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La medicina y el documental como labores sociales de escucha

TEXTO: EVELYN MORALES
FOTOS: VIOLETA LEIVA

Mayo de 2019

Desde que visitó Berlín en su adolescencia, Xiana Yago (Valencia, 1984) supo que en algún momento viviría en la capital alemana. Es médica y cineasta y combina ambas pasiones en su día a día. Estudió medicina interna y trabaja tres días por semana en un hospital del barrio de Wedding. La productora de cine que creó hace un año con su pareja se llama Marmelon, un nombre que juega con el inglés watermelon y otra vez reúne dos afectos, el mar de su infancia valenciana y las sandías jugosas que recuerdan lo mejor del verano.

Las mujeres deciden es su primer largometraje. Habla sobre el embarazo adolescente, el abuso sexual intrafamiliar y el aborto clandestino en Ecuador, una realidad que conoció de cerca cuando hizo prácticas en un hospital de Quito. El film ha recibido numerosos premios, entre ellos el de mejor documental en el festival Telling Tales de Manchester y en el Nevada Women Film Festival de Las Vegas, y se sigue mostrando por las salas de medio mundo. En junio se exhibirá en Berlín en el Female Filmmakers Festival.

En la actualidad, Xiana trabaja en su próximo proyecto, que rodará en el hospital psiquiátrico Gregorio Pacheco de la ciudad de Sucre, en Bolivia. Allí los pacientes suelen quedarse de por vida, tan escasas son las posibilidades que tienen de reintegrarse socialmente, tan pesado el estigma. Mientras busca fondos alemanes para financiarlo, Xiana ultima detalles para grabar en Bolivia el año que viene.

Es una fría tarde de febrero en Gesundbrunnen. Son las seis de la tarde y está completamente oscuro. La calle está vacía. De fondo suena el tren y algunas ramas secas de los árboles del parque Humboldthain.

Xiana viene llegando a su casa del trabajo. Allí se acomoda un poco y prepara un té. ¿Te gustaría un té?, me ofrece. Viste unos jeans, un chaleco suelto y zapatillas para estar en casa. Está resfriada, con una voz un tanto gangosa, dice que no se ha podido recuperar en semanas, hace frío y los cambios de temperatura en Berlín son muy abruptos.

Mientras se acomoda los lentes y toma un sorbo de té, sonríe.

¿Hace cuánto tiempo estás en Berlín?

Desde 2008, cuando vine a hacer un Erasmus. En el último año de medicina hice medio año de prácticas en Quito, Ecuador, y medio año en Berlín. Yo tenía la idea de ir a vivir a Berlín ya desde el colegio prácticamente. Porque estudié en un colegio alemán en Valencia y visité Berlín de adolescente y me encantó. Siempre pensé que iba a vivir aquí en algún momento de mi vida. Estuve medio año haciendo prácticas y luego ya hice mis últimos exámenes y terminé de estudiar aquí.

¿Fue muy difícil encontrar trabajo como médico aquí?

He tenido mucha suerte en Alemania en general. Había una falta de médicos increíble. En Berlín y las grandes ciudades no tanto, pero en cualquier parte del área rural de Alemania, y especialmente en el este de Alemania, faltaban médicos todo el tiempo. Tuve el acceso bastante fácil para comenzar. Pero, aunque sabía ya alemán por mi colegio, no recordaba casi nada. O sea, la comunicación entre colegas ha sido muy difícil, llegar a aprender bien cómo comunicar algo en lenguaje médico. Comencé a trabajar en un hospital en un pueblito al sur de Brandemburgo, y poco a poco pues fui trabajando en otros lugares de Alemania.

¿En qué momento aparece el cine? ¿Cómo lograste compatibilizarlo con tu trabajo de médico?

Yo siempre había compaginado la medicina y el cine. Mientras estudiaba medicina hacía cortometrajes también, siempre tenía mis dos proyectos al mismo tiempo. Hubo un momento al principio de mi trabajo como médico en que, honestamente, me frustré bastante. Era un ambiente muy diferente al que yo conocía. El trabajo especialmente, en un hospital de un pueblo pequeño, un ambiente con relaciones muy jerárquicas. No había mucha posibilidad de hacer amistades o de recibir un voto de confianza de los colegas. Era algo muy frío, distante. Tenía casi dos horas de viaje cada día de ida y dos de vuelta, salía casi a las cinco de la mañana. Era algo tan duro y tan poco gratificante a nivel social que renuncié a mi primer trabajo después de seis meses y empecé a probar otras cosas. En ese momento pues notaba que necesitaba hacer cine.

Comencé a compaginar: trabajaba por temporadas para cubrir sustituciones o bajas, o en lugares muy recónditos de Alemania. Estaba tres meses en un pueblo en Alta Franconia (Oberfranken, en alemán), al norte de Baviera, y luego me quedaba en Berlín seis meses viviendo de lo que había ahorrado y me ponía a trabajar como ayudante de dirección en una película sin presupuesto. Y así. Entonces, ya aprendiendo más, empecé a trabajar como ayudante de dirección en proyectos sin presupuesto. Poco a poco fui aprendiendo cómo llevar un rodaje. Después de un par de años me cansé de trabajar en películas gratis para otra gente y decidí que quería estudiar guion de cine, porque era en lo que más necesitaba profundizar para poder escribir y dirigir.

Entonces fui a Madrid a estudiar una maestría de guion de ficción, un año, en la Universidad Carlos III. Por las mañanas trabajaba como médico telefonista haciendo cursos de formación para médicos. Al terminar la maestría, volví a Berlín y trabajé otra vez en Alemania. Y después decidí irme a vivir a Ecuador una temporada. Quería investigar y escribir el proyecto de Las mujeres deciden. Entonces comencé a buscar apoyos y a darle forma. Eso fue en 2012. Entonces he estado siempre yendo y viniendo de Berlín. Volvía, me volvía a ir, estaba temporadas… Son más de diez años, pero en total he estado unos cuatro o cinco años en Berlín.

¿Cómo surgió la idea de hacer esta película sobre la violencia sexual en el Amazonas ecuatoriano?

Yo quedé muy impactada cuando estuve en Quito como estudiante en 2007. A nivel humano, la manera de relacionarse las personas en Latinoamérica me parecía muy bonita. El trabajo en el hospital era tan humano… Se peleaba por ayudar a la gente todos los días. Era algo muy intenso, muy solidario entre los compañeros que estábamos trabajando en el hospital público. Y para mí fue totalmente revelador. Yo creo que encontré mi vocación en Ecuador. Al mismo tiempo había cosas que me interesaban mucho, como la maternidad en Quito. Cada día llegaban al hospital muchos casos de abortos clandestinos. Se atendían normalmente, pero era todo ilegal, eran mujeres que habían practicado un aborto clandestino en situaciones inseguras y que estaban poniendo en riesgo su salud y sus vidas. Eso fue muy impactante para mí.

También me impactó mucho ver amigas trabajando como activistas y ayudando mujeres. Un grupo de chicas activistas de Quito iniciaron la línea telefónica de aborto seguro e iban a colegios a hablar de sexualidad con jóvenes. Tenían algo que para mí era muy especial. El ambiente de sororidad que había entre las mujeres que estaban ahí ayudando a otras era algo increíble. Y era gente políticamente muy interesante, sus discursos eran muy potentes e íntegros. Chicas de dieciocho años que podían hablar tan bien, convencidas de sus ideas.

Se sentía que algo estaba cambiando. Durante mi investigación vi que, desde 2011 y hasta 2014, hubo un programa de salud pública en Ecuador llamado Enipla [Estrategia Intersectorial de Prevención del Embarazo Adolescente y Planificación Familiar], que unía esfuerzos de los ministerios de Educación y Salud Pública e Inclusión Social para hacer una campaña muy amplia sobre sexualidad. Se trataba de hablar de sexualidad con los jóvenes, dar información sin tabúes. Estaba habiendo un cambio en el país, se sentía que estaba pasando algo. Y yo quería documentar todo lo que estaba pasando.

Entonces primero fui tres meses y comencé a hacer entrevistas. Luego ya me quedé dos años. Porque todo funcionaba y tenías que tomarte tu tiempo para ir a los ministerios a hablar con la gente y conseguir apoyos o concursar por fondos.

“Estaba habiendo un cambio en Ecuador
y yo quería documentar lo que
estaba pasando.”

¿Por qué el Amazonas y no otra zona de Ecuador?

Es un poco casualidad. La zona donde filmé en la Amazonía tiene una incidencia alta de embarazos adolescentes, pero también en zonas de la sierra, por ejemplo. Filmamos una parte de la película en la Amazonía y una parte en la costa, en Esmeraldas. Todo se movió alrededor de las protagonistas que encontré y que me parecían más interesantes. La chica de la Amazonía era una señora que había pasado por un aborto clandestino hacía años, como joven indígena, y me interesaba trabajar ese rol. Lo hicimos de una manera semi-ficcionada para proteger su identidad.

También se dio que, en la ciudad de Coca, donde filmamos, se acaba de inaugurar el Hospital Francisco de Orellana, un hospital público muy completo, que fue uno de los logros de [el ex presidente Rafael] Correa. Había mucho espacio, era muy bonito, y ahí me dieron la posibilidad de filmar.

Luego la otra historia es la de Mishell, que habla de abuso sexual intrafamiliar. La hicimos en la costa porque la chica protagonista vivía ahí. Estuvo muy claro desde el principio que ella tenía que ser una de las protagonistas porque contó su historia muy abiertamente y estaba muy convencida de participar.

¿Con qué imprevistos te encontraste al momento de rodar?

¡Con muchísimos! Ha sido muy salvaje todo. He producido la película prácticamente sola, aunque siempre he tenido algunos compañeros que me han apoyado. Tenía un equipo de grabación, me lo pude permitir porque conseguí un fondo del Consejo Nacional de Cine de Ecuador para la producción de documentales. Pero al margen de ese fondo para financiar el rodaje, la producción y demás me lo tuve que montar yo sola todo el tiempo. Al ser mi primer largometraje, ha sido una cosa de ir probando y descubriendo cosas. Como hacer un contacto que luego no valía… Incluso la comunicación con la gente de allá, a pesar de estar viviendo ahí tanto tiempo, es difícil. Por ejemplo, la señora indígena pertenece a la comunidad shuar. Y tiene que aportar una parte de lo que gana a su comunidad; la comunidad recibe un porcentaje de cualquier trabajo que uno haga y se reparten algo entre ellos. Yo no sabía eso. Nosotros le pagamos una compensación por el tiempo que destinaba a la película, pero no era un presupuesto como el de una película de Hollywood. La gente de su comunidad no se lo creían, pensaban que somos de Europa, todos ricos… Entonces eso, por ejemplo, era conflictivo. Estuvimos muchísimo tiempo con ella, pasamos horas con las artesanías y conversando, pero nunca me llegaba a contar esto, era algo que le daba apuro, un poco de vergüenza, no sé. Entonces al final se lo contó a la otra actriz y ella me lo contó a mí. Yo no conocía cómo funcionan los shuar. Y sí me esforcé en conocer y compartir muchos días con ella, siempre que podía me quedaba ahí con las mujeres. Sobre todo, con las chicas de la costa, que me invitaban a su casa, era como de la familia prácticamente. Tienes que coger esa confianza para que te de esa autenticidad en la película. Pero la confianza nunca es tan grande como para que te cuenten todo.

La película estuvo en festivales en Nueva York, Bruselas, Johannesburgo, Bangkok, La Havana… ¿Cómo fue el recibimiento?

Se ha movido un montón. Llevo ya casi dos años de festivales y todavía me siguen llamando para poner la película. Es muy interesante, a muchos niveles. El público de los festivales donde hemos podido ir en Europa, por ejemplo, está muy interesado en Latinoamérica o es gente de Latinoamérica que vive en Europa y que se emocionan mucho al ver la película. En Latinoamérica también súper bien porque, con todo lo que está pasando con el movimiento #MeToo, hay mucha reivindicación del aborto seguro y condena a la violencia sexual. Entonces la película se usa en festivales de mujeres y en otros ámbitos para hablar de este tema, que es justamente lo que queríamos que ocurriera.

En Ecuador hicimos una gira de tres semanas. Ahí nos dieron un fondo de distribución, entonces hicimos una propuesta de distribución comunitaria, no tan orientada al cine. Buscamos que se exhibiera en ciudades donde no hay cines; en auditorios, en estadios comunitarios, colaborando con asociaciones locales en cada región. Como durante mi investigación había hecho contacto en cada región con las asociaciones de mujeres que trabajan temas de violencia sexual o aborto, entonces las volví a contactar. Les dije que íbamos a hacer una gira y les pedí ayuda para programar funciones en todo el país. La mayoría estuvieron súper interesadas y nos ayudaron a contactar universidades, colegios e incluso cine clubs a nivel local. Hacíamos dos o tres funciones al día, aprovechando el tiempo al máximo.

Las mujeres deciden crea conciencia y genera debate. ¿Qué opinas sobre el movimiento feminista?

Yo creo que es un proceso. Creo que estamos abriendo los ojos, yo me considero también que estoy abriendo los ojos cada día y me doy cuenta de cosas nuevas. Pero creo que somos todas. Hablo con mi madre y me dice lo mismo. No estoy segura cuándo va a poder cambiar realmente, espero que haya un momento donde haya una conciencia social. Lo peligroso es que la sociedad se polarice y que haya cada vez más grupos de extrema derecha que también usan el machismo para ponerse tras sus barricadas. Pero creo que la mayoría de la gente se está dando cuenta y espero que, poco a poco, ese reducto de la sociedad se venza.

Participaste como guionista del documental Ukamau y ke que trata sobre la vida del rapero aymara Abraham Bojórquez. ¿Cómo fue esa experiencia?

En el documental trabajé como co-guionista y el guionista principal era Andrés Ramírez, que es el director de la película. Andrés es un rapero también, ecuatoriano, y él tenía una amistad muy fuerte con Abraham Bojórquez. Cuando Abraham falleció, Andrés decidió honrar su memoria y su amistad con esta película. Entonces me contactó y me consultó si podía colaborar con el guion, ayudar a estructurarlo. Fue muy bonito, fue un trabajo con mucho material de archivo que le costó bastante conseguir, grabaciones de gente de Estados Unidos y otros lugares que fue reconectando. También hay un trasfondo histórico y político de Bolivia en el que tuve que adentrarme y que fue muy apasionante, la guerra del gas y todo eso. Yo ayudé en la etapa inicial del guion, justo hasta que se comenzó a filmar, y luego ya ellos siguieron con el rodaje. Fue una experiencia muy buena.

 ¿Cómo surge Salir, el nuevo proyecto en el que estás trabajando?

En el año 2013 fui a Bolivia para dos festivales. En uno de ellos, el Festival de Derechos Humanos, me invitaron a participar de un taller que duraba un mes en la ciudad de Sucre. Había que filmar un cortometraje documental sobre un tema de derechos humanos en algún lugar de la ciudad. Yo elegí el hospital psiquiátrico de Sucre, que es el psiquiátrico más famoso de Bolivia, un lugar enorme que me dejó totalmente impactada. Mucha gente vive en el psiquiátrico pues no tiene la oportunidad de salir jamás, porque no tiene la oportunidad de trabajar nunca más fuera y muchas veces la familia no se hace cargo. Entonces se quedan ahí de por vida, a pesar de que muchos están estables y trabajan en el hospital. Esto me dejó alucinada y escribí un pequeño proyecto en aquel entonces. Luego pues, estando con mi compañero Martin, le conté la idea y me dijo vamos a hacerla, es un súper proyecto. Y yo: “¿En serio vamos a Bolivia a hacer un proyecto?”. Es una locura porque la producción en Bolivia es muy difícil, no hay fondos de cine. Hay fondos de cultura para bolivianos, premios con los que algunos cineastas consiguen financiar alguna parte de sus proyectos, pero no hay en sí fondos que puedas aplicar como producción audiovisual. Están trabajando en la ley del cine, pero por ahora no hay. Bueno, montamos la productora y comenzamos a ver cómo podemos financiar desde acá, buscamos socios para co-producir entre varios este proyecto. Lo estamos escribiendo, desarrollando, ahora estaremos en la Berlinale o en el mercado buscando también partners.

¿Qué peculiaridades tiene realizar trabajos y proyectos desde Berlín?

Es interesante porque hay mucha, mucha gente haciendo cine en Berlín. Hay veces que vas a un café y escuchas conversaciones de la mesa de al lado y están hablando de un plan de rodaje, en el otro están hablando de un guion… Tanta gente queriendo estudiar cine, queriendo hacer sus cortometrajes y los largometrajes sin presupuesto… Para mí fue la manera de estar en ese ambiente donde todo el mundo está haciendo cine.

En un momento necesitaba hacer cine pero no sabía muy bien cómo. Gracias a los anuncios de internet, podía contactar a gente que buscaba gente para la producción de un cortometraje o para ayudante de dirección en un largometraje. Como eran proyectos sin presupuesto, prácticamente no pedían ni estudios ni experiencia. La primera película que hice como ayudante de dirección fue un largometraje en el que trabajé tres meses seguidos, con un montón de actores. Hice el plan de rodaje aquel que no sé ni cómo lo hice. Era una locura, pero como no hay presupuesto tampoco puedes arruinar a nadie, entonces funciona, vas aprendiendo. Para mí fue un largo camino hasta conseguir encontrar a gente con la que pueda trabajar.

¿En términos cinematográficos qué te inspira la ciudad?

Berlín me inspira mucho. Toda la vida alternativa que tiene, toda esta mente creativa da muchísimo para escribir y para crear. Tuve una época en la que escribía historias en Berlín. Mi proyecto de la maestría era un largometraje de ficción en Berlín, pero nunca lo he llegado a hacer y la verdad es que, no sé, ya me he dedicado al documental y me gusta más el documental y ahora mismo no estoy dedicada a investigar nada acá.

¿Cómo se vive el ambiente en la Berlinale?

No es mi festival favorito. Me gustan más los festivales pequeños, donde todo es más familiar. Cuando estaba viviendo en Quito, disfrutaba muchísimo los Edoc, porque era un festival súper familiar. Yo estaba metidísima en el documental en ese momento y era súper enriquecedor. Estaba todo el día en el cine viendo películas y además había unos cuatro o cinco invitados internacionales, pero es gente del documental que llevan toda su vida haciendo documental, grandes figuras. Los tienes ahí delante y si hacen un workshop hay, como máximo, diez personas y puedes estar ahí tranquilamente hablando con John Appel, por ejemplo. También puedes ver las películas del año porque las tienes en el festival y no cuestan trece euros la entrada. Entonces me obligo a ir a la Berlinale aunque es tan caro, porque luego me arrepiento si no voy, porque hay películas que luego no las puedo ver en otros sitios.

¿Qué cosas te gustan de la ciudad?

De Berlín me encanta la libertad. Creo que aquí hay un espectro muy amplio de formas de vida, no tienes un canon fijo de cómo tienes que vivir. Me gusta mucho y lo veo mucho con la gente a mi alrededor. Yo creo que lo más me gusta en general en Berlín es el otoño, cuando caen las hojas y hay un montón de hojas en el suelo y pasas en bici. El sentimiento de ir por el Tiergarten atravesando los árboles de colores es muy intenso, es lo más intenso que he vivido en Berlín.

¿Qué ha sido lo más difícil de vivir aquí?

Lo más complejo fue cuando llevaba seis meses trabajando en el pueblo en Brandemburgo, aislada, muy triste, y decidí renunciar. Era un fracaso total, porque cuando estudias medicina tienes que seguir todo derecho; te metes a estudiar, comienzas la residencia y la terminas. Hacer un parón ahí era un fracaso. Yo sabía que quería hacer cine, pero no sabía cómo, estaba muy perdida. Dejé ese trabajo, comencé a hacer otras entrevistas para otros hospitales y yo iba y se me notaba que no quería trabajar ahí. Fue muy difícil encontrar ese nuevo camino. Poco a poco fui viendo que podía combinar, porque luego me salió un trabajo para unas semanas, y luego otro para dos meses. Así vi que no es el fin del mundo. Aunque sí que es difícil, pensar que todos mis amigos de la carrera están de especialistas y yo no, creo que mucha gente lo ve raro y da desconfianza contratar a una persona que sabes que hace otras cosas también. Pero mi jefa actual, cuando el año pasado nos fuimos dos meses a Bolivia a investigar la primera fase del documental y pedí los dos meses para investigar, me dijo que sí.

¿Sientes que en algún momento se conectan ambas pasiones?

Cuando hago películas sigo siendo un médico. Voy a un hospital en Bolivia y digo hola, soy médico y quiero hacer un documental. Eso también te da otro acceso a las historias.

Aparte de ser médico, estás escuchando y tienes interés en escuchar. En el día a día, en mi trabajo, siempre hay momentos en los que alguien me quiere contar algo porque soy la persona que está escuchando. Puede que tenga días muy aburridos, haciendo cosas mecánicas, pero ir al médico para muchas personas es tener la oportunidad de comentar algo personal y que alguien quizás te ayude o te de una opinión, y eso me encanta. Para mí el documental y el tipo de documental que hago tiene en común con la medicina que hay esos momentos de lograr confianza y poder ayudar de alguna manera. Antes no estaba tan obsesionada con el tema de los hospitales, pero ahora tengo tantas ocasiones en las que estoy en el hospital y me cuentan algo y digo “Ay, ojalá tuviera una cámara”.

Marmelon es la productora de Xiana Yago, donde encontrarás información sobre Las mujeres deciden y podrás seguir el rodaje de Salir, su nueva película. 

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