TEXTO: KAREN ALMENDRA BYK
FOTOS: MANUEL SORIA
Marzo de 2022
Rita González Hesaynes (1984, Azul, Argentina) es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y autora de cuatro libros y una plaqueta: ¡Oh mitocondria! (Añosluz Editora, 2015), En la gran existencia (Añozluz Editora, 2017), La Belle Époque (difusión a/terna ediciones, 2017), neuro:mantra (Ediciones Abend, 2018) y Elfo corporativo (Promesa, 2021).
Nos conocimos en el verano de 2019, poco después de su llegada a Berlín. Nos juntamos varios escritores en el Görlitzer Park con el propósito de compartir nuestros textos y darnos feedback. Leímos uno a uno, en ronda, y cuando escuché la poesía de Rita sentí que estaba aterrizando en un mundo del que quería saber más. ¿Cómo se había formado ese imaginario tan atemporal y escénico? ¿De dónde salían esas palabras que hablaban un lenguaje enorme y a la vez comprensible?
Cuando le propongo entrevistarla se alegra y no lo duda. Las dos sentimos que tenemos una conversación pendiente y las dos necesitamos hablar sobre el pequeño mundo de la literatura en español en Berlín. Me recibe en su departamento de Kreuzberg, a las siete de la tarde, después de terminar su trabajo «de día» como programadora full time para una aplicación de diagnósticos de salud. Nos sentamos en el sillón de la habitación que hace de estudio para ella y Gonza, su pareja, llena de teclados y otros instrumentos que no reconozco.
—Antes de venir para acá leí tu posteo en Facebook sobre la burocracia que ejercitan algunos empleados al pedir una serie infinitas de papeles y QR relacionados al COVID y no dejarte entrar al local si te falta alguno. Más allá de la distopía que estamos viviendo en general, hay una extrañeza con respecto al apego alemán por las normas, ¿no?
—Totalmente. Hace unos días vi una película que se llama M, de Fritz Lang, del año 31, anterior a la Segunda Guerra Mundial y al ascenso del nazismo. Te muestran una sociedad obsesionada con la vigilancia al vecino, donde todo está contabilizado. Veo históricamente una especie de amor por el control de la información, entonces no me resulta raro que esta misma sociedad llegue a estos mismos procedimientos donde de pronto es ilegal tomarte el transporte público sin el Covid Pass.
—¿Te sentís conectada con la cultura alemana?
—Con Berlín sí, pero no sé si con Alemania. Me gusta bastante la literatura de acá, sobre todo del siglo XIX, y sobre todo la poesía. Siempre estuve interesada en la parte histórica, arqueológica, arquitectónica. Visito museos, miro documentales, leo. Me interesa saber en dónde estoy. Todo el tiempo hago conexiones entre lo que leo y aprendo con los comportamientos que veo en las personas, me gusta mucho trazar ese tipo de relaciones y ver diferencias y continuidades.
Pero no viviría en otra ciudad de Alemania. En realidad, para mí este país fue un plan B, no lo elegí. Yo no tengo papeles así que tuve que negociar con Gonza, mi pareja, y él quería venir para acá. Yo quería ir a Barcelona, por la cuestión artística y el tema del idioma.
—Ser escritora en un lugar donde no hablás la lengua es muy complejo. ¿Cómo lo vivís? ¿Te trae también cosas positivas? ¿O sólo complejidades?
—Primero te voy a contar lo positivo. Siento que es, lo que se dice en inglés, una humbling experience. Una experiencia que me transforma hacia la humildad. Me da una lección de qué sucede cuando uno sale de sus círculos de confort y sus poderes (como la lengua o el ser oriundo de lugar), cómo se trastocan las jerarquías y se pone en jaque la identidad. Uno pensaba que era alguien y acá es algo totalmente diferente. ¿Yo soy la que soy para mí o para el resto? ¿Para el resto que me conoce pero que están lejos, o para la gente que ahora me rodea y no me conoce, para quienes soy solo una programadora?
«Necesito convertirme en otra persona cada tanto o que mi ser vaya evolucionando hacia lugares que no había previsto.»
Siempre me sentí en comando del lenguaje, desde chica tuve facilidad para la comunicación. Me ves: soy pequeña, no tengo fuerza física, no tengo la agilidad de un bailarín. Lo mío es manejar el idioma y moverme con eso. Y de pronto esas capacidades, que eran mi mayor herramienta, no están más. Entonces tengo que aprender a usar otras cosas, y aprender otro idioma.
También me hace pensar mucho en la migración. Aunque cuento con un montón de herramientas que me ayudan a manejarme en un nivel de igualdad (saber inglés o tener educación universitaria), igual me encuentro en una posición de desigualdad. Eso también me enseña. Siento que desde que llegué a Berlín recibí un montón de cachetazos. No es que los voy a celebrar pero me enseñaron y me transformaron, no te puedo decir si para bien o para mal pero bienvenida sea la transformación.
—¿Y cómo encontraste el mundo de la literatura en español acá?
—[Ríe.] Ahí está la parte negativa. Siento que, como artista, perdí un montón y gané poco. Yo tenía una idea de lo que iba a ser venir acá. Pensé que iba a haber más espacios de literatura en castellano, más espacios accesibles para mí. Me encontré con que no hay tanto de eso, hay que hacerlo, y yo no sé si tengo la energía de construir tan desde abajo. Yo ahora tengo ganas de escribir. No tengo ganas de hacer lobby ni alianzas, jugar al ajedrez de los contactos para llegar a lugares. Un poco hay que hacerlo en todas partes, pero tengo la sensación de que acá es mucho más difícil llegar si no hacés eso. Porque son menos opciones. Veo dos esferas bastante marcadas: un mundo más amateur, en el que somos todos amigues y la pasamos bien, por fuera de lo institucional, y el mundo institucional, que se maneja con las mismas personas y consume las mismas figuras ya canonizadas por esas mismas instituciones. Es prácticamente imposible que una persona pase de un espacio al otro sin haber sido canonizado por ganar premios internacionales o por amiguismo con alguien que ya esté adentro del sistema. Siento que no se puede acceder mediante el talento. Entonces veo un techo de cristal, que nadie me lo impuso pero que yo lo veo. ¿Cómo se accede a las becas? ¿Dónde comparto lo que hago? ¿Dónde voy a escuchar a otros que estén, más o menos, a mi nivel de profesionalización? ¿Cómo llego a otro lado?
—¿A dónde te gustaría llegar?
—Me gustaría conocer gente que esté en un lugar y un camino parecido al mío. Que haya publicado algunos libros. Siento que en Buenos Aires es más fácil que se mezclen los grupos, incluso entre distintos grados de profesionalización. Eso me interesa porque es donde puedo aprender. Puedo estar en un evento escuchando a alguien que por ahí tiene treinta años de carrera, que ya sacó diez libros, que tiene una experiencia de vida, y después sentarme en una mesa y tomar una copa de vino con esa persona. Acá no encuentro esos espacios.
Ojo, tampoco pienso que Buenos Aires sea el mundo ideal o que sea re fácil. Pero si no le caés muy bien a un cierto grupo de personas: hay otros. No tenés solamente una chance.
—¿Te gustaría vivir de la literatura?
—Me encantaría. Escribir artículos, lo que sea. Me encantaría que me paguen por escribir y por hacer performance, sin tener que necesariamente buscarlo. Que cada tanto me caiga alguna propuesta. Querría trabajar menos de mi trabajo de mercenaria y más de lo que me gusta. Tampoco me molestaría que sea un poco y un poco. Tener un trabajo part-time de algo que no tiene que ver con la literatura me parece interesante para incorporar otro tipo de experiencia vital. Eso me parece importante aunque no sea un requerimiento. Pienso en Borges: no parece haber tenido una gran experiencia de vivencias de calle, de caminos de la vida que haya elegido. Su input de estímulos pasaba por otro lado mas intraliterario, erudito. Y en Borges funcionó perfecto. Pero yo no soy Borges, evidentemente. Y me interesa mucho el romanticismo de incorporar ciertas experiencias y vivencias de vida en el arte. El arte es una manera de pensar la vida.
—Te he escuchado decir que en los textos te interesa más la ciencia ficción que lo cotidiano. ¿Qué tanto de tu ciencia ficción se inspira en tu rutina?
—Antes de contestarte voy a hacer un preámbulo que tiene que ver. Vivimos en una sociedad capitalista burguesa. Yo pertenecí siempre a la clase media, entonces hay cierto tipo de experiencias cotidianas repetitivas, rutinarias, que me hacen sentir un cobayo en una rueda. Es una especie de «vidita», la parte de la supervivencia y de cierto tipo de experiencias algorítmicas que podría tener cualquier persona y que no necesito comunicarle a nadie. Me interesa la experiencia humana fuera de esos límites sobre todo. Me interesa la idea de la exploración de todos los caminos de la vida, como si la humanidad fuera una criatura que se esta explorando a través de un montón de células y a mí me interesa vivir la mayor cantidad de vidas posibles en mi propia vida.
Uno tiene una fantasía que te lleva, te arrastra y te consume. Una pasión, de alguna manera. Y esa vida cotidiana y rutinaria en mí no es la vía de la pasión. Yo soy una persona que le gusta vivir intensamente. Tanto por la vía de la diversidad de experiencias, abrirse a lo que pueda contarte una persona y escucharla, como también por la vía de la imaginación. La ciencia ficción nos permite salir de la caja en la que vivimos (y en la que aparentemente estamos destinados a morir) al mundo. Es como sacar la cabeza por la ventana y finalmente ver algo que está afuera. Eso es lo que a mí me interesa: tratar, sabiendo que voy a fallar, de darme la cabeza contra los vidrios de esas ventanas. Lo que yo quiero es mirar afuera y ver qué es lo que nos conecta, qué es lo común de la experiencia humana. No solamente entender que el dolor y la desesperanza son parte de esa experiencia, sino ver cómo la cooperación, el amor y la esperanza son una parte todavía más importante. Sin ser la negativa que se amarga por todo ni la positiva que piensa que lo puede lograr todo con el poder de su propia mente, [quiero] tratar de formar un punto de vista un poco mas realista entre ambas visiones y llegar al amor por la vida.
Son un montón de problemas filosóficos y morales y para mí hay dos vías para pensarlos. Con la imaginación y con la vivencia. Van juntas, una alimenta a la otra, las dos me hacen pensar. Me interesa explorar este tipo de cosas. En Elfo corporativo estas dos partes están en colisión constante.
—¿Cómo entendés la inspiración? ¿La buscás cuando no está, tenés herramientas? ¿O esperás a que llegue?
—Las dos cosas. Últimamente estuve atravesando un período poco inspirado y no quise ir a perseguir ni presionarme. No era el momento, necesitaba descansar. Mi integridad emocional depende de que no me esté diciendo Mirá lo que podrías estar haciendo y no lo estás haciendo, estás fallando.
«Intento que parte de lo que digo sea atemporal.»
No creo que la inspiración sea necesariamente algo mágico. Creo que tiene que ver con la intuición, que tampoco es magia sino una manera de llegar a ciertas conclusiones a través de nuestra mente subconsciente que siguió un camino distinto al analítico/racional, un camino que casi no percibimos. Con la inspiración sucede algo parecido y, para llegar a distintas conclusiones, hay que alimentar a la máquina. Necesito estímulos para sentir y pensar cosas nuevas. ¿No te pasa que cuando estás estudiando te vienen un montón de ideas? Es porque estamos alimentando a la mente con ideas de otras personas que se combinan con las que teníamos de antes y brotan nuevas. Siento que va por ahí. Hay una cierta experiencia de vida que no se registra porque ya se tiene incorporada, la rutina. Entonces uno necesita algo que lo sacuda un poco de alguna manera, algo nuevo.
—Me divierte pensar que hace poco me pasó lo contrario y empecé a encontrar esa inspiración en las cosas rutinarias. Sentía que la búsqueda constante se me había convertido en miedo de mirar algo por mucho tiempo. Ahora me sacude cuidar mis plantas más que estar de viaje sacándome fotos con automatismo.
—Totalmente: estás viendo cosas nuevas al aprender a mirar algo con una atención e intensidad que antes no tenías. La vivencia no es necesariamente externa, sino cómo uno interpreta lo que sucede. Ahí está la novedad y el salir del automatismo. Es como el concepto de extrañamiento de Shklovski: incluso lo que vemos todo el tiempo, si lo extrañamos y es nuevo para nosotros, nos puede alimentar. Pero tiene que estar ese proceso de extrañamiento.
—Volviendo a tu poesía. Quería preguntarte cuánto trabajás los poemas. ¿Te aparece primero la emoción que querés compartir y pensás con qué palabras nombrarla, o te vienen las palabras que usás directamente?
—Las dos cosas y ninguna. Quizá me aparece una idea más intelectual y dejo que se vuelva sentimiento, me meto adentro de ella como si estuviera viendo una película. O puede pasar que estoy barriendo y me cae un rayo y hay algo que necesita ser dicho, me siento en la computadora y de repente tengo frío y me doy cuenta que pasaron tres horas y hay una hoja y media escrita. Y luego corrección, corrección, corrección, pero tratando de respetar ese sentimiento.
Es difícil de explicar. Tanto la idea como el sentimiento pesan mucho en mí, pero no persigo la belleza. No me interesa lo bonito, no quiero que quede lindo, no necesito un eslogan o frase de calendario. Me interesan las preguntas. ¿Viste cuando te vienen recuerdos de la infancia, de estar explorando un parque y que todo el tiempo te preguntabas a vos misma y esto qué es? Siento que eso es la escritura, esa charla que yo tengo conmigo y donde le pregunto cosas al mundo.
Estoy tratando de hacer las preguntas correctas, a ver si me cae alguna ficha… Estoy buscando fichas.
—Me pregunto por tu elección de palabras. Hay una tendencia en la poesía contemporánea a usar palabras muy cotidianas y pienso que en tus poemas aparece una búsqueda distinta.
—El problema de lo contemporáneo y lo hipermoderno es que en diez años ya es viejo. Nadie puede aspirar a la eternidad pero intento que parte de lo que digo sea atemporal, aún entendiendo que soy parte de un momento histórico y que mis preguntas tienen que ver con eso. Pero si trato de estar en la mega-actualidad, rápidamente voy a ser reemplazada, como el fenómeno Spotify de ser el artista más escuchado y en diez años no te conoce nadie.
En mi último libro hablo de cosas re actuales, relacionadas a lo que está pasando ahora en el mundo de la tecnología. ¿Sabés que en este momento hay organismos que se llaman xenobots, creados artificialmente y reproduciéndose? Esto es algo que va a ser parte de nuestro futuro. Todo el tiempo estoy hablando sobre cómo las clases que no tenemos que pelear la supervivencia, nos convertimos a nosotros mismos en socialmente irrelevantes porque estamos absorbidos por el scrolleo y la satisfacción instantánea de nuestras necesidades del momento.
—Quería hacerte un pequeño juego de preguntas que me aparecieron leyendo tus poemas.
—Me divierte.
—¿Qué es el éxito?
—Depende de tus propósitos, de tu pasión, del botoncito que te hace vibrar. Yo creo que el éxito es llegar a tener la chance de presionar muchas veces ese botoncito, de alguna manera «encontrar el clítoris de tu propia vida».
—¿Qué es la belleza?
—Depende también de cada uno. Creo que evolutivamente tiene que ver con la reproducción, pero los humanos fuimos enrareciendo culturalmente el concepto de belleza hasta volverla completamente monstruosa. Hoy en día me parece que la belleza es aquello que nos fascina. Ahí esta: es la fascinación que tenemos hacia algo que nos enriquece hoy en día. La idea de lo sublime es uno de los conceptos que me interesan de la belleza, algo que también puede ser monstruoso o cruel. Estar frente a la Garganta del Diablo y tener una experiencia de lo sublime, la violencia y la destrucción y lo hermoso de todo eso. Hay algo que se estremece adentro tuyo y te hace ver tu propia insignificancia. Y en esa pequeñez está tu lugar en el gran sistema de las cosas. Entonces es algo que te descoloca, te hace sentir afuera y después te vuelve parte.
—¿Cómo entendés el dinero?
—Es un medio para un fin. En mi caso, mi fin es una existencia cómoda. Hay gente que tiene distintos niveles de comodidad, yo hablo mas que nada de poder estar en paz, y, con suerte, poder viajar y tener cierto tipo de experiencias que antes fueron sueños. Es una meta súper burguesa, y no me molesta, no me da culpa. Desde chica quise viajar a Egipto, y estando acá pude juntar suficiente plata como para hacer ese viaje. El dinero es lo que me permite hacer ese viaje.
«Me molesta la idea de que la poesía es simplemente un discurso quebrado por enters.»
Pero no me gusta el sistema del dinero. Al igual que el poder, tiene valor relacional en tanto la otra persona no lo tiene. Eso es lo que no me gusta, el sistema en el cual para tener algo que tenga cierto valor, quiere decir que hay otra gente que carece de eso. Esos sistemas tan asimétricos me dan desesperanza.
—¿Cómo lidiás con la incertidumbre y el cambio?
—Dejándome cagar a bifes. Por un lado, necesito el cambio. No me gusta la vida resuelta. Siempre fui ese tipo de personas que dejan las puertas abiertas porque tiene miedo de lo irreversible: el envejecimiento, la muerte, quedarse quieto y, en algún momento, ser cenizas. Me encanta la mutación porque es explorar distintas posibilidades de existencia. Necesito convertirme en otra persona cada tanto o que mi ser vaya evolucionando hacia lugares que no había previsto.
Por otro lado, gran paradoja del destino, soy una persona ansiosa, y a las personas ansiosas les cuesta lidiar con la incertidumbre. Entonces, en un nivel existencial y pasional, me encanta la idea del cambio y, en un nivel químico cerebral, me cuesta lidiar con eso.
Mudarse a otro país es la incertidumbre total y no me fue tan mal. Pero desde que empezó la pandemia se añadieron muchas capas de incertidumbre. Además estuve muy enferma este año: no sé qué va a pasar de mí, no sé si me voy a morir, no sé si voy a poder seguir leyendo, no sé si voy a poder seguir viendo, trabajando, no sé si voy a poder seguir escribiendo… No sé qué va a ser de mí.
Llegó un momento en que me estaba muriendo adentro, sosteniendo estos constantes malabares de qué va a ser de mi vida, los distintos escenarios posibles. Y me di cuenta de que tengo que dejar caer todas las pelotas. Últimamente estoy tratando de no pensar en el futuro y lidiar con la incertidumbre dejándome cagar a bifes y que pase. Entendiendo que otra vez estoy cambiando, y que eso era lo que yo quería.
—¿Tenés mecanismos para darte seguridad, cosas o personas que te hagan sentir a salvo?
—Gonza, mi pareja, es mi casa. Hablar con mis amigues es mi casa. Lo sufro mucho eso, porque estoy lejos de muchos de mis amigos y, a pesar de que me considero una persona sociable, por alguna razón acá me cuesta pasar el grado de «buenos conocidos» a «amigos». Me da una desazón… Tengo unas ganas de sentir que alguien abre su corazón conmigo. Eso es lo que queremos todos, que nos quieran y querer, querer y saberse querido, estar en esa red de feedback.
—Entiendo que mudarte a Berlín fue un momento de mucha incertidumbre. ¿Hubo otros momentos en que tomaste el riesgo y dijiste «me mando»?
—Un montón. Pienso en cuando tenía dieciocho años. Vivía en Tandil, estudiaba Relaciones internacionales y estaba saliendo con un chico que estudiaba también eso. Yo estaba fascinada con la carrera a nivel contenidos. Pero me di cuenta de que ejercer en el campo de la política iba a ser básicamente tener que tranzar infinitamente y vivir entre gente que me parecía horrible. Un día me fui a caminar al Cerro Independencia (a veces cuando salgo a caminar me caen muchas fichas). Y en ese momento me di cuenta: ¡¿Qué estoy haciendo?! Me quedé pensando dos días y dije bueno, me voy a estudiar letras a Buenos Aires. Al día siguiente dejé a mi entonces pareja y me fui de la ciudad.
—¿Cómo entendés la técnica o el oficio de trabajar con el lenguaje?
—El oficio es conocer y darte cuenta de las herramientas que estás manejando y poder usarlas de manera intencional. Obviamente, una persona que no tiene oficio puede escribir algo maravilloso, por suerte o por intuición, pero por ahí no puede usar las herramientas intencionalmente para otra cosa.
Por ejemplo, con los tiempos verbales, hay distintos niveles de registro si yo digo volvé, has vuelto, volviste, volverás… ¿A quién le estás hablando? ¿Con cuánta intimidad estás hablando? En el poema, ciertas frases necesitan peso y por ahí el voseo a veces lo disminuye, depende de cómo lo uses. Si en una frase metés un tiempo verbal que la persona no espera, esa frase toma peso y atención. Lo mismo si venís usando un registro solemne y metés un voseo en el medio. Tener todo eso en cuenta y elegir de acuerdo con lo que querés hacer, y que además suene bien y tenga musicalidad, eso es parte del oficio. Mover esas perillas como si fuese un mixer.
—¿Qué te gusta en un poema y qué cosas no?
—Prefiero empezar por lo que no me gusta: cuando es exactamente todo lo que espero.
Cuando un poema trata de acomodarse a los algoritmos del éxito de lo que debería ser para obtener mayor visibilidad o likes o repercusión. Me molesta la idea de que la poesía es simplemente un discurso quebrado por enters. Me molesta también la idealización de la poesía en los poemas. Hay muchos que dicen «la poesía es otra cosa, es trascendental» y no: no sos un elegido de los dioses, sos igual que un panadero. Elegiste un camino como cualquier persona y el tuyo no es ni más elevado ni más valioso que otros. Me molestan también los poemas cuyo corazón es una frase que pega, me parece muy tribunero y demagógico. Como hablar del amor en el barrio y que todos se sientan identificados.
Lo que me encanta de un poema es justamente lo contrario, cuando me sorprende, cuando no entiendo lo que está pasando. También me gustan cosas técnicas, cierta musicalidad, o cuando es quebrada de manera interesante. Me gusta el buen decir. Me gusta que algo me deje tecleando, ya sea porque me sorprendió lo dicho o porque me conmueve. Hay cosas que te encantan en el momento y nunca más las pensás, y otras que quizá al principio no te gustaron pero después de seis meses te encontrás pensando en eso. Entonces te gustó de otra manera, te hizo algo.
—¿La poesía es algo más que el oficio en sí mismo? Pienso en relación a la idealización de la que hablás. En la posibilidad de decir «qué poético esto», como si lo poético fuese algo más que la disciplina en sí misma.
—Creo que eso es porque esta época no entiende la poesía. No porque sea difícil, sino porque desde chicos nos entrenan a leer otros tipo de texto como novelas y cuentos. Por ahí estamos más cerca de leer un post de Facebook como tipo de texto que poemas, más entrenados a leer tweets que poemas. Como nos parece algo tan raro y distante, le ponemos cualquier significado.
Hoy en día no salís de la secundaria pudiendo descifrar lo que es poesía, pero en el siglo XIX era uno de los géneros literarios más importantes e incluso cotidianos. Y quizá no se usaba tanto esa frase «¡Ah! Esto es poesía» justamente porque la poesía tenía un significado específico, era como decir la novela. En cambio ahora se volvió algo tan distante, que se volvió una metáfora más que lo que realmente es: simplemente un tipo de texto. Entonces le ponemos cualquier cosa. Me hace pensar en el discurso masculino tradicional sobre las mujeres. Qué misterio las mujeres, qué querrán, no las entiendo. Lo miramos de lejos, lo establecemos como el otro de una manera radical, en lugar de acercarse y establecer una relación real con eso. Elijo que esté a la distancia y ponerle un montón de significados que me resulten accesibles.
—«¿Qué es para vos la poesía?» se volvió una pregunta común. Pero, en realidad, la poesía tiene también su definición y sus normas.
—Exacto. Hay un ensayo muy interesante que se llama «Una defensa de la poesía», escrito en la década de 1820 por Percy Shelley. Ahí se dan ciertas definiciones de la poesía donde no es solamente el género literario, sino que es el principio creador del humano. Es el acto de imaginación por excelencia de crear cosas de la nada. En algún sentido está homologado al acto de creación divina del logos, y en un principio fue el verbo.
Viene de la palabra poiesis, que significa crear, entonces es la creación por excelencia. Yo también creo que hay algo de eso. Esa definición ocupa un lugar importante en mi corazón, pero elijo ponerla en segundo lugar porque hoy en día hace falta la otra. Porque si no la vemos como algo próximo y accesible, es un género destinado a la muerte.
—Me hace pensar en la dificultad que tiene nuestra generación para profundizar en las cosas. Entonces si todo el poesía y escribo algo, eso es poesía. Es más fácil que encararlo como un arte que necesita que te sientes, trabajes y lo profundices.
—Totalmente. «La belleza de equis es poesía» hace que se quede en lo bonito, una sociedad que piensa que un poema es una cosa bonita que está ahí para agradar. ¿Y a quién le va a interesar un género tan irrelevante? O al revés: en una sociedad que piensa que la poesía es algo que en realidad no se puede ni nombrar, ¿cómo vas a entrarle a un género que no tenés ni palabras para describir?
Y no solo la técnica sino también la tradición. Si uno solo quiere crear y no quiere atender a lo ya creado, uno piensa que tiene un montón de cosas nuevas para decir que, en realidad, ya se dijeron millones de veces. Y no está diciendo nada nuevo, nada relevante, y [lo hace] de una manera peor que hace cuarenta años. Es importante relacionarte con una tradición. Sea a las patadas, con amor, con distancias, pero relacionarte de alguna manera. Sino te creés que sos un artista como Neo, en su espacio completamente en blanco en la Matrix. No estás solo en el mundo, creando sobre una página completamente en blanco. ¿Qué tenés para decir sobre todos los que te precedieron? ¿Cómo vas a escupir en la cara de los que te precedieron si no sabés quiénes fueron ni cuál es su cara?
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