TEXTO: PAULA YACOMUZZI
FOTOS: MICAELA MASETTO
Noviembre de 2019
Sobre la mesa hay una caja pequeña con hilos de colores oscuros y agujas. Verónica Díez-Díaz (Madrid, 1983) intentó ayer arreglar el dobladillo (los bajos, le llaman en España) de un disfraz de Guille, su hijo mayor. Coser le cuesta horrores y el pantalón no quedó muy bien, normalmente su madre se encarga de esas tareas cuando la visita en Berlín. Pero este festejo escolar la agarró desprevenida. Todavía no entiende qué se celebra y yo no la puedo ayudar, sabemos que tiene que ver con el otoño. El año pasado Guille volvió un día triste de la escuela, todos habían recibido regalos de San Nicolás menos él. En su casa (como en la de muchas familias cuando recién llegan a Alemania) no sabían del 6 de diciembre, de los zapatos en la puerta y los dulces o pequeños presentes que deja el santo que dio origen a Papá Noel. “Este año no se me olvida”, dice Verónica con un gesto serio.
Su hijo menor tiene seis meses y ha dormido una media hora desde que llegué. Cuando se despierta, la mamá lo sienta en la falda y él se queda ahí tranquilo, todavía adormecido, aunque sonríe cada vez que me ve gesticular. Lleva un piyama celeste con motivos de dinosaurios desde el cuello hasta la punta del pie. “Claro —exclama Verónica cuando le pregunto—, este era de Guille, una de las tantas cosas que te he comentado.” Porque la mamá es una paleontóloga apasionada y exitosa, cuando nació su primer hijo, todos los juguetes, ropas y utensilios que le regalaban hasta bien entrada la infancia tenían dibujos de dinosaurio, forma de dinosaurio o piel de dinosaurio. “A mí me gustan los coches”, dice que le dijo Guille un día. Verónica abre los ojos grandes y esboza una sonrisa: “Es lógico”.
Además, a ella tampoco le interesaban los dinosaurios cuando era niña. La pasión —la visión, probablemente— de que lo que quería e iba a hacer era estudiar dinosaurios llegó cuando tenía doce años. Y no fue con la película Jurassic Park que estaba tan de moda y que a ella en realidad le dio miedo. Fue con el libro El mundo perdido de Michael Crichton, la secuela de Parque Jurásico, publicado en 1995. Lo escogió porque no le quedó otra, porque llegó tarde al reparto de títulos ese viernes de lectura en su clase. Nadie había querido ese tocho oscuro, con portada tipográfica, letra chiquita y sin dibujos en el interior. Pero ella se enganchó tanto con la historia que pidió llevarlo a casa y lo terminó ese mismo día.
Desde que la chispa de los dinosaurios se encendió, Verónica se dedicó a investigar qué había que hacer para estudiar paleontología. Terminó eligiendo biología en lugar de geología, la otra posibilidad como carrera troncal. “A mí las piedras no me llamaban mucho la atención. También pensé que, si paleontología no me terminaba de gustar o no encontraba salida laboral, en biología tienes todos los animales en zoología, las plantas en botánica, las células en bioquímica… La licenciatura era cinco años, luego tenías diferentes ramas. Yo fui por la clásica: paleontología, evolución, zoología, botánica, todo lo que a priori parece que no sirve. Porque luego tenías la bioquímica y la biología molecular, que son las de laboratorio.”
Cuando terminó la universidad en Madrid, concursó para realizar una tesis predoctoral en Bilbao y obtuvo el puesto. Se trataba de redescribir un dinosaurio encontrado cerca de Vitoria en los años noventa; hacía falta actualizar aquella primera descripción porque desde entonces se habían descubierto muchos huesos nuevos. Durante los cuatro años en que trabajó en esa tesis sobre dinosaurios saurópodos del Cretácico Superior en Europa, Verónica vivió entre Bilbao y Madrid y viajó mucho. En España recorrió Teruel, Valencia y distintos rincones de Cataluña; en Francia estuvo tres meses viajando entre París, Poitiers, Marsella y un pueblito cerca de Toulouse; en Argentina visitó Buenos Aires, La Plata, Mendoza, Tucumán y Comodoro Rivadavia. En todos esos lugares observaba material pertinente para su investigación. También hizo estancias en Londres y Berlín.
Imagino que esa tesis fue una oportunidad increíble. ¡Y eras muy joven!
Pues sí. Y además lo bueno fue que, en principio, iba a ser solamente la redescripción de ese material, pero tuve que hacer esas estancias en diversas instituciones. Estuve yendo a los museos y viendo el material que tienen de ese grupo de dinosaurios. Si me daban un fémur, comparaba: esto es igual o esto es diferente al de España, o seguramente estos dos dinosaurios estuviesen relacionados entre ellos… Se convirtió en una revisión del material del Cretácico Superior que había tanto en la Península Ibérica como en Francia. Eso me ha servido para tener muchísimos contactos, aunque suene mal. Hoy soy la experta de ese grupo de dinosaurios de Europa.
El Arqueópterix es un género extinto de aves primitivas, una transición entre los dinosaurios emplumados y las aves modernas. El ejemplar en el museo de Berlín proviene del sur de Alemania y es el más completo que existe. En él se pueden ver los pequeños dientes y las plumas.
En el Museo de Ciencias Naturales de Berlín ya no trabajás comparando los huesos uno a uno sino con mucha tecnología. ¿Podrías hablarme de eso?
Yo suelo decir que paleontología es una ciencia muy clásica. Hasta hace veinte años, investigar en paleontología consistía en ir al campo, sacar restos fósiles, llevarlos al laboratorio para limpiarlos y prepararlos y luego estudiarlos en detalle. Utilizando la anatomía comparada: si encuentras un mamífero fosilizado, utilizas los restos de mamíferos actuales y comparas. Mira, el húmero tiene estas características, el fémur es así… Así infieres y puedes tener una idea de cómo era el animal extinto.
Hace unos veinte años ha empezado a cambiar el paradigma de la investigación. Hoy se utilizan novedades o técnicas que se usan en medicina o ingeniería. Por ejemplo, el microscopio electrónico de barrido se usa en histología para ver los tejidos de un fósil; en geología, para ver la composición interna de los minerales, y yo, en paleontología, lo he utilizado para ver el microdesgaste que hay en los dientes y así inferir qué alimentación tenían esos animales. También se usan escáners de tomografía computarizada: en paleontología se usa para ver la estructura interna de los huesos. Por ejemplo, si escaneas un cráneo, puedes ver cómo son las cavidades internas y reconstruir el cerebro del animal extinto sin tener que romper el cráneo. Algunas de estas herramientas se utilizan desde finales del siglo pasado y otras más nuevas, como la digitalización, ha empezado su crecimiento exponencial hace menos de diez años.
¿Cómo contribuye la digitalización a la investigación?
Bueno, mira, sin ir más lejos, mi proyecto. Si digitalizas los huesos del esqueleto puedes hacer luego reconstrucciones en el ordenador en las que estudias los rangos de movimiento de ese animal. Eso es mucho más fácil de hacer con un ordenador que si tienes que coger todos los huesos. Con un animal pequeño no hay problema, pero con un saurópodo, que son los que andan a cuatro patas con el cuello y la cola largos, los animales más grandes que han existido, coger las vértebras del esqueleto, colocarlas y ver cómo se movían es impensable. La digitalización permite hacer investigaciones que no se pueden hacer con los elementos físicos originales.
Aparte de eso, tiene un valor patrimonial muy importante: puedes documentar los restos. En el caso de que se te caiga un fósil y se rompa en mil pedacitos, por lo menos tienes ese elemento digital que todavía conserva la mayor parte de la información que tenía el elemento físico. Y si se puede reconstruir el hueso original, pues se puede utilizar esa reconstrucción original como ayuda para saber dónde debes pegar los trozos sueltos.
Me pregunto si este uso de nuevas tecnologías ya ha dado revelaciones importantes…
En digitalización, como es algo relativamente nuevo, todavía no hemos recabado suficiente información para contrastar o confirmar algo al cien por cien. Pero sí que estamos obteniendo cosas muy interesantes. Por ejemplo, el estudio de las huellas que dejan los animales extintos y el estudio de los animales que producen esas huellas muy pocas veces se pueden superponer. Tú te encuentras un yacimiento de huellas y rara vez encuentras al lado el animal que las ha producido, entonces los estudios suelen ir separados. Hoy hay estudios que hacen reconstrucciones de esos animales y también de esas huellas, de manera que se puede superponer la reconstrucción del animal encima de esas huellas y hacerlo andar y ver si los movimientos, la impresión, coinciden o no. Allí vamos a poder confirmar o refutar si las huellas pertenecían a determinado grupo de dinosaurios.
Pero son cosas que se están desarrollando a día de hoy. La reconstrucción digital implica muchísimo trabajo. Primero, la obtención de esqueletos completos, luego la digitalización de esos esqueletos, la reconstrucción del sistema muscular y luego la recreación de modelos biomecánicos, es decir, tienes que hacer moverse a ese bicho. Hasta que tienes todos esos pasos y puedes corroborar que ese elemento corresponde a ese tipo de huella, pueden pasar muchísimos años y muchísimo trabajo. Estamos empezando ya a entender de mejor manera el comportamiento, la etología de los animales extintos. Y yo creo que eso va a ser lo que realmente va a revolucionar la paleontología en los próximos años.
“Una mujer que está de baja maternal, debería estar de baja.”
¿Será la paleontología en un futuro cercano una ciencia de laboratorio?
Espero que esta otra manera siga existiendo. Al fin de cuentas, es como una biblioteca. A mí me encantan los libros físicos, pero ya me di cuenta (una vez que tuve que hacer una recopilación bibliográfica y tuve que leer no sé cuántos libros) que es un gasto de dinero y espacio. Entonces ya me he pasado al e-book. Pero, aunque se digitalicen todos los libros de una biblioteca, los libros físicos siguen estando ahí y se siguen cuidando, incluso quizás con más mimo. El archivo digital, dependiendo de cómo se ha digitalizado, tiene el 99,99 por ciento de la información que tiene el físico. Pero con el físico siempre tendrás más. No es lo mismo tener un hueso en las manos y poder sentir todas las rugosidades o crestas que verlas en el archivo digital. La sensación que tienes al tocarlo no está.
¿Hay otros centros en el mundo trabajando en lo mismo?
Sí, la digitalización se está poniendo de moda. Lo que hacemos en Berlín en el Museo de Ciencias Naturales es muy novedoso, somos unos de los pioneros. En Reino Unido hay también laboratorios muy importantes a nivel mundial que trabajan en ello. En Estados Unidos hay gente, pero de forma más dispersa: hay un laboratorio muy poderoso y el resto no tanto.
Entonces Verónica me explica que el desafío actual en digitalización es establecer protocolos. Para la correcta documentación y para que el material digitalizado se pueda usar en posteriores investigaciones o se dé en préstamo a otros centros del mundo es necesario que al archivo se adjunten los metadatos: “cuándo se ha digitalizado, quién lo ha hecho, con qué método, versiones del programa que has utilizado, si lo haces con fotogrametría debes incluir todas las fotos…”. También debe haber copyright: “Tienen que hacer contratos específicos que expliquen el uso de los materiales: para presentaciones, para tu proyecto, para impresiones 3D, pero no para fines comerciales”. Estos son los desafíos que toca afrontar y ella ha asumido el compromiso desde su puesto en el Museo de Ciencias Naturales de Berlín.
Su voz es tranquila, sus ideas son claras, las oraciones que utiliza son simples, completas (con verbo), precisas: la panacea del que transcribe y edita. También la delicia de quien tiene interés y curiosidad, pero menos conocimiento específico en la materia. “En divulgación científica se suele decir que no entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela”, recuerda. La frase se atribuye normalmente a Einstein pero no hay documentación que lo atestigüe. Ella, de hecho, lo intentó al pie de la letra: «Me acuerdo de hacer precisamente eso. Mi abuela lo entendió pero, claro, luego me dijo “¿Y eso para qué sirve?”. Entonces tuve que explicarle la importancia de la ciencia básica, de la investigación en biología, física, matemáticas, lo que no son ciencias aplicadas y que no reportan un dinero justo en ese momento, o que tienen un beneficio antropológico, no necesariamente antropocéntrico. Porque esto puede ser interesante a largo plazo. Una fórmula matemática puede tener sentido solo más adelante, a la hora de trabajar en un proyecto de ingeniería».
Lo curioso es que, con esa calidad comunicativa, a Verónica todavía no se le hayan abierto las puertas de la educación: asistir estudiantes en sus tesis, ayudar en clases, supervisar exámenes, dar charlas en la universidad… Eso se le resiste todavía, por más que lo ha buscado, me cuenta con cierta frustración.
“En España lo que cuenta es estar en tu puesto de trabajo, estés haciendo algo o no.”
Verónica terminó la tesis en el año 2013. En 2011 había conocido la digitalización en una visita de cinco días a Berlín. Justamente quien más adelante fue su jefe en el Museo de Ciencias Naturales utilizaba ese día una especie de bolígrafo electrónico para recabar información de un hueso y Verónica alucinó con lo que veían sus ojos. Entre 2013 y el año 2015, cuando finalmente volvió a Berlín con una beca Alexander von Humboldt para formar parte de ese mismo equipo, estuvo mucho tiempo sin trabajo, tirando currículums en Madrid: “Para dar clases en colegios, para trabajar en el Corte Inglés de vendedora, en Starbucks, en tiendas de centros comerciales…”. Como suele suceder en estos casos, no la llamaron ni una vez.
El contrato que tiene en la actualidad es por proyecto. Y porque la oferta es tan inestable, su pareja actual y papá de su hijo pequeño se ha quedado en Madrid. Ella está sola en Berlín con un hijo de siete años (cuyo papá también vive en Madrid) y uno de seis meses. Sus propios padres vienen seguido y le ayudan muchísimo. Ella sueña con algo más estable y esa ilusión pende de dos hilos: que se abra una convocatoria de digitalización en el museo de Madrid o que, ahora que el Museo de Ciencias Naturales de Berlín recibió una inyección de 660 millones de euros, se abra aquí un puesto permanente.
Tengo la idea de que la paleontología es una ciencia de hombres. ¿Cómo ha sido tu experiencia en ese sentido?
Estos últimos años se está haciendo mucho hincapié en darle visibilidad a las mujeres en paleontología. Hace unos años, en un congreso internacional, hubo una exposición de fotografías que jugaba con el estereotipo del paleontólogo: el hombre, con barba, con sombrero tipo Indiana Jones, el pico, el chaleco… Las fotografías mostraban mujeres en el laboratorio o en campo vestidas como hombres, con bigote y eso. Como una manera de decir “Oye, que también nosotras estamos aquí”. Yo he tenido suerte, nunca me he sentido discriminada por ser mujer. Fue todo tan rápido… Cuando me dieron la beca predoctoral, ya me lo dijo el que iba a ser mi supervisor de tesis: “Es que tienes un currículum mejor que el de los demás”. Entonces, desde un principio, yo me he sentido valorada por lo que he hecho y por lo que soy capaz de hacer.
Aun así, soy consciente de que no es el caso para todas. Con unas compañeras estamos intentando visibilizar la labor de la mujer en esta disciplina. Por ejemplo, todos los años realizamos un workshop sobre el papel de la mujer en la paleontología durante el congreso de paleontólogos europeos. Invitamos tanto a mujeres como a hombres, comentamos la situación en términos generales e invitamos a paleontólogas a que cuenten su experiencia. Por ejemplo, hace un par de años vino una paleontóloga de la India y explicó la represión que enfrenta la mujer que estudia ciencias en general en su país. Quizás en otros países está más complicado en general que en Europa…
También recientemente, haciendo estadísticas, se vio que las mujeres no hacen presentaciones orales en los congresos: ellas hacen posters. Mientras que los hombres son más echados para delante, buscan menos la aprobación del público, las mujeres tenemos más miedo de hacer presentaciones orales. En los congresos de paleontología puedes tener un estudiante presentando los resultados de su tesis predoctoral, pero ninguna chica. Las mujeres que presentan suelen ser quienes tienen un puesto importante en una academia o universidad. Y también se ve que los hombres tienen más confianza cuando lo hacen.
En la charla en el Instituto Cervantes donde te conocí mostraste una estadística sobre tu propio desempeño laboral, medido en publicación de papers, en paralelo a tu vida personal durante los últimos años. ¿Podrías contar qué mostraste entonces?
Esto está relacionado con que, cuando vas a presentar aplicaciones para proyectos o trabajos, se suele tomar en cuenta precisamente los periodos en que no has estado dentro de la academia, como pueden ser bajas por maternidad, enfermedad o un descanso que te has tomado porque no aguantabas más. Yo quise hacer algo similar, más que nada como un ejercicio para mí, para ver cómo me estaba afectando esto de tener tantos parones. Porque, claro, tuve uno o dos relacionados con que no encontraba trabajo en investigación y los parones relacionados con la baja por maternidad, que incluso cuando ya vuelves a trabajar, al tener un hijo tan pequeño, disminuye un poco la productividad.
Yo tuve suerte porque, estando en Bilbao cuando nació mi primer hijo, me concedieron una estancia en Madrid y pude compaginarlo mejor con la ayuda de mi familia. Pero sí que se notan esos parones. Por ejemplo, este año no he publicado nada. Tengo muchas cosas en la retaguardia, pero no es lo mismo estar trabajando ocho horas de seguido que de repente no ir a trabajar.
Entonces está muy bien, cuando vas a solicitar un puesto de trabajo, que se tomen en cuenta este tipo de cosas. De hecho, en Alemania esto se valora muy bien. Dicen “Vale, quiere compaginar su vida profesional con su vida familiar y, en definitiva, cuando ha estado trabajando ha sido una persona productiva”.
Que es lo que debería contar…
En España no. En España lo que cuenta es estar en tu puesto de trabajo, estés haciendo algo o no. Tienes que estar haciendo tus ocho horas. Y en investigación, como en cualquier otro trabajo, tienes tus momentos de bloqueo. “Hoy no sé qué me pasa, pero no hay manera, no me sale nada.” Pues en Alemania he visto que ese tipo de cosas se valoran más: si ves que no puedes o que te ha surgido algo con tu hijo, te dan más libertad para que te vayas y te ocupes de eso y luego ya saben que tendrás un repunte otro día. Entonces eso es lo bonito del gráfico que enseñé: que es verdad que he tenido momentos de parón porque me tuve que dedicar a otras cosas, pero creo que mi productividad estaba bastante bien.
También recuerdo que incluiste cómo fue el impacto en tu trabajo al mudarte a Berlín.
Claro, es que el cambio de venir a Berlín fue en muchos aspectos. Es un cambio de cultura, idioma, dejas a toda tu familia, tus amigos y te vienes aquí sola con tu hijo. Es un cambio emocional y personal muy grande e influye a la hora de empezar un trabajo nuevo, por muchas ganas que tengas. Es verdad que los primeros meses, entre la búsqueda de piso, el hacerte a la idea de cómo funciona el sistema alemán y todos los papeles que tienes que hacer pierdes ahí un tiempo precioso que puedes dedicar a tu trabajo, a tu investigación.
Aparte de eso, fue completamente un cambio de investigación. Hasta ese momento yo estaba dedicándome a la paleontología clásica (estudiar huesos, describirlos, hacer fotos) y de repente tener que aprender a digitalizarlos, cómo se hace, cómo se utilizan los programas informáticos… no sé, era todo nuevo. Fue de ser una de las mayores expertas en un tema en ese momento, a finales de 2015, a empezar de cero, como si fuese una tesis completamente nueva. Entonces ahí, claro, la productividad decae.
¿Qué otros objetivos se plantean en los workshops de mujeres en las conferencias de paleontología?
Son más bien mesas redondas para que cada uno pueda dar su opinión, ver posibles problemas y cómo afrontarlos y luego lo que el público trae. Por ejemplo, en el primer taller un chico preguntó si el colectivo LGTBI no cuenta allí. Nos quedamos así… “Pues sí, nos imaginamos que también hay problemas, pero nosotras, como mujeres cis, hetero, como se quiera llamar, estamos comentando la situación que nosotras conocemos. Es decir, si vosotros pensáis que estáis siendo discriminados, no hay problema que hagamos un taller conjunto y comentemos los problemas de todos.” Pues prefirieron hacer algo por separado porque pensaban que sus problemas son diferentes a los de las mujeres.
También se comentó precisamente sobre los parones por maternidad y cómo la productividad decae más en las mujeres que en los hombres. Entonces se pensó con qué puede estar relacionado, si es porque las mujeres pasamos más tiempo con los hijos. Entonces saltó un hombre y dijo: “Pero ¿qué estáis diciendo?, ¿que los hombres no nos hacemos cargo de los hijos?”. “Noooo, vamos, no te sientas tú aludido. Simplemente estamos comentando que la sociedad espera que las mujeres se ocupen más que un hombre.” Hay padres que también se ocupan de los hijos, sobre todo aquí en Alemania, que pueden decidir si la baja maternal la toma uno u otro. Pero en España nosotras tenemos cuatro meses con un periodo de lactancia posterior en el que se reduce la jornada y los hombres ahora tienen ocho semanas.
Fíjate, yo estoy haciendo mal que, en los ratitos que él se duerme, me pongo a trabajar. Esto ya es culpa mía… —se ríe—. Aprovecho, voy haciendo cosillas [del trabajo]. Pero es que una mujer que está de baja maternal, debería estar de baja. Precisamente acaba de tener un bebé, tiene que dedicarle todo ese tiempo a él. Ella y el padre, porque, excepto el tema de darle el pecho, es algo de los dos. El padre se puede ocupar perfectamente de darle paseos y cambiarle los dotties.
Yo veo que en Alemania eso se respeta más. En España, ahora que estamos con las elecciones, hay muchas críticas. Sobre todo, entre los partidos de derecha e izquierda hay una guerra con la mujer. Por ejemplo, para la derecha la violencia de género no existe, es violencia en general, violencia intrafamiliar o no sé cómo lo llaman. Y, hablando de la conciliación familiar, en Madrid, cuando fueron las elecciones en abril, la de derechas que salió dijo que “todas las mujeres deberían ser como mi amiga que dio a luz hace una semana y allí está ella, trabajando y emprendiendo”. Y que se había ido de viaje y tal. Y te quedas así…, una semana…, ¿dónde ha dejado al bebé?, ¿cómo se mueve?… Pues es que yo me acuerdo aquí, a la semana de dar a luz, estaba yo aún moviéndome como podía.
Después de lo que han trabajado nuestras madres y abuelas en conseguir lo que se ha conseguido… Es que también he leído comentarios de mujeres quejándose cuando subieron en España la baja por paternidad: “A ellos no se les debería subir la baja, es a nosotras que nos deberían dar los seis meses que recomienda la OMS”. Una cosa no quita la otra. Está guay que tengas alguien que te ayude, no te lo comas tú sola.
¿Cómo será tu vuelta al trabajo esta vez?
Estoy todavía pensando qué voy a hacer… En enero empiezo otra vez, aunque a tiempo parcial, veinte horas. Y viene mi madre. Y estoy pensando cómo voy a hacer si él sigue tomando el pecho. Con Guille hice lo de sacar leche y me volví loca, no me apetece. Como la que lleva el proyecto soy yo, me lo he organizado de tal manera que he terminado una etapa (la digitalización de la superficie de los elementos) y ahora me gustaría indagar un poco más en lo que son otros métodos de digitalización como el escáner de tomografía computarizada, el CTscan.
A mí me impresiona mucho lo valiente que sos, cómo llevás adelante tu carrera y estás aquí sola con tus hijos. Me pregunto de dónde viene toda esa energía, si lo sabés o lo has pensado. ¿Has tenido modelos femeninos?
Pues la verdad es que nunca lo había pensado… Yo creo que no me gusta quedarme quieta. Es verdad que cuando dije que quería ser paleontóloga me puse como ejemplo un hombre, el que fue luego además profesor mío en la carrera y uno de mis supervisores de la tesis. Es José Luis Sanz, uno de los paleontólogos más importantes de dinosaurios en España. Yo vi que tenía unas publicaciones increíbles, había descrito dinosaurios muy importantes, le conocen en todo el mundo y además puede saltar de investigación con gran facilidad: al principio estudió un tipo de reptiles marinos, luego pasó a los dinosaurios, luego a los pajaritos del Mesozoico, también ha hecho estudios de aerodinámica… Y aparte de eso tenía un puesto permanente en una universidad muy importante en España. Entonces yo siempre decía “de mayor quiero ser como él. Quiero ser catedrática de Paleontología en una universidad y, aparte de investigar, quiero dar clases”. Pero no había mujeres a quienes mirar. Yo creo que también en ese sentido la visibilización de las mujeres en paleontología es importante, para que los más jóvenes tengan modelos femeninos.
En mi caso, me puse ese objetivo y fui adelante. Al contrario que cuando estaba en el colegio, que era muy tranquila, yo una vez que empecé la tesis había días en que no tenía nada que hacer más que leer artículos y me aburría. Sin embargo, los días que estaba hasta arriba de deadlines y entregas, me notaba estresada, pero me sentía mas útil. En uno de los periodos estos que no tuve trabajo me metí a hacer historia del arte por un programa de educación a distancia. Y estudié hasta el año pasado, cuando me quedé embarazada, que pensé que iban a ser muchas cosas… Yo siempre hago carreras que no sirven para nada —se ríe—.
¿Tú madre trabajaba?
Sí. Yo soy la primera persona de mi familia que hace una carrera universitaria. Así que realmente, como profesora de universidad o investigadora, no tenía ningún modelo para mirar. Ni primo, ni padre, ni abuelo… Hoy sí que recuerdo mucho cómo mis padres lo llevaron. Porque mi padre, por trabajo, tenía que viajar muchísimo, entonces mi madre se quedaba sola con mi hermano y conmigo. Entonces últimamente me pongo mucho en su piel, en la piel de mi padre diciendo “viajo mucho, estoy mucho sin vosotros”, y luego en la de mi madre que no tenía quien la ayudara y estaba sola con los niños. Porque yo he pasado por los dos. Es decir, he estado sola con los niños y también me ha tocado viajar. El último año, por ejemplo, viajé a Hungría, Rumanía y el Reino Unido, en total han sido unos dos meses. Luego, si tengo un congreso en Estados Unidos, no me llevo a los niños. Porque, aunque esto parece que está cambiando al día de hoy, no hay servicio de guardería. Entonces yo no me voy a llevar a los hijos y me meto en una charla y “Mamá, me aburro”. Entonces tengo que dejar a los niños con los padres o los abuelos…
¿Dices que eso está cambiando?
Sí. Por ejemplo, el año que viene en el congreso de vertebrados de aquí de Europa sí que van a ver si pueden ofrecerlo y en el congreso en diciembre en Valencia ya han confirmado que habrá servicio de guardería. El año pasado, que hubo un workshop de la asociación Leibniz, había servicio de guardería y pude ir y llevar a Guille.
Acá se puede ver el perfil profesional de Verónica y sus investigaciones.