta, este eclipse total que fue wow, fui a la playa a verlo. Estaba el eclipse y cuando se iba a cerrar hay un momento en que se hace un diamante que es muy shinny, science fiction in the real life, pero así, a saco, un brillo que una dice ¿esto es posible en la existencia? Me acordé de ese shinny por la tecnología, pero es un momento, es algo de lo que no te puedes fiar tanto. En tu pregunta por qué es ser humano, hay algo de la sobrevivencia que tengo metido en la cabeza. Imagínate que todo fallara, ¿qué te queda? Tu cuerpo y tus habilidades. Tiene que ver con tener lo mínimo de dependencia posible de cualquier cosa por la eventualidad. De qué manera se crea una inteligencia para sobrevivir con lo mínimo.
Yo uso un montón la tecnología pero creo que ahí no reside mi statement, está más en el cuerpo. El uso de la herramienta tecnológica me parece súper bueno, pero este entrenamiento es re análogo, hay algo que vuelve mi trabajo a lo análogo, tener una especie de autonomía, que el cuerpo aislado pueda comprender algo, que pase por la experiencia la cosa. El empirismo es re importante para mí, lo sé, lo creo porque lo experimento. Eso es lo que me parece alucinante, estamos en un momento border, que claro es una pregunta para abrir, para hacer más preguntas.
Al salir del café hacemos las dos el mismo gesto, nos acomodamos casi al unísono las respectivas capuchas, creando una capa textil entre nuestros oídos y el mundo. La llovizna cae en diagonal y apuramos el paso. Nada de eso impide que siga la charla, incluso con renovada elocuencia, como si otra vez el movimiento hubiera activado un engranaje. Mientras caminamos por Wildenbruch en dirección a Karl-Marx me cuenta, toda entusiasmada, sobre un proyecto que está por encarar, el Tao Te Queen. «Es una lectura performática del TAO, en clave feminista, tiene que ver con pasar el texto por el cuerpo, justo estoy ahora en…».
Por aquí hacia el universo de Matilde Amigo.